a. v.
Segovia
Martes, 22 de mayo 2018, 12:02
Se abre el telón y aparece Ramón Fontserè boca abajo, dormido sobre una estructura negra de tres pisos. Su sueño se ha alcoholizado y ahora le toca discutirlo con un teléfono móvil al que llama, sin ningún tipo de cariño, 'Robot' y que, aunque le ... pese a Fontserè y aunque le pese a Martín, su personaje en 'Zenit, la realidad a su medida', la obra que representó Els Joglars en el teatro Juan Bravo, en algún momento de esta vida ha llegado ―o poco le falta― a identificar a «el compositor ese ruso» como Tchaikovsky y a ser capaz de reproducir de inmediato una de sus melodías sin necesidad de más referencias que esa. Como para no pegar un trago de whisky y preguntarse, pluma, Olivetti y portátil en mano, hasta dónde hemos llegado… y lo peor, hasta dónde pretendemos llegar. El sueño sobrepasado. La realidad convertida en pesadilla.
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Pero antes de toda esa pesadilla, el sueño. En 'Zenit', Els Joglars introduce el presente de una manera digna de ser mencionada y, al mismo tiempo, de no ser desvelada en su totalidad, pues quien leyese cualquier referencia a la obra perdería esa sorpresa convertida en una especie de cabecera magistral de 'Érase una vez el hombre'. Una vez llegados a ese presente, la música de Piotr Ilich se transforma en todo el ruido en el que se ha convertido el periodismo en los últimos años. Ya no se escucha el golpe pausado y acelerado repentinamente, y pausado y acelerado por un momento, de las teclas de una máquina de escribir. En las redacciones ya no se escuchan interminables conversaciones de teléfono tratando de dar con la certeza de dos partes. Ya no se siente el silencio de quien lee y lee y lee, y reflexiona y analiza y piensa antes de dar con el titular adecuado. Todo es ruido y, en honor a la verdad, Els Joglars consigue captar todo ese ruido hasta transformarlo en un molesto zumbido de abeja.
El chaleco amarillo con el que Pilar Sáenz lidera ese periódico ya advierte del desastre, y el hecho de que el único periodista que no ha sido embriagado por los hashtags, los 'megustas', los 'follow', los 'clics', el resto de anglicismos e imbecilismos de la profesión, presente un aspecto lamentable, como de ser perdido en las cloacas del romanticismo y del alcohol más rancio, ofrece un indicio de lo descuidado y desprotegido que ha quedado el mundo de la información y la comunicación con la llegada de la inmediatez y el todo vale por un número más. El becario aporta algo de esperanza… Sí… pero no; todos sabemos que no. ¿Qué más da cómo escriba, mientras lo escriba por y en ciento cuarenta? Euros, segundos, caracteres… ¿Qué más da?
El público tampoco queda a salvo del vagón en el que Els Joglars mete al cénit de la desinformación y es de agradecer que la culpa no resida solo en quien escribe; que esta mentira es, en verdad, de todos, aunque sobre todo lo sea de quien utiliza la deontología para llenar la estantería del despacho o para equilibrar su cojera. «Si tu padre viera en qué se ha convertido esto…», le dice Martín en un momento dado a la dueña de Zenit. Ojalá muchos dueños y directores de medios de comunicación entre el público. Ojalá muchos periodistas. Ojalá muchos devora titulares. Porque 'Zenit' es exactamente la pesadilla de ese sueño; escena a escena, letra a letra.
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