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He aquí un hombre dotado con el don de dar vida a la madera. Ángel Martín, imaginero, escultor y artesano. Sus tallas religiosas son veneradas y sus tableros y andas portados en procesiones de Semanas Santas de interés Internacional, como León, Valladolid y la Ciudad ... de los Almirantes. Sus esculturas y trabajos artesanos han llegado a muchos putnos de España, Italia, Francia y hasta Australia. Con los pies pegados a la tierra, producto de sus raíces terracampinas, no oculta que su mayor preocupación es que la imaginería castellana no vaya a tener continuidad en una juventud que ahora mismo no puede acceder a estudios con los que convertirse en dignos herederos de los grandes imagineros que habitaron y trabajaron en su día en localidades donde ahora las obras de arte policromadas esperan, en incontables casos, la necesaria restauración y cuidados que garanticen que podrán seguir pasando de generación en generación. No sabe si lo verá, pero por insistencia, horas, empeño y ganas por él no va a quedar. Eso no lo duden un instante.
–¿De dónde le viene la vena artística orientada a la imaginería?
–Antecedentes familiares no tengo. Mis recuerdos se basan en un arcón de mi abuelo donde había herramientas.
–Pero si él no era ebanista, ni escultor...
–No, no, no. Desde pequeño utilicé esas herramientas. Cuando tenía yo 14 años, se cayó un árbol y como estábamos en peñas, lo cogimos para hacer un tótem de esos de indios... Empecé a darlo golpes y ahí comenzaron mis primeros pasos con la madera. Lo llevamos a casa de un amigo, cuyo padre era cantero, y tenía herramientas para piedra y para madera. ¡Y ahí tuve mi primer contacto directo con una gubia!
–Intuyo que fue emocionante.
Hasta entonces yo no conocía esa herramienta. Cuando ese hombre me puso encima de la mesa una, se me abrió un campo. Y a partir de ahí, el resto fue evolucionar. Y ensayo-error. Siempre ensayo-error. Hago esto, ¿no queda bien? A la caldera. Y a repetir.
–¿Comno hay que tratarle: imaginero, artesano o escultor? ¿O todo a la vez?
–Mis primeros pasos fueron enfocados hacia la artesanía, aunque la talla en sí lleva muchos procedimientos. Has de saber modelado, formas para su control, dibujo... Un artesano del barro hace barro y punto; pero los artesanos tienen algo muy especial: cuando quieren, dan un salto al arte, lo ponen por las nubes y se vuelven con la misma sencillez a su taller a seguir haciendo cacharros. He visto a ceramistas hacer piezas magistrales y, a la vez, seguir haciendo botijos, que es de lo que comen. Yo empecé en el mundo de la artesanía y, de hecho, con 19 años participé en la I Feria de Artesanía de Castilla y León. Luego, en el Servicio Militar, el cura me facilitó la entrada a la Escuela Superior de Arte de Valladolid y ahí depuré la técnica. Cuando volví a casa, decidí por mi cuenta empezar a dedicarme a esto.
–En una época en la que los adelantos tecnológicos ya lo acaparaban todo usted optó por trabajar con las manos. ¿Un romántico, camina a contracorriente...?
–Ni mucho menos. Teniendo herramientas y máquinas, ¿por qué vamos a cortar el árbol con hacha? Cuando ves una obra o quieres hacerla, el nombre de imaginero es perfecto porque te la estás imaginando, pero es que a la vez prácticamente la quieres hacer y te encuentras con que la madera está ahí y eres capaz de utilizar cualquier máquina que esté a tu mano para quitar la madera lo antes posible con el fin de llegar a esa obra. Y cuando ya consigues modelarla en formas, para eso sí que no hay máquinas: ahí quieres hacerlo a mano, sentir el material y cómo va naciendo la obra. Esa es la parte de magia y el romanticismo que tienen todas las obras.
ÁNGEL MARTÍN
–Mantiene el proceso de trabajo de los grandes maestros del Barroco, pero ¿dónde se aprende a hacer eso? ¿Dónde lo enseñan? ¿O es usted autodidacta?
–Cuando yo empecé, me enseñaron cómo se cogía una gubia y cómo tenía que golpear. El resto era cosa mía, me dijo quien me enseñó solo a cogerla. Gracias a ese momento, a estar con ese hombre, vinieron detrás un montón de muchos momentos. Pero siempre sale la esencia del ser humano y somos copistas. Copiamos de la naturaleza. ¡Hasta los tornillos están copiados de la naturaleza! Lo que ves es obra que hace otro y te gusta. Y cuando sabes que se han hecho con estas o aquellas herramientas, lo que quieres es adivinar cómo este consiguió hacer eso. Y no te va a salir a la primera; ni a la segunda, ni a la tercera. Está entonces el que te canses y lo dejes todo o el que se vuelva un reto.
