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Un sábado para aliviar el dolor: de las enfermedades, de las guerras, del relativismo, del día a día… Valladolid ofreció este Sábado Santo los dolores ... a la Virgen de la Vera Cruz con una proclama del doctor José María Eiros, que invitó a todos los presentes en una Catedral abarrotada a postrarse ante la Madre, a compartir el dolor de la Virgen, para hablar de oración, humanidad y eternidad que, en definitiva, es vida, como fue desgranando. De peregrinar acompañado y acompañando. Una vida emergente frente a la «sociedad del descarte», haciendo suyas palabras del propio Papa Francisco, al tiempo que recodaba a los enfermos, a los ancianos y a los que viven en la pobreza y la soledad: «Señora de la Vera Cruz, intuimos tu Dolor al constatar que, en esta ciudad de Valladolid, se descuida al no nacido, al anciano, al enfermo, al solitario, al pobre …al diferente».
En la muerte de Cristo, en pleno Sábado Santo, el catedrático de Microbiología de la Universidad de Valladolid proclamó la vida y en su resurrección aclamó la esperanza en una sociedad regida «por el poder, la economía, la inteligencia artificial, el transhumanismo y el hedonismo», al tiempo que lamentó en este sentido que «esto siempre se produce en perjuicio de los más débiles, de los que tienen menos recursos físicos, económicos o intelectuales». Ante esto, en su ámbito más personal aún desde su perspectiva sanitaria, Eiros Bouza hizo una llamada a la humanidad pidiendo que «los laicos, los vallisoletanos de a pie, insertados en el corazón de todas las profesiones, le demos la vuelta a esta realidad». «¡Nos urge recuperar la humanidad!» exclamó para seguidamente levantar la voz más si cabe para reclamar como fundamental «el derecho a tener defectos, a vivir con ellos, a no ser perfectos, a la tolerancia para la minusvalía».
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Y para alcanzar ese deseo, desde su más honda raigambre espiritual, el también jefe de servicio del Hospital Universitario Río Hortega instó a los cristianos a querer «la civilización de la vida y del amor y no la civilización del desarraigo, la insolidaridad y la muerte», haciendo en este punto casi una exigencia: «Debemos ser humildes». Una reclamación, por cierto, que también la extendió a sus compañeros, a los profesionales de la salud, poniéndose especialmente serio, al levantar su mirada, para hacer un alegato en defensa de la vida: «Debemos de dejar de creernos como diosecillos que manejamos el inicio y el final de la vida».
El discurso de Eiros Bouza, como él mismo indicó, fue una llamada para buscar la verdad, el alivio y la esperanza ante la mirada y el sufrimiento doliente de Nuestra Señora de la Vera Cruz, la también llamada La Dolorosa de Valladolid, dolor compartido por varias generaciones desde 1623 a lo que demandó a los suyos «siempre» la opción de «curar al enfermo y, si no se puede, aliviar, y si tampoco es posible, acompañar». «Que el activismo y la soberbia de esta sociedad tan conectada por las redes sociales pero que alberga tanta soledad no nos haga olvidar esa verdad», dijo a los presentes con una exhortación final: «Ser cristiano es ser humano». «Tenemos una propuesta revolucionaria… la santidad personal que integre razón y fe», reflexionó el doctor para concluir pregonando que, «de este modo, no desaparecen ni el dolor, ni la enfermedad ni las limitaciones… pero se vive con una nueva visión, de otra manera».
José María Eiros Bouza
Y es que el sanitario vallisoletano de origen gallego dijo en una proclama «muy comprometida y valiente», según los representantes institucionales, de las casas regionales y otras organizaciones de la capital que participaron en el posterior ofrecimiento floral, que «el mundo tiene hambre de Dios, aunque muchas veces se oculta» para insistir en su discurso humanista y cristiano «porque las personas de nuestro entorno están esperando que se les hable de esta realidad gozosa». Ante esto, José María Eiros Bouza compartió su conversación con la Vera Cruz: «Madre, ¿recuerdas esas palabras de Jesús, tu Hijo ante Pilatos: 'Yo he nacido y he venido al Mundo para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye mi voz'. Y el cinismo del Gobernador Romano le lleva a cuestionar: ¿Y qué es la verdad?».
Un encuentro con hondo sentido religioso, de tú a tú con la Virgen de la Vera Cruz, y con decenas de testigos, donde agradeció a la Virgen su «'sí' en Nazaret». «Gracias María por ayudarnos a no caer en la desesperanza», terminó, haciendo un silencio reflexivo, que así lo transmitió, y que fue roto por una gran ovación.
Aplauso intenso de unos creyentes que abarrotaron la Seo en una celebración de absoluto respeto ante la imagen conmovedora de la Santa Vera Cruz, que presidió el acto desde su particular y embellecido altar, sus andas procesionales con un llamativo exorno floral en tonos blancos y rosas, y que paradójicamente, en la memoria de muchos de los asistentes, parecía ser un anticipo de su Coronación Canónica que oficiará el arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, el próximo 23 de septiembre, y que también presidió el acto de ayer junto con al deán, José Andrés Cabrerizo.
Esta escultura inicialmente estaba inserta en el grupo escultórico de El Descendimiento, pero su gran devoción invitó a separarla del paso mediados del siglo XVIII para que recibiera culto de manera independiente. Se trata de una talla, como recordó ayer el doctor Eiros y enlazó así con su alocución, cuya autoría corresponde con Gregorio Fernández, el imaginero de imagineros, pero que en su vida más particular y menos conocida destacaba por su virtud humana, «asistiendo en su propia casa a infinidad de desvalidos y hambrientos». Así, antes y después de este acto, la penitencial realizó una solemne procesión antes del Entierro de Cristo.
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La plaza de Santa Ana volvió a escenificar el Entierro de Cristo ante una procesión de dar prácticamente la vuelta a la manzana pero con un hondo sentido reflejado en el silencio y el respeto de las decenas de personas que abarrotaban en este céntrico punto de la capital. Y todos ellos se encontraron con Cristo Yacente, una de las obras cumbres y modelo iconográfico de Gregorio Fernández que fue portado a hombros por las calles por los hermanos de la Cofradía del Santo Entierro. Pero el entierro estuvo simbolizado en el propio traslado de la sagrada imagen desde la iglesia conventual de Santa Ana hasta el museo donde es visitable durante todo el año.
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