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Se trata, sin duda, de uno de los grandes momentos de la Semana Santa de Palencia. De esos que nadie quiere perderse, de los que ... concitan al público desde horas antes para hacerse un hueco los más cerca posible de las vallas situadas frente a la portada de la majestuosa torre gótica de la iglesia de San Miguel.
Porque es en esas puertas de madera en las que golpea un hermano nazareno con su gallardete metálico para culminar la traición de Judas. El paso con la imagen del apóstol caído dispuesto a vender a su maestro espera fuera. Jesús de Medinaceli permanece en el interior, a la espera del beso de la traición. Suenan los tres golpes en la madera y las puertas se abren para dar paso a la carroza de plata, sobre la que se eleva la figura del Cristo, ataviado con su túnica morada.
Los nazarenos depositan frente a él los grilletes de pesado hierro y retiran la corona de espinas. La traición se ha consumado y arranca la procesión, ya al completo.
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Hasta ese momento, solo han desfilado los hermanos nazarenos, que escoltan el paso de Judas, impulsado por la fuerza de los brazos de Medinaceli. El resto de las hermandades palentinas, esperan pacientemente en uno de los laterales del templo. Una pantalla para seguir el acto ayuda a sobrellevar la espera, y el frío, intenso, inesperado ya a estas alturas del año.
Los minutos pasan y los cofrades se cansan, también el público, que incluso llega a las manos para hacerse con un hueco un poquito mejor desde el que seguir el acto del Prendimiento, que da nombre a la procesión.
El guion se va cumpliendo, llegan los nazarenos con Judas, los hermanos mayores, la representación institucional, el obispo también, y el cuadro de actores inicia la locución. Son los mismos de los últimos años, un periodista, Juan Francisco Rojo, y dos sacerdotes, Tirso Castrillo Amor y Pedro Brouilhet. Claman «prendedlo» y la traición se cumple en San Miguel. La Banda Municipal acompaña la salida de Medinaceli y se retira a continuación. La procesión parte, en dirección a San Pablo, a la casa nazarena, con la mirada puesta en Nuestra Señora de la Calle, La Soledad, San Agustín y San Pablo. La Calle Mayor se hace larga, demasiado fría. El viento mantiene a raya banderines y pendones, y la noche palentina le enseña sus dientes congeladores a los invitados nazarenos de Baltanás y del Santísimo Sacramento y Jesús con la cruz a cuestas de Burgos.
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