–E imagino que se vuelve un reto.
–El problema es que mi oficio ha sido un reto detrás de otro y volver a lo mismo. ¿Dónde puedo aprender yo esto? Aquí no había nadie que me dijera en tal o cual sitio te lo enseñan. Ahora tenemos youtube, tutoriales de Internet.... Y hasta nos enseñan a afilar las herramientas. Yo no tuve eso.
–Pese a todo el patrimonio que tenemos, pese a todo el patrimonio que hay que restaurar, ¿es cierto que es imposible titularse como escultor o imaginero?
–Imposible. No lo hay.
–Gran e incomprensible contradicción, pues.
–Un chaval que acaba Bachillerato si quiere ser escultor o imaginero o se va a la universidad a titularse, y allí le van a enseñar la historia del Arte, solo la historia, o se va a Salamanca e inicia la carrera de Artes, donde le van a meter de todo: vaciado, dibujo, modelado, carboncillo... De todo. Y cuando llegue a la talla le enseñarán las herramientas y le dejarán tallar como mucho 15 horas, nada más.
–¿Así les preparan y les forman?
–Ojo, salen preparados porque tienen el gusanillo del arte y se van a una iglesia y ven retablos; luego irán a clase y le harán al profesor un montón de preguntas y este les contestará. Punto. Solo van a llegar ahí. ¿Dónde va a aprender ese chaval a preparar la cola de conejo (una solución acuosa de cola y conservantes que impiden el ataque de microorganismos)? En ningún sitio. ¿Dónde va a aprender cómo solucionar los problemas de volumen? En ningún sitio.
–Vaya panorama...
–Resulta que si habla ese joven con un escultor y este le coge, en un año va a aprender escultura. ¿Cómo hemos aprendido los demás? Ensayo-error y por interés, formándonos en todas las disciplinas. El imaginero a día de hoy lo tiene que hacer todo, incluida la policromía. Antes no lo hacían.
–¿Con 'antes' se refiere a los grandes de todos conocidos: Gregorio Fernández, Juni, Solanes...?
–Gregorio Fernández tenía, según cuentan, más de cincuenta personas trabajando con él. Tenía en el taller hasta herreros, que le hacían los herrajes y le afilaban las gubias. Gregorio no se paraba ni a afilar: tenía gente que afilaba por él. Si lo hubiera hecho todo él, todo, habría necesitado diez vidas completas, de los 15 a los 85 años. Para tallar todo lo que se le atribuye y lo que lleva su firma, no habría dado abasto en toda su vida. Tenía quien le ayudaba al primer boceto pequeñito y seguro que se lo daba a la línea de producción, por hablar en terminología de ahora, en la cual tenía aprendices, oficiales, entalladores, avanzados... La imagen iba pasando por todas esas personas y en muchos contratos tenái que poner que por lo menos el maestro hiciera las manos y la cara.
ÁNGEL MARTÍN
–Entre las nuevas tecnologías y la falta de proyectos para que alguien pueda titularse como imaginero o escultor, ¿es pesimista sobre el futuro de su trabajo?
–Por un lado, lo veo negro porque miro para atrás y no veo gente joven. Cuando empecé ya fuerte, a mis 19 años, había gente mayor que tallaba; los veías y aprendías de ellos. Y ayudaban siempre. Veo muy bien que se prepare a la juventud para arquitectos, médicos o abogados, pero que intenten en los centros de enseñanza algo para que utilicen las manos. La educación de la escuela finlandesa hace que los chicos desde pequeñitos sepan hasta cambiar un interruptor. Antes aquí se hacían en la escuela manualidades hasta con palillos. Pero no se trata de palillos, a ver si lo entendemos: se trata de que las personas empiecen con una habilidad manual, artesanal.
–En el mundo de la imaginería, ¿en el siglo XXI la dependencia del imaginero de la Iglesia y de las cofradías es absoluta?
–Gracias a Dios, no porque hay muchos particulares que te encargan distintos trabajos. Hoy por hoy son muy pocas las cofradías que pueden abarcar proyectos grandes. Por otro lado, está la competencia andaluza y ahí sí que llevo muchísimos años diciendo las mismas cosas.
–Que son...
–La escuela castellana de imaginería está muerta y enterrada; la andaluza, no. En Andalucía sigue viva: tallan vírgenes y cristos, siguen haciendo sus talleres y hay muchísimos imagineros que salen de escuela, pero de escuela de imaginería. Aquí no tenemos nada de eso. Y desde luego, tienen máquinas: ponen una mano y la máquina hace esa mano y la contraria; lo mecanizan mucho. Nada más ver una talla es fácil deducir que es andaluza porque tienen su técnica, su forma de hacer... Eso sí, les da mucho miedo la escuela castellana, porque cambia por completo, con Gregorio a la cabeza y, sobre todo, Juni.
–Ha tallado usted a José de Arimatea, a Nicodemo, crucificados, vírgenes para distintas advocaciones... ¿Cómo es capaz de imaginar uno la cara de Dios o de la Virgen?
–Le explicaré dos casos. Tuve que reponer una mano en un Padre Nuestro... ¿y me cree si le digo que fue ponerme a ello y que la mano iba saliendo sola? ¡Pero sola! La mano se fue creando ella sola. Y tuve un segundo caso.
–Cuente, cuente.
–Tallé el Cristo de la Paz y la Misericordia (un yacente que trasladan Arimatea y Nicodemo al sepulcro) para la Cofradía de Jesús Divino Obrero de León. Inicié el modelado en mi taller, con casi 500 kilos de arcilla. En las paredes coloqué centenares de fotos de todas las buenas imágenes de Cristo que hay en la imaginería española para tener una base que me guiara. No quería copiar a ninguno, pero tenía que tener muchos ejemplos a golpe de vista. Cuando ya el Cristo quedó modelado, hubo momentos en los que yo hablaba con él. Seguía trabajando en la talla y en la mano derecha quería hacerla con una gota de sangre en un dedo. No hacía más que modelarla y cuando acababa y me marchaba, la mano se caía. Se estuvo cayendo ocho o nueve veces. Y por más que hacía para sujetarla, la mano se caía. Seguía modelando y se caía. Un día estaba modelando como siempre y recuerdo que por lo menos llevaba tres horas en la tarea sin parar; me dolía todo el cuerpo, así que me levanté para coger aire y en ese instante ví los ojos del Cristo mirándome. Fue un momento en el que como que me dijera «Ahora sí, Ángel». ¡Y no se volvió a caer la mano!
ÁNGEL MARTÍN
–Ante cristos y vírgenes que usted talla resulta que la gente reza, se postra para pedir alguna gracia, pesenta ofrendas, agradece un don... ¿Cómo asimila usted que la gente dialogue con Dios a través de sus tallas?
–El primer año que salió en procesión ese Cristo yacente en León ya con las imágenes de Arimatea y Nicodemo, en 2008, me fijé que muchos cofrades acompañaban la procesión descalzos y el presidente de la Cofradía me dijo en un momento concreto: «Mire, Ángel, ya le están pidiendo». Yo no sé lo que pedían, pero era verdad, ya le estaban pidiendo: les veía descalzos, cómo lo portaban, y en un momento, al término de la procesión, con el paso ya en la iglesia, los cofrades se quitaron el capirote y fue impresionante ver cómo se abrazaban entre sí, y con sus familiares y miraban al Cristo. Sí, le estaban pidiendo a Dios a través de mi talla. Impresiona, impresiona.
–¿Para tallar un Cristo hay que ser creyente?
–Fe, cada uno la suya, pero la mía que no me la toquen. En lo que cada persona esté creyendo y por dónde haya llegado a ello, allá cada uno. Yo muchas veces, en según qué circunstancias, pienso que creo más que el clero. Pero sigo preguntándome aún muchas cosas y ahí ando buscando respuestas.
–¿La impresora 3D acabará algún día con la gubia y el formón?
–¡No!
–Qué contundencia.
–Ni la impresora 3D ni ninguna otra máquina copiadora. Una máquina es lo que es, una máquina. Si la programas para hacer un cubo, hará un cubo; si la programas para hacer una esfera, tendrás una esfera. No va a pensar más ni va a mostrar sentimientos. Y cometerá errores.
–Ah, pero, ¿las máquinas cometen errores?
–La persona que la maneja o la programa, sí.
–¿Un imaginero tiene fecha de retirada?
–No, no, no. Me estoy acercando a la edad de la jubilación, pero yo no podré decir que me esté jubilando porque lo diga el carnet de identidad. Tendré que bajar al taller y seguir dando golpes a la madera, porque es lo mío.
–Entonces, ¿ya sabe qué quiere ser de mayor?
–Quiero seguir siendo escultor. Es lo único: seguir creando y enseñar un poco más a la nueva savia que aparezca y tenga paciencia para escucharme.
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