María Antonia Fernández del Hoyo
María Antonia Fernández del Hoyo
He aquí una erudita y laboriosa vallisoletana, que ha descubierto a sus paisanos aspectos esenciales del pasado artístico de la ciudad que un día fue Corte. María Antonia Fernández del Hoyo (Valladolid, 1945). Historiadora de Arte, profesora universitaria durante lustros y hoy miembro de la ... Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, donde sigue su inmensa labor investigadora. Desde el cogollo de la ciudad, con el Campo Grande en el corazón, analiza en esta entrevista el singularísimo arte escultórico de la Semana Santa de su Valladolid del alma y, aunque mujer de su tiempo, cree que en arte religioso esta ciudad tiene tanto y de tanta calidad que lo que se ha hecho nuevo no está al nivel de lo que rubricaron Juni o Gregorio Fernández, por citar dos de los escultores que más ha estudiado.
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–En la Semana Santa de Valladolid, ¿de Juni o de Gregorio?
–Es que la Semana Santa es Gregorio Fernández; no es que yo sea de Juni o de Gregorio... Solo hay una imagen de Juni en la Semana Santa de Valladolid, todo lo demás es Gregorio Fernández o herederos de él.
–¿Y si le insisto?
–Hombre, yo no puedo dejar de ser de Juni porque para mí Juni es lo más y la Virgen de las Angustias es lo más de lo más, juntamente con algunas cosas de Gregorio Fernández.
–¿Contraponemos la quietud de Gregorio al movimiento de Juni?
–No es contraposición, son distintos momentos. Es que también en eso hay confusión.
–Sáquenos de ella.
–A veces cuando se mencionan, no sé si por orden alfabético o por qué, pareciera que todos viven juntos. Y no: Gregorio Fernández nace un año antes de morir Juni, según lo que sabemos hoy.
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–Con lo cual, épocas distintas.
–Hijos de su época, que son dos épocas diferentes. Fernández es ya el Barroco declarado y Juni es un hombre del Renacimiento manierista. Otra cosa es que sus sensibilidades no sean tan distantes.
–¿Pese a ser de épocas diferentes?
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–Es mucho más distante la manera de hacer y la sensibilidad de Berruguete, por ejemplo, de Fernández que la de Juni. Este en cierto sentido puede preludiar un poco pero en cuanto al concepto de forma estilísticamente, la forma cerrada, digamos así, de la Virgen de las Angustias no tiene nada que ver con la forma abierta de las vírgenes de Fernández, declamantes.
–No le pregunto entonces si es más de las Angustias o de la Vera Cruz.
–A mí, como gustarme, la Virgen de las Angustias me gusta tanto como la que más de Fernández. Como me gustan tanto como la que más de éste las cosas buenas andaluzas, pero las cosas buenas andaluzas, ¿eh? Fernández supo de Juni y vivió en la casa que había sido de él, pero son dos cosas diferentes, al servicio de la misma sensibilidad. Eso sí, cada uno con su lenguaje, pero la sensibilidad sí puede ser común.
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–¿Y uno más de Semana Santa que el otro?
–Juni, aunque no sea un escultor de Semana Santa, sí lo es de retablos y el retablo de la Antigua, hoy en la Catedral de Valladolid, con el desmayo de la Virgen bajo la Cruz que corona ese retablo, si se saca de ahí y se hace un paso, rompería con todo, sería el antecesor del Descendimiento en cuanto al lenguaje narrativo. Lo que sucede es que Juni lo hizo para retablo.
María Antonia Fernández del Hoyo
Historiadora del Arte
–Cuando pregonó usted la Semana Santa de Valladolid, en 2021, confesó que le habría gustado volver al siglo XVII y encontrarse con Gregorio Fernández para preguntarle, dijo, «tantas cosas». ¿Cómo cuáles?
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–Muchas que no sabemos aún.
–Repasemos.
–La primera, cómo apareció él en Valladolid, de dónde vino. Hoy casi todos pensamos que vino de Madrid con la Corte de Felipe III porque las primeras cosas que conocemos de él aquí están en ese ámbito.
–¿Por ejemplo?
