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Jugosas torrijas, crujientes pestiños, buñuelos, rosquillas, hojuelas, leche frita… Los amantes de la repostería estacional están de enhorabuena, ya que la Semana Santa, aunque sea época de recogimiento y abstinencia, viene cargada de un amplio repertorio de dulces para todos los paladares. Son días de ... disfrutar de las tradiciones, más, si éstas dejan un buen sabor de boca.
Muchos de estos dulces típicos semanasanteros tienen en común que ingredientes como el azúcar, la miel, la canela o la leche son parte esencial de esas antiquísimas recetas que han ido pasando de generación en generación con celestiales creaciones culinarias.
En la actualidad, las pastelerías hacen el agosto en Semana Santa, ya que es una de las fechas más señaladas en lo que al dulce se refiere. «Es una época de buenas ventas, sobre todo, porque la ciudad se llena de forasteros a los que les gusta disfrutar de nuestras tradiciones y compararlas con las de sus regiones de procedencia», indica Rafael Mesonero, presidente de la Asociación de Confiteros de Valladolid.
Uno de los más demandados estos días es el Pastel Penitente, cuya elaboración, aunque parece fácil no lo es. Requiere de mucha práctica y maña. Desde que en el año 2012 lo crearon los artesanos miembros de la Asociación de Confitería, se ha convertido en todo un reclamo para de cofradías, turistas y locales durante estos días. Representa a un penitente procesionando y se materializa en sabores conocidos como el chantilly, la crema pastelera, la nata montada o el azúcar fondant, que evocan a los dulces típicos de esta Semana Santa. «Está dedicado a las cofradías de la ciudad y es el que más se vende, después de la tradicional torrija», explica Mesonero. «Se trata de un petisú relleno de chantilly (mezcla de nata y crema), que va rematado con un capirote de chocolate y decorado con azúcar fondant de colores, que es lo que nos sirve para representar todas a las diferentes cofradías que tenemos en la ciudad», prosigue.
También las hojuelas u orejas y los buñuelos ocupan buena parte de las vitrinas de las pastelerías. Unos postres que ya se empezaron a vender en época de carnaval. «Son postres de la cuaresma, que arranca el miércoles de ceniza y que por tanto, vendemos ya unos días antes y alargamos las ventas hasta la Pascua. La hojuela es uno de los dulces que requiere más elaboración, ya que hay que amasarla, estirarla, dejarla muy finita y luego freírla. También la torrija, lleva su tiempo, porque va remojada en leche y luego frita», informa.
Los dulces favoritos de Mesonero para estas fechas son el Pastel Penitente y la torrija, que en su caso, en la pastelería Vitín que él regenta, han sabido llevar a otro nivel, apostando por un innovador sabor a crema tostada que encanta al público, aunque por supuesto, siempre tienen a la venta también la torrija tradicional con miel.
Los pestiños son un dulce tradicional árabe, que cada vez es más típico en Valladolid y del que podemos encontrar referencias literarias ya en el siglo XVI aunque se cree que puede ser incluso más antiguo. Su masa se compone de sal, vino blanco, harina, manteca de cerdo y ajonjolí. Se amasa, se estira y se le da forma de pajarita y se fríen. El último paso es deshacer la miel y cuando está completamente líquida se baña el pestiño y estaría listo para comer. Son altamente demandados en estas fechas.
Muy poco a poco, pero cada vez más, las monas de pascua tan típicas en Cataluña, Valencia, Baleares o Murcia van ganando adeptos en Valladolid. Son muchos los que se van rindiendo a la tradición de regalar y disfrutar de estas figuras de chocolate, que hunden sus orígenes en ancestrales rituales ligados a la primavera. Es difícil encontrar una pastelería que no ofrezca estos huevos y monas tan bonitos, que da pena hincarles el diente.
También son muy típicas de esta época, las rosquillas de gloria, las de palo y las de baño. Eso lo sabe muy bien Clodo Marbán, un pastelero ya jubilado, que durante más de cinco décadas de carrera profesional, las ha elaborado por miles. «Yo soy partidario de que cada dulce se elabore en su época, aunque debido a la globalización y la alta demanda, muchos de ellos los podemos encontrar en las pastelerías durante prácticamente todo el año», explica este veterano que aprendió el oficio cuando tan sólo tenía 12 años de edad, del mismísimo Adriano Polo, inventor del abisinio. Más tarde, junto con sus hermanos, montó su propia empresa de pastelería, Hermanos Marbán.
«Las rosquillas de Gloria son muy ricas y están muy jugosas. Se elaboran con hojaldre de mantequilla y se bañan en yema. La rosquilla de palo es la de siempre, mucho más contundente. Esas dos, aunque son típicas de Semana Santa, tienen muchísima demanda y por eso las hacemos durante todo el año. En cambio, las rosquillas de baño, cuya fórmula es muy similar a la de las pelusas de toda la vida, sólo se hacen en estas fechas. Llevan también una capa dulce y blanca como la de las pelusas. Es tradición que las cofradías las compren para dar un ágape a los cofrades durante los descansos o después de sacar el paso. Son dulces que no necesitan ninguna refrigeración y que por eso se adaptan tan bien a esta época del año», explica Marbán.
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