
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Lucía bella, más si cabe, la catedral de Valladolid este cuarto viernes de Cuaresma ese que anuncia, con la lectura del pregón, la proximidad de días de fervor, recogimiento y reflexión que trae consigo la Semana Santa. El olor a incienso inundaba una repleta Iglesia de cofrades y fieles que disfrutaron de las palabras del profesor e historiador vallisoletano, colaborador de El Norte de Castilla y académico de la Real Academia de Doctores de España, Javier Burrieza en un acto sobrio y solemne. Primero fue el discurso de presentación y agradecimiento del alcalde de Valladolid, Óscar Puente, el que estrenaba el ambón de la catedral para dar paso al historiador, que subía al presbiterio emocionado como ese niño que esperaba la llegada de aquella pequeña imagen de la Borriquilla desde el balcón de la casa de sus abuelos en calle Platerías. Es Javier Burrieza uno de los mayores conocedores de la Semana de Pasión de la ciudad y uno de los más arduos defensores de su esencia;por eso, para él ser pregonero de su Semana Santa, la de una ciudad de la que está enamorado, ha sido «un sueño hecho realidad».
No quiso dar una lección de historia moderna como las que imparte a diario en la Universidad, más bien quiso hacer un llamamiento a la participación y a vivir la fe durante todo el año. Invitaba Burrieza a «que ningún hábito se quede en casa, en armarios y baúles en una Semana Santa que no se puede convertir en el paño, que encerrado en un arca se pretende vender», aludía en un extenso discurso que partía de las vivencias de quien mantiene la fe como forma de entender la vida, la elegancia de quien ha dedicado toda la vida a detallar y documentar la historia de la capital y la capacidad de ordenar las tradiciones religiosas que se mantienen en pie desde hace siglos. «Nadie en Valladolid puede quedar ajeno a los cortejos que recorren la ciudad. Estamos dejando los cofrades un tanto desierta la culminación de nuestra celebración. No demos razones a quienes nos tachan de 'sacasantos'», enfatizaba ante un público que escuchaba con notable respeto.
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Citó a poetas, políticos y dramaturgos, y se dirigió en todo momento a los «cofrades sacrificados que convierten cada uno de sus pasos en sones procesionales indispensables». Con emoción Burrieza se sinceró ante una catedral llena. «Solamente se puede venir esta tarde con tres coordenadas: con dramatismo, con fervor y con ternura», señaló citando al primer pregonero, el periodista Francisco de Cossío, que tuvo el honor de poner voz al acto en 1948. Y así, con dramatismo, fervor y ternura, habló Burrieza, cofrade de la Santa Vera Cruz; de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Luz, de la Cofradía de El Descendimiento y Santo Cristo de la Buena Muerte y miembro de la Real y Venerable Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo. Continuó el historiador vallisoletano con un discurso repleto de guiños familiares con palabras que nacieron tal y como explicó «desde lo heredado de mis padres y abuelos, de lo vivido con mi mujer, María José y de lo transmitido a mis hijos Cristina, Beatriz y Joaquín», que escuchaban muy de cerca su discurso en los primeros bancos de la Catedral.
Redactó y narró con maestría un sentido pregón que comenzó a escribir a mediados de enero y que entregó a principios de marzo, tiempo que le sirvió para «hacer revisión y emocionarme recordando cosas», explicaba Burrieza poco antes de subir al ambón de un templo engalanado con flores blancas y moradas, los colores de su ciudad y en el que lucía soberbia la imagen del Santísimo Cristo de la Exaltación y de la Virgen de Nuestra Señora de los Dolores.
«Hay que dar a conocer con solidez lo que te dispones a vivir, a celebrar, a hacer todavía más grande con la solemnidad acostumbrada, tras dos años de penosa ausencia de nuestras calles que tantos sufrimientos ha provocado a nuestro pueblo, que tantas vidas y esperanzas ha segado», añadía en alusión a las personas fallecidas por la pandemia.
Este 2022 las calles volverán a sentir sus pasos, los de una Semana de Pasión que es santo y seña de Valladolid. El historiador recordó los setenta y cinco años cumplidos de la existencia de la Junta de Cofradías y preguntaba a su público, a Valladolid, «¿qué es la Semana Santa en nuestra ciudad, ilustre amigo?, ¿qué es lo que la hace única e inigualable?», para segundos más tarde contestar: «estas procesiones son escuela para la vida, desde el nacimiento hasta el abrazo, con la esperanza soberbia de poder encontrar a Cristo en la última curva del camino, como indicaba el maestro Delibes».
Un momento de tantos vividos, queda en el recuerdo de Javier Burrieza. Son esas procesiones de Viernes Santo en la casa de una familia amiga en la calle Cánovas del Castillo. «La Semana Santa no es un museo en la calle, porque además de contemplar, es rezar con fervor. Arte procesional que ha sido realizado para llegar como dardo amoroso al centro del alma. Y así lo seguimos sintiendo cuatrocientos años después de la realización de los pasos más importantes», añadió ante numerosas autoridades religiosas como el cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez y el obispo auxiliar, Luis Argüello.
Ha sido «un regalo, un honor, un sueño ser pregonero de la Semana Santa, que es columna vertebral, en lo espiritual y lo personal, y que en ella encuentro una vivencia plena, no para siete días, sino para setenta veces siete, a lo largo de todo el año, porque es el encuentro con lo más afectivo y familiar de la fe, comunicada y transmitida con el alma de lo colectivo; es el goce estético ante tanta belleza, arte, letras y música; es el descubrimiento del hombre en la humildad y el amor», explicó Burrieza, ligado desde antes de nacer a la Cofradía Penitencial de la Santa Veracruz. La Semana Santa debe ser «una liturgia que debe ser comunicada, narrada y transmitida», añadía el vallisoletano para el que «no hay otra salida más orgullosa que aquella en la que todos vamos, en la noche del Jueves Santo, con nuestros diversos capirotes, en terciopelo negro y azul turquí, a nuestras respectivas procesiones de Regla». Recordó Burrieza a su abuelo como cabeza de familia y pilar de fe, «secretario perpetuo de la Vera Cruz, un trabajador infatigable, era difícil ser tan 'semanasantero' como él», explicó el historiador, que tuvo también palabras de cariño para su abuela, a la que definió «como el guardián de las esencias de la Semana Santa de mi infancia y que me regaló mi primer hábito de la Vera Cruz. Solamente, puedo decirles hoy, que la mañana del Domingo de Ramos, me sigue produciendo la misma ilusión que la noche de los Reyes Magos», afirmó con una sonrisa el 'semanasantero' de quinta generación.
Recorrió prácticamente todos los pasos recordando que «son el evangelio en madera», y los conjuntos procesionales de la Semana de Pasión vallisoletana e invitó a participar en un tiempo de oración y encuentro «con lo más interior, donde se experimenta la sensación de lo profundo del alma. Palabras, pocas, silencios, muchos; miradas en abundancia, goce estético y contemplación. Es la Semana Santa inigualable en la belleza y en el arte».
Invitó Javier Burrieza a vivir una Semana Santa permanente para darla a conocer a los demás, «pues Valladolid no resulta de multitudes siguiendo las procesiones, sino más bien de numerosos pero especializados fieles». Y terminó su pregón con el aplomo de quien domina sus palabras, de quien mira con emoción a su ciudad y de quien entrega en su discurso su esencia más valiosa, su fe. Como broche final de tan solemne acto, tuvo lugar una actuación musical del grupo de cámara Ad Libitum, que cerró un pregón que supone el inicio de la cuenta atrás a varios días de fervor religioso en Valladolid.
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