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Iker Fernández tenía motivos de sobra para hacerse un dúplex bajo tierra tras una pifia defensiva que valió el 0-1 ante el Getafe B el domingo, el día de su debut con la Gimnástica Segoviana, pero buscó la redención. «Me acerqué un poquito al área porque Sergi y Hugo van bien por arriba; si la peinan o algo, igual cae por aquí cerca». Y marcó. El chaval que nació el 5 de enero de 2006 recibió su mejor regalo de Reyes: el alivio. Por eso se marchó gritando hacia el córner: «¡Vamos! ¡Vamos!». Capturó en un suspiro lo que otros experimentan en años. «En un minuto viví lo peor y lo mejor del fútbol».
Cuando aún era Iker, su abuela dio el balón a aquel niño inquieto con apenas dos años y le apuntó al Santa Marta, un equipo de barrio de Ponferrada. Las reservas de su madre porque «el niño» se hiciera daño porque jugaba con compañeros mayores que él, fueron desapareciendo. «Vio que estaba todo el día deseando que llegara el momento de ir». A los cinco años, pasó al San Ignacio. Le dejaron jugar con los de siete y como había otro Iker en el equipo, su entrenador le preguntó que cómo le llamaban en casa. Así se convirtió en Peke, porque era el pequeño –tiene una hermana mayor–, aunque ahora tiene uno de cuatro años. Pero la tradición se mantiene. «Mi hermano pequeño me llama Peke».
Un chico con la seriedad por castigo que se quedó con 11 años a una convocatoria con la Federación de Castilla y León de ir al Campeonato de España. Ya estaba en la Ponfe, que le reclutó a los siete, cuando el San Ignacio se quedó sin equipo. Allí pasó toda su etapa de formación hasta que puso rumbo el pasado verano a Segovia. «Me ofrecen entrenar con el primer equipo y, si me lo gano, quedarme. Me pareció una oportunidad muy buena. La verdad es que allí no miran mucho por la cantera». Vino con Álvaro, otro canterano del club berciano que es ahora el tercer portero. Viven juntos en un piso alquilado por el club.
Cambió su vida: ahora entrