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Las autoridades , antes del Sermón de las Siete Palabras en Valladolid. Henar Sastre

El tiempo impide que los pasos acompañen al Sermón de las Siete Palabras en Valladolid

Solo el Cristo de las Mercedes junto a los dos ladrones han presidido el acto

El Norte

Valladolid

Viernes, 30 de marzo 2018, 11:56

El Sermón de las Siete Palabras en Valladolid no ha contado este año con los tradicionales siete pasos, como sucede habitualmente. Solo el Cristo de las Mercedes junto a los dos ladrones han presidido el acto. Según informa Valladolid Cofrade, esta decisión se ha adoptado por indicaciones del Museo de Escultura. El Sermón se ha celebrado en la Plaza Mayor desde las 12:00 horas ante todas las autoridades locales, cofradías penitenciales y público.

El obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge, encargado de pronunciar el sermón, percibió que la sociedad «no entiende de perdón, cree que es signo de debilidad y de humillación, en la que se pierde la razón». «Y sin embargo, al contemplarte en la cruz, comprendemos que quien mira al crucificado es libre; no tiene miedo y perdona», aseguró este viernes al pronunciar el Sermón, en una plaza Mayor abarrotada, informa Ical.

Por indicaciones del Museo Nacional de Escultura, las Siete Palabras no estuvieron representadas por los siete pasos, de forma que únicamente el Cristo de las Mercedes junto a los dos ladrones presidieron el acto, que contó con la presencia de diferentes autoridades, como el alcalde de Valladolid, Óscar Puente; el presidente de la Diputación, Jesús Julio Carnero, y la ministra de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, Isabel García Tejerina. Además, la lluvia respetó y los pregoneros pudieron completar a caballo su recorrido este Viernes Santo.

Sánchez Monge, natural de Fuentes de Nava (Palencia), concluyó en su epílogo que «toda la vida es gloria y cruz, todos los días son muerte y resurrección», pero la última palabra «no la tiene el mal, el pecado o la muerte, sino el bien y la vida». Se mostró impresionado por la «gran manifestación de fe» que observó en la céntrica plaza vallisoletana y su Semana Santa, que «forma parte» de sus «más entrañables recuerdos de muchacho lleno de admiración, cuando contemplaba los desfiles». Al respecto, rememoró que con sus padres y hermanas se mudó a Valladolid a los once años de edad.

El obispo de Santander se trasladó, e instó a hacerlo a los presentes, «mentalmente» al Monte Calvario durante esta mañana de Viernes Santo para escuchar y meditar las Siete Palabras que Cristo pronunció en la cruz. «Contemplemos su cuerpo que ha sufrido una atroz flagelación. Tiene la cabeza coronada de espinas y le han clavado en la cruz sin miramiento alguno. Desde la altura, su cátedra en este momento, Jesús nos dirá palabras solemnes Él que es la Palabra hecha carne», sostuvo.

Así, aconsejó no escucharlas como un «testimonio histórico», sino como palabras dichas «pensando en nosotros, en cada uno de nosotros, ya que para salvarnos a todos sin excepción, el señor entregó su vida». «Somos invitados a revivir los mismos sentimientos de Cristo en la hora de la máxima verdad. Cuando ya no hay tiempo para las apariencias e hipocresías, cuando ya no importa la gente ni la imagen ni el quedar bien ni el qué dirán. Esta es la hora última de Cristo, del sufrimiento y del amor extremos, cuando se hizo tiniebla incluso en el corazón mismo del mediodía. Era la hora sexta», preludió.

En la Primera Palabra, ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’, fue el mitrado más reivindicativo que en el resto. «Jesús no pide a Dios, juez supremo, que haga justicia ante la injusta muerte de un inocente como es él. Clavado en la cruz se dirige a Dios para pedirle que otorgue su perdón a quienes le han crucificado», explicó el obispo de Santander. A su juicio, Jesucristo perdona «nuestros muchos y graves pecados porque también los hombres y mujeres de hoy no sabemos lo que hacemos».

«No saben lo que hacen»

Y enumeró algunos ejemplos. Inició el recorrido por los científicos que «no saben lo que hacen cuando juegan con la vida humana como si fuera un producto que se puede manipular, transformar, vender o alquilar»; tampoco esos «sabios» que en sus laboratorios que «ya pueden clonar al ser humano privándole de su verdadera naturaleza de hombre libre y de criatura nacida del amor entre un hombre y una mujer».

Citó, igualmente, a los que trafican con los seres humanos, incluso con los niños, «que tampoco saben lo que hacen cuando los arrojan en miserables pateras al mar, expuestos a todos los peligros con la única esperanza de dejar atrás un pasado de hambre, de violencia y de muerte; muchos de ellos, demasiados, acabarán en el fondo del mar, convertido así en el más cruel de todos los cementerios»

Y por último, añadió, «no saben lo que hacen esos políticos corruptos que anteponen su codicia a la búsqueda del bien común; los que halagan los más bajos instintos con la demagogia y el populismo olvidándose de que la verdad no puede ser ni tergiversada ni camuflada; los que sólo buscan el poder para servirse de él y no para servir al pueblo del que provienen»

Sánchez Monge se refirió a la segunda palabra, ‘Y Jesús le dijo (al buen ladrón): en verdad te digo hoy estarás conmigo en el paraíso’. “Jesús no promete un paraíso virtual, promete el paraíso a quien pasa por la cruz, a quien asume con fe y humildad la fragilidad de la vida y la verdad de la propia existencia”, sostuvo. Por eso, la cruz, «instrumento de tortura y lugar de sufrimiento, es puerta del paraíso y promesa de salvación». La respuesta de Jesús al «buen ladrón es aliento de vida en el momento último de la muerte». «Es vida prometida al pecador arrepentido», argumentó.

El dolor de las madres

La tercera palabra, ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo... hijo, ahí tienes a tu Madre’, terció sobre la vida de María, en la que se contempla la «fidelidad del amor en los momentos duros del dolor y el sufrimiento; el consuelo silencioso de la madre cuando ya nadie sabe qué decir». Se trata de la presencia materna, según la metáfora de Manuel Sánchez Monge, «al lado de la cruz de innumerables hijos, que son crucificados de modos diversos en cualquier rincón del mundo». «En María contemplamos el dolor de las madres que lloran a un hijo humillado, herido, desaparecido o asesinado. María nos muestra un amor que sabe compartir el sufrimiento», deslizó el obispo de Santander, momento en el que la Plaza Mayor oró con el poema ‘En tus manos cobijado’, de Luis Ortega.

‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’, es la cuarta palabra pronunciada por Jesús en la cruz. En ese momento, recordó Sánchez Monge, «el pueblo le abandona» y él lanza un «grito de queja y angustia, no de desesperación». Jesús «experimenta el silencio del Padre, pero manifiesta la fidelidad a un Dios que parece ausente e indiferente a nuestro dolor». Por ello, Jesús «ama silencioso en el sufrimiento; no se defiende en su respeto infinito al hombre. En ese momento, Lope de Vega prestó sus versos al prelado en su pregón.

El recuerdo a Teresa de Calcuta

La quinta palabra, ‘Tengo sed’, recuerda al “dolor” de Jesús «al sol de mediodía que derrite en sueño la vida de Jerusalén en Pascua». «Ha sangrado mucho. Abrasado, deshidratado por la pérdida de sangre y por el sudor, anhelaba que alguien le diese un poco de agua para apagar su terrible sed», apostilló.

«Pocas cosas en verdad pidió Jesús en su vida. Sin embargo, pidió dos veces de beber. Además de en la cruz, también lo hizo a una samaritana camino de Galilea», afirmó el obispo, quien aprovecha para lanzar una crítica a Occidente, «cansado de creer, ya no cree en nada y piensa que puede prescindir de todas las religiones». «Crece la indiferencia por doquier. Pero este nuevo paganismo encierra un peligro bien patente: quien niega a Dios acaba negando al hombre y pisoteando sus derechos». Espetó.

Por ello, Sánchez Monge justificó que el «tengo sed» de Cristo en la cruz y el «dame de beber» que pidió a la samaritana «se convirtieron en lema y en obligada respuesta al evangelio», algo que escuchó Teresa de Calcuta, «el clamor de Jesús en la cruz que se dejaba oír en muchas personas tiradas en las calles».

La sexta palabra, ‘Todo está cumplido’, ya cerca del final, entiende la fe en Jesucristo como la clave para comprender la historia de Dios con la humanidad. «Ha subido al leño cargado con el pecado de todos y podemos mirar al que traspasaron con gratitud y esperanza. Esto es lo que intentó enseñarnos durante su última cena», relató el obispo originario de Palencia.

Pero hubo un gesto más, durante la propia cena «se puso a lavar los pies a los discípulos, un oficio reservado exclusivamente a los esclavos, el lugar qué él «quiso ocupar» para demostrar su amor, pero «Pedro no lo pudo consentir».

El centurión romano lo predijo

Llegó la séptima y última palabra en la cruz, ‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’. «Por muy paradójico que parezca, es Dios, quien en sus designios misteriosos te ha llevado a este trágico final. Y tú, en vez de rebelarte, te encomiendas a esas manos benditas e invisibles de Dios», recordó Sánchez Monge.

Mientras Jesús luchaba entre la vida y la muerte, los personajes de aquella escena evangélica «están ajenos a este momento trascendental. La mayoría del pueblo curioso, prosiguió el obispo durante su pregón, se había marchado urgido por preparar la solemnidad que comenzaba esa misma tarde». Nada se dice de los discípulos, a excepción de Juan. Tan sólo se menciona a las mujeres del grupo de Jesús, «que observan desde lejos esperando fieles». Estarán presentes en su entierro y serán los primeros testigos de su resurrección, aseveró.

Los soldados aguardan «impasibles» para certificar el cumplimiento de la condena. Sin embargo, «sorprende la reacción del centurión romano que ha presenciado toda la escena». «Ha escuchado sus palabras y ha observado su actitud; ha oído hablar de perdón y ha presenciado la promesa a uno de los malhechores; le ha visto orar y no devolver las injurias recibidas. Tras su muerte, el centurión atónito exclama: 'Verdaderamente este hombre era hijo de Dios', narró el obispo de Santander, quien cuestionó: «¿Qué ha contemplado este hombre para decir esto? ¿Qué ha visto en este Crucificado que no viera en los demás?»

El prelado lleva esa escena a la actualidad: «Primeramente, el mundo te seduce con halagos y alabanzas para ganarte a sus criterios, para usarte a su antojo y manipularte según el propio interés. Pero si te opones y contradices lo más mínimo sus planteamientos, pasas inmediatamente a ser perseguido. Es decir, ha comenzado tu pasión, tu personal abandono y martirio».

Al respecto, aludió a «personas que por fidelidad a la fe están sufriendo en este momento», como los cristianos coptos de Egipto, «masacrados durante su celebración de la Navidad»; o los «torturados actualmente» en las cárceles de China. «Son mártires que nos enseñan a decir un sí sin condiciones al amor por el Señor; y un “no” a los halagos y componendas injustas con el fin de salvar la vida o gozar de un poco de tranquilidad. No se trata solo de heroísmo, sino sobre todo de fidelidad», aseguró Sánchez Monge, para a continuación recitar versos del místico San Juan de la Cruz.

Como conclusión, lanzó un mensaje a todos los presentes: «Que nosotros volvamos a nuestras casas con una fe más viva, con una fe más comprometida, dispuestos a anunciar con entusiasmo el perdón, el amor del crucificado que ha resucitado».

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