–En 1605 para una sala de saraos que se hace para los festejos del nacimiento de Felipe IV, pero ya en cosas quizá un poco anteriores a ese año se atisba. en parte del retablo de la actual Iglesia de San Miguel, que era la Iglesia de los Jesuitas.
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–¿Más preguntas para Gregorio?
–¿En qué año vino a Valladolid? ¿Cuál fue su relación con Francisco de Rincón, que era el principal escultor cuando Gregorio llegó a Valladolid?
–¿Principal por ser el mejor?
–El mejor escultor que había era Francisco de Rincón. Había otros que trabajaban mucho, como Pedro de la Cuadra, pero sin una calidad tan grande como aquel. Rincón era muy bueno: hizo las esculturas de la fachada de las Angustias y el retablo e hizo el primer paso de conjunto de toda la Semana Santa, que es el de la Elevación de la Cruz.
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–Y aprendió de él Gregorio...
–Se dijo durante mucho tiempo que Rincón había sido el maestro de Fernández, pero es muy difícil que fuera así porque se llevaban muy pocos años. El tema del aprendizaje y los talleres es apasionante.
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–¡Y tanto!
–Los niños entraban con diez años en el taller del escultor, del maestro, y luego iban ascendiendo. ¿Hasta qué punto Fernández entró como ayudante?
–¿Un enigma?
–Luego tuvieron una relación estrechísima, hasta que Rincón fallece en 1608 y Fernández se encarga del hijo y, luego, de apadrinar al nieto, que es Bernardo de Rincón, el del Cristo del Perdón. Esas cosas le preguntaría a Fernández.
–¿Esas y más?
–También, hasta qué punto tal obra o tal otra es suya. Encontré una vez en el archivo un papel interesantísimo sobre una serie de discípulos de Fernández, sobre todo de un hermano solo de madre, que vivía con Fernández, y tenía mala salud o alguna deficiencia funcional y era uno de sus ayudantes. Fernández tenía un taller enorme, con muchísima gente que se iban relevando.
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María Antonia Fernández del Hoyo
Historiadora del Arte
–La imaginería religiosa en su día en Valladolid fue de las mayores industrias. ¿Equiparable a qué hoy, sin ánimo de frivolizar?
–En esas épocas Valladolid era fundamentalmente una ciudad agrícola y su primera industria era el vino. El gremio de los llamados herederos de viñas era el principal de la ciudad. También eran importantísimos el cereal y la huerta. Luego, había también mucha artesanía y el gremio de la madera y el de los escultores estaba mezclado con el de los carpinteros y tallistas.
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–Pero existía mucho convento y monasterio que había que revestir por dentro con retablos.
–Había 48 conventos, 25 masculinos y 23 femeninos, excluyendo los colegios de San Gregorio y San Ambrosio. Vestir esos conventos era tremendo, una cantidad de contratos muy grande. Y, luego, aquí en el siglo XVII, que es cuando trabaja Fernández, era mucho menos la clientela civil de lo que había sido en el XVI. Porque en la primera mitad del XVI Valladolid fue más Corte que ninguna otra ciudad de España.
–¡Qué dirán los madrileños!
–En la época del emperador y de los comienzos de Felipe II no había una Corte fija y en Valladolid es donde más tiempo estuvo la Corte. Fue la primera mitad del XVI el momento de esplendor de Valladolid. En el XVII, la clientela era fundamentalmente religiosa. Yo encontré el contrato para hacer los bustos orantes de los condes de Fuensaldaña, que están en el lado del Evangelio del presbiterio de San Miguel, que son de alabastro y eso lo contrató también Gregorio Fernández. Es la única obra suya documentada que no es de madera.
–Hay muchos que dicen que Fernández y Juni habrían necesitado varias vidas para poder tallar todo lo que se les atribuye.
–Yo creo que no. Hay cosas que se dice que son de Gregorio Fernández y claramente no lo son. Pero la mayoría de lo que se dice que es de él no quiere decir que todo saliera de su mano, sino que salieron de su taller. Y como ahí trabajaba mucha gente... Gregorio Fernández hubo un momento en el que estaba desbordado, por ejemplo cuando contrató el retablo de Plasencia.
