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Como cada Sábado Santo, y desde hace más de medio siglo, la iglesia de La Vera Cruz ha sido esta tarde escenario de la proclamación de la Virgen como Reina del Dolor. Allí, ante un abarrotado templo, el obispo auxiliar de la Diócesis de Valladolid, Luis Javier Argüello, ha sido el encargado de pronunciar el tradicional Ofrecimiento de los Dolores de la ciudad a la Santísima Virgen, uno de los actos más íntimos de la Semana Santa.
En una emotiva intervención y con la presencia del arzobispo, Ricardo Blázquez, Argüello ha presentado sus plegarias cargadas de emoción a la Madre. Entre sus peticiones, ha destacado el dolor de las guerras, las persecuciones y los desplazamientos forzados que «producen un gran sufrimiento a las familias que habitan en las zonas afectadas» a causa del terrorismo, «a veces en nombre de Dios».
También se ha mostrado «abrumado» ante las catástrofes naturales que se han llevado muchas vidas y que, en el caso concreto de Castilla y León, llegó en forma de «sequía severa» que causó problemas e incendios con víctimas mortales.
Argüello ha hecho un llamamiento a una solidaridad que «apenas escuchamos», haciendo referencia a la petición de ayuda de inmigrantes, desplazados y refugiados «que tratan de llegar hasta nosotros». En este sentido, también reclamó auxilio para la unidad de España. «Hemos participado de divisiones internas en las familias, en la comunidad cristiana, en la sociedad catalana y en el conjunto de toda la española».
Durante su discurso cargado de máximas morales como la solidaridad y la justicia, hizo especial hincapié en los cuatro pilares del Estado de bienestar. La educación, de la que destacó el dolor del fracaso escolar, la violencia en las aulas, la incertidumbre de futuro y la fuga de talentos; La sanidad, donde agradeció la labor de los trabajadores del Clínico Universitario en su 40 aniversario; Los servicios sociales, que hablan del dolor de familias quebradas y penurias económicas; y de las pensiones, en el punto de mira acutal, donde reclamó ayuda a la Virgen por el dolor de aquellos ancianos que viven solos y por la “incertidumbre por el presente y el futuro de las pensiones”.
A la Madre le expuso también la necesidad de mantener unidos los vínculos familiares y de amistad y abordó la desconfianza que producen en las personas las «falsas noticias» que nos abruman y hacen dudar, y la exigencia de transparencia que nos hace cada vez «más susceptibles de manipular».
Finalmente, ha expuesto ante la imagen de Gregorio Fernández los rostros y los nombres propios de víctimas de accidentes de tráfico o laborales o de los damnificados por las catástrofes o por la violencia o el terrorismo, como Arnaud Beltrame, el policía francés que ofreció su vida «en admirable intercambio», o el del niño Gabriel Cruz y los de sus padres, Patricia y Ángel, junto al de su «asesina» en cuyo rostro «el mal aparece nítido y burlón pero incapaz de anular la condición humana de alguien que también es digna de acoger la misericordia que nace de la Cruz».
Tras la alocución, comenzó la entrega de ofrendas a la imagen. Representantes de los colectivos invitados fueron depositando, a los pies de la Virgen, centros y ramos de flores para poner fin a un acto que concluyó con una llamada a la esperanza porque mañana, Domingo de Resurrección, la Madre volverá a encontrarse con su hijo.
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