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Carlos Alonso Pérez-Fajardo (derecha) explica a los asistentes los pormenores de la exposición. ANTONIO TANARRO
Los Zuloaga: de Segovia al París de la Belle Époque

Los Zuloaga: de Segovia al París de la Belle Époque

El Museo Zuloaga acoge hasta mayo la exposición 'Zuloaga. Mi tío y mis primas', que exhibe lienzos de Ignacio que triunfaron en Europa

Carlos Álvaro

Segovia

Jueves, 17 de febrero 2022, 20:11

La exposición está dedicada a la labor investigadora que sobre la obra de Ignacio Zuloaga realizó Mariano Gómez de Caso, y en sus salas se siente el espíritu luchador, infatigable y arrollador de María Rosa Suárez Zuloaga, nieta del pintor vasco. Ambos murieron en 2021, justo el año en que la obra de Ignacio volvía a salir a Europa (la exposición de Estonia en la primavera fue un auténtico éxito) y de la conmemoración del centenario de la muerte del ceramista Daniel Zuloaga, tío del pintor. Secuela de esta efemérides es la exposición que el Museo Zuloaga de Segovia (San Juan de los Caballeros) mostrará hasta el mes de mayo, una auténtica delicatessen que ningún segoviano debiera perderse, por todo lo que de Segovia tiene en sus paredes.

Organizada por la Junta de Castilla y León y comisariada por Carlos Alonso Pérez-Fajardo y Santiago Martínez Caballero, 'Zuloaga. Mi tío y mis primas' es un homenaje a Daniel Zuloaga Boneta (1852-1921) a través de la obra de su querido sobrino Ignacio Zuloaga (1870-1945), precisamente en el espacio de la antigua iglesia de San Juan de los Caballeros, donde Daniel instaló su taller y su vivienda y donde Ignacio pintó algunos de los lienzos segovianos que más fama le dieron en los salones parisinos, entre ellos los retratos que hizo de Daniel y sus hijas, Cándida, Teodora y Esperanza. La exposición, un viejo sueño de María Rosa Suárez Zuloaga, gira en torno a la relación entre Ignacio y Daniel, abordada desde una perspectiva cercana y documentada y a través de una selección de obras de Ignacio que tiene como protagonista a su tío y especialmente a sus primas. Se trata de cuadros procedentes de distintos museos públicos y colecciones privadas y del propio Museo Zuloaga de Segovia. Destacan 'Retrato de Daniel Zuloaga', a carboncillo (1905), 'Busto de Esperanza' (1906), 'Mi prima Cándida' ( 1906), 'Mis primas en el balcón', 'Retrato de José Rodao' (1914) o 'El picador' (1910), protagonizado por uno de los modelos segovianos preferidos de Zuloaga, el tío Francisco. De una de las paredes cuelga el gran 'Belmonte en plata' (1924), cedido por el Museo de Pedraza, en recuerdo del mítico matador de toros que Ignacio Zuloaga trajo a torear a Segovia en junio de 1919.

Con los cuadros de la familia de Daniel Zuloaga, el pintor logró sonoros triunfos en los salones internacionales. El primer gran éxito se produjo, de hecho, con la obra 'Mi tío y mis primas' (Museo de Orsay, de París), lienzo decisivo por cuanto consolidaba el cambio de paradigma en su pintura, de Sevilla a Segovia. Desde entonces, sus primas se convirtieron en las modelos más retratadas y la familia volvió a protagonizar obras antológicas, como 'La familia de mi tío Daniel' (1910), hoy en el Boston Museum of Arts.

La selección de obras se expone acompañada de un conjunto documental que contribuye a contextualizarlas e incluye fotografías y cartas procedentes de los archivos de los Zuloaga, así como recortes de prensa y artículos que dan fe del paso de los dos artistas por Segovia. En este sentido, el trabajo de documentación que en su día realizó Mariano Gómez de Caso resulta impagable.

En su exposición, Carlos Alonso Pérez-Fajardo subrayó la importancia que Segovia y Castilla tuvieron en las obras de Ignacio y Daniel. «Aquí hay trabajo para ochenta años», llegó a afirmar el primero en alguna ocasión. Ellos contribuyeron a dar a conocer esta tierra, sus gentes y sus piedras, uno a través de la pintura y otro con la cerámica, oficio que elevó a la categoría de arte. Daniel recuperó las técnicas tradicionales y creó su propio estilo de decoración cerámica, dentro del regionalismo y la estética del 98.

'Zuloaga. Mi tío y mis primas' desprende un halo de melancolía que transporta al visitante a los albores del siglo XX, cuando Segovia era una puebla de labriegos y tratantes, de mesones y posadas, de mujerucas que cruzaban las calles arrastrando sus negros faldamentos, la Segovia de Gregorio el Botero, el enano patizambo que deambulaba por sus calles mal empedradas, paradigma de la vieja Castilla que conmovió al París de la Belle Époque.

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