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josé maría díaz
Jueves, 13 de abril 2017, 00:28
A pesar de situarse entre los más jóvenes desfiles de la Semana Santa de Palencia, la procesión de Luz y Tinieblas, que la Hermandad Franciscana de la Piedad organiza en la noche del Miércoles Santo, se ha convertido en uno de esos recorridos esperados por cientos de fieles, ansiosos de poder contemplar el paso de la talla del Santísimo Cristo de la Vida y de la Muerte por el emblemático puente de Puentecillas.
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Se trata de un recorrido de esencia antigua, que atraviesa algunas de las zonas más históricas de la ciudad como las calles Santa Teresa, Mayor Antigua o la plaza de Cervantes, para enfilar a través de Puentecillas, el más querido y de más primitivo origen puente de la ciudad, hasta la iglesia de Santa Ana, hoy en día casi olvidada, pero en tiempos, una de las principales de la capital palentina, y la única que aún conserva su propio cementerio.
Y allí, junto a esa camposanto, cuidado y querido aún, aunque sin inhumaciones desde hace años, los cofrades de la Piedad pudieron recordar anoche a sus difuntos, envueltos en el halo de misterio que imprimen los entornos de Santa Ana, el paso sobre el puente de los Canónigo o el silencio de las calles de Allende el Río, únicamente roto por el tambo que acompañaba a la imagen de Jesús.
Porque lejos del triunfalismo de la procesión de Ramos o de la espectacularidad de La Oración del Huerto o de Los Pasos, el desfile de Luz y Tinieblas se caracteriza precisamente por la sobriedad. Una sola imagen, portada a hombros por tandas de ocho cofrades, entre las que pueden encontrarse los colores de todas las hermandades palentinas. Solo un tambor para marcar el paso, y la estridencia de las carracas para ordenar las paradas. Algún toque de tararú, y el basto paño marrón de los hábitos franciscanos para evidenciar aún más esa sensación de pobreza.
Una procesión que se hace cercana a cuantos la contemplan y que invita al acompañamiento, no a la admiración lejana. Y así, cientos de palentinos no dudaban ayer en caminar al paso de la imagen de Jesús, recordando esas procesiones tan entrañables de los pueblos pequeños.
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