María Antonia Fernández del Hoyo
Historiadora del Arte
–¿Qué pasó?
–Es un retablo inmenso, el más grande que contrató nunca. Los canónigos de Plasencia estaban acogotándole porque no cumplía los plazos a causa de que tenía desbordado el taller. Y eso pasó con los condes de Fuensaldaña, también. Lo que se exigía que fuera más personal, que fuera del maestro, eran la cabeza y las manos de las tallas, lo más difícil. Y sus seguidores, Solanes, Ribera, etc, era gente buena. Hay piezas de Fernández que son de una excelencia absoluta.
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–¿Cuáles?
–El Cristo de la Luz y el Yacente del Museo Nacional de Escultura.
–De haber tenido Juni o Gregorio las tecnologías actuales...
–Las habrían utilizado, claro. Pero que hubieran hecho mejor escultura, no. Esa escultura era de esa época y aquí podríamos entrar en el aspecto duro de la cuestión semanasantera.
–Pues entre en ese aspecto.
–Yo creo que hacer ahora pasos de Semana Santa es innecesario. Me parece que eso es una cosa de su época y era lo que pedía la sensibilidad de la época. Es como si ahora nos pusiésemos a hacer las casas como se hacían entonces. Yo respeto, que quede claro, profundamente el deseo de tener imágenes, pero me parece absolutamente innecesario. Todas las cofradías que tenemos tenían ya imágenes que alumbrar. ¿Por qué añadir y recargar?
–La de imaginero, entonces, ¿es hoy una profesión imposible?
–A mí es que el término imaginero me gusta poco.
–¿Y qué hemos de decir?
–Yo hablo de escultor. El escultor hace imágenes. El imaginero es una manera de hablar de entonces. Juan de Juni, escultor. Juan José Martín González escribió 'El escultor Gregorio Fernández'. No el imaginero. Algunas veces en los documentos se los llama imaginarios, pero otras muchas veces escultor o maestro de escultura. El pintor también hace imágenes, luego también es imaginero, con otra técnica.
–Le rehago la pregunta: ¿La de escultor de tallas religiosas es hoy una profesión imposible?
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–¿Aquí? La gran mayoría de las esculturas nuevas que se compran las hacen en Murcia o en Andalucía. La Semana Santa de Sevilla en cuanto a calidad de pasos es infinitamente peor que la vallisoletana. La de Valladolid, de hecho, es la mejor de España y eso se puede decir con toda tranquilidad.
–Van a decirle que como es usted tan vallisoletana, si no más, que el mismísimo Campo Grande...
–Ya sé que hay en Castilla y León ocho semanas santas de interés turístico internacional, pero de las ocho, la de Valladolid es sin duda la de mejor calidad artística; no me meto en otra cosa, porque el sentimiento de cada uno es cuestión distinta. En calidad y cantidad, la mejor es la de Valladolid. O, por lo menos, lo ha sido hasta que la balanza de cosas estupendas se va contrapesando con los añadidos que no son estupendos. Si ahora salen 50 pasos, hace unos años salían 30 de los que 25 eran buenos; si salen 50 ahora, siguen siendo buenos los primeros 25, pero no los añadidos. La prueba es que la gente tiene que encargar cosas más o menos discutibles, en lo que quizá yo no debería entrar porque no quiero menospreciar a nadie.
–¿La de historiador sí es hoy una profesión para un joven?
–Desde el punto de vista económico, no; desde el punto de vista profesional, sí. Valladolid es una ciudad fantástica para un historiador. A dos pasos, el Archivo de Simancas, y en la ciudad el de Chancillería y el Histórico Provincial. La historia es apasionante y a nadie le disuadiría de estudiar historia, lo único que sepa que probablemente no se va a hacer rico.
–A sus 79 años recién cumplidos, ¿se ha planteado ya qué quiere ser de mayor?
–Un poco más emprendedora, pero dentro de lo que soy, una persona dedicada al estudio de la belleza, porque la belleza me parece lo fundamental de la vida.
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