gerardo elorriaga
Lunes, 7 de diciembre 2015, 18:56
La exótica Phuket puede temblar, pero también Bali o Hainan, la Mallorca china. El mercado turístico vietnamita se ha limitado a organizar circuitos por el país que comprendían paseos por la bahía de Halong, regateo en los bulliciosos mercados de la ciudad Ho Chi Minh o la posibilidad de vestir de etiqueta en Hoi An, donde los sastres confeccionan un traje a medida en veinticuatro horas. Pero el dragón del sudeste asiático no se conforma con reducir su oferta al ámbito de los viajes apresurados: quiere liderar el sector del plácido descanso, aquel que requiere el resort de lujo, la playa resguardada por palmeras y el baño en aguas turquesas. Phu Quoc, la isla de las perlas, la pimienta y la salsa de pescado, se ha convertido en el principal reclamo nacional para desbancar al resto de paraísos que sugieren calma y un cóctel a media tarde.
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Tesón, constancia y estrategia son los mejores valores del pueblo indochino. La misma meticulosa planificación que utilizaron para expulsar a las tropas yanquis, aliadas del gobierno proamericano de Saigón, está siendo empleada para convertir, en tiempo récord, un territorio de 593 kilómetros cuadrados en el destino vacacional de japoneses, surcoreanos, escandinavos y, ejem, los antaño enemigos norteamericanos.
Hace cuarenta años, Vietnam del Norte ocupó el sur y declaró la reunificación bajo un régimen de partido único socialista. La contienda fue extraordinariamente cruenta y la posguerra posterior también tuvo un costo humano devastador. Alrededor de 400.000 funcionarios públicos y profesionales liberales, prostitutas y huérfanos, corrompidos por la influencia occidental, según los postulados oficiales, fueron enviados a campos de reeducación, un eufemismo para describir penales, granjas colectivas y campos de trabajo forzoso, donde el agotamiento, el cólera y la malaria acabaron con miles de personas.
Pero el pragmatismo también se cuenta entre las más solidas cualidades de la población indochina y, especialmente, de su clase dirigente. Tan solo una década después de que declarara la república socialista y los últimos empleados de la Embajada de Estados Unidos huyeran en helicóptero desde la azotea de la legación, el gobierno introdujo la política Doi Moi o Renovación que introdujo, de nuevo, la economía de mercado en zonas especiales. El capitalismo ha convertido a la antigua Saigón en un skyline apretado que acoge empresas de alta tecnología.
La elite, de recio pasado guerrillero, asumió gratamente la misión de enriquecerse a corto plazo promoviendo la privatización de la industria manufacturera y los servicios y, ahora, también el atractivo ámbito del ocio. Los encantos tropicales de Phu Quoc, situada en un rincón del Golfo de Thailandia y declarada Patrimonio de la Biodiversidad por la Unesco, han merecido una ingente inversión para abrirse al mundo y, especialmente, a los viajeros más ricos del planeta.
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La última década ha sido prolija en iniciativas. Aquel antiguo, y modesto, destino de los recién casados nativos cuenta ya con 150 hoteles, una tercera parte de 3, 4 y 5 estrellas, y cuatro campos de golf. El denominado Plan 2020, heredero de la rígida planificación de un régimen totalitario, pormenoriza el futuro de toda su superficie, con áreas protegidas, nuevos centros residenciales y amplias instalaciones portuarias. Entre los propósitos más espectaculares, destaca la construcción de un complejo de casinos valorado en 3.700 millones de euros con el que, posiblemente, pretende desbancar a Macao como la capital oriental del juego. Su nuevo aeropuerto internacional puede acoger Airbus 350 y Boeing 747 y está previsto que reciba 7 millones de pasajeros al año.
El lado más oscuro
La historia, sin embargo, contradice el afán del régimen por convertir el lugar en un escenario para desprenderse del estrés y la memoria. Sorprendentemente, ese pequeño edén de arenas blancas desvela el lado más oscuro de la guerra patriótica. Los franceses y estadounidenses, que ahora son consideradas apreciadas fuentes de divisas, ya llegaron antes, pero no para solazarse, sino con el fin de convertir aquella isla de la calma en una prisión infernal. Phu Quoc albergó una de las más siniestras cárceles erigidas tras la Segunda Guerra Mundial.
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La Administración ha creado un museo memorial donde estuvo el presidio del Cocotero, pero no proporciona demasiada información de la magnitud de las violaciones de los derechos humanos que allí tuvieron lugar y tampoco Washington parece interesado en pormenorizar las tropelías que sufrieron los prisioneros.
La alarmante capacidad de los milicianos para avanzar hacia el sur alentó la ferocidad de los servicios de contraespionaje. A finales de los años 60, tras la ofensiva guerrillera del Tet, más de 40.000 prisioneros se hacinaban en unas 40 hectáreas. La imaginación al servicio de la represión más feroz caracterizó un campo de concentración que recuerda los experimentos de doctores nazis. Las investigaciones detallan 26 tipos de tortura, incluidos la reclusión en jaulas bañadas en aguas con sal, el entierro de individuos vivos o hervirlos hasta perecer, aunque la mayoría de los restos que todavía se encuentran en las excavaciones muestran clavos hundidos en manos, pies y cráneos, que permiten sospechar el sadismo empleado en los interrogatorios.
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Las autoridades han exhumado 12.000 cadáveres y se sospecha que otras 4.000 víctimas permanecen enterradas en las inmediaciones. Las mismas jaulas del tigre, pequeños cubículos donde los reclusos sufrían de hambre y sed, podían hallarse en la isla de Con Son, otro penal para presos políticos. Pero los horrores de la Guerra de Vietnam no se circunscriben a un bando. La organización comunista contaba con el penal de Hoa Lo, más conocido como Hanoi Hilton, donde se atormentaba a los cautivos norteamericanos para que denigraran públicamente a su gobierno.
En cualquier caso, no son tiempos propicios para reivindicaciones o exhumar, literalmente, viejos oprobios. El país forma parte de la organización regional ASEAN, estimulada en origen por Estados Unidos para frenar el comunismo, y hoy convertida en aliado de la Casa Blanca en su lucha contra el terrorismo internacional. Vietnam no reniega de su pasado, pero, como la vecina China, tampoco alberga intereses revanchistas sobre todo cuando la crisis obstaculiza sus deseos de crecimiento y acceso a un mundo comercialmente globalizado.
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En 2013 el presidente Barack Obama recibió en el Despacho Oval a su colega vietnamita Truong Tân Sang. E líder departió con su invitado sobre oportunidades de negocio común, proyectos de investigación y programas de intercambio educativo. Tal vez, el jefe del Ejecutivo asiático le hablara al norteamericano de Phu Quoc, de sus bellas panorámicas desde el faro de Duong Dong o de los fondos marinos, ideales para practicar snorkel. Tal vez, le ahorrara su pasado como joven miliciano del Vietcong, torturado en esa isla aparentemente maravillosa durante dos largos, muy largos años.
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