Al sol, con gafas para la ocasión; a la sombra, con una rebequita. Sea como fuere, vecinos de Valladolid y turistas han salido a la calle en este Domingo de Ramos en una mezcla de pasión por los actos religiosos y por el ocio. Y ... eso propició que en las vías más céntricas de la capital se congregasen millares de personas, favorecidas, eso sí, por multitud de espacios cerrados al tráfico. Como si la entrada de la zona de bajas emisiones estuviera ya vigente y la primera batalla a los coches estuviera ganada.
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Sin prácticamente vehículos en el centro, pues la mayoría estaban bajo tierra en los aparcamientos, los vallisoletanos se echaron a la calle para ver los pasos de La Borriquilla, pero también para pedirse una caña, un vermú o lo que fuera menester en un ambiente familiar y de amistad. Si uno miraba a un lado veía a la cuadrilla de amigos que había cogido este domingo como excusa para juntarse después de varios meses sin verse; pero si uno centraba la mirada en el opuesto, percibía a esos abuelos que se juntaban con sus hijos y los hijos de estos. Y mientras tanto, camareros que salían de los establecimientos hosteleros con bandejas llenas de recipientes hasta arriba, para volver con la misma bandeja repleta de una vajilla ya usada.
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Y eso sucedía en la calle Cascajares. Arturo Caballero, junto a su familia, se apretaba unos torreznos con su nieto como testigo. Se habían juntado para «celebrar» y ver parte de la procesión. Un poco de todo.
Junto a ellos, a sus cosas, se encontraba un grupo de amigos. Seis concretamente. De esos que se conocieron hace más de un década por temas universitarios en la capital de España y que este domingo volvieron a verse ocho meses después de la boda de uno de ellos. Se habían juntado en Valladolid, porque además de vivir ligeramente la Semana Santa, es donde residen Julio Villarrubia y Rocío Martín, y desde hace tres meses el pequeño Antón.
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Unas cañas en el centro de la mesa y un sinfín de anécdotas de cuando la liaban un poco hace algunos años por Madrid. Un grupo de lo más variopinto en cuanto a procedencia, porque había andaluces, extremeños y la canadiense Sarah Larose con un español impecable. «Estudiábamos en una residencia y hemos venido a conocer a Antón», apuntan antes de emprender su camino de vuelta hasta sus lugares de origen.
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Y es que cada mesa en cada una de sus terrazas en el centro de Valladolid era diferente. Unos encuentros, con un Ribera en mano, concertados y otros esporádicos por el hecho de que este domingo era una jornada para vivirla en el exterior. Y así hicieron las hermanas Inmaculada y Eva María Román, Antonio Manzano y el pequeño Jesús. Se acercaron a la capital desde La Cistérniga para ver la procesión de La Borriquilla, pero cosas de la vida, acabaron en una terraza disfrutando de una consumición. «La excusa era venir hasta aquí, lo bueno es que el próximo año tendremos otra oportunidad para verla», bromeaba Antonio a eso de las 13:00 horas.
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Y todo eso se vivía en Valladolid hasta que la hora de comer se acercaba. Unos optaban por picar algo y rematar la faena, mientras que otros, los autóctonos de Valladolid, se apresuraban a cerrar el vermú de La Borriquilla por eso de que a las 16:15 horas jugaba su Pucela en Madrid. De haber sabido lo que iba a pasar después, tal vez hubieran preferido una 'vuelta' más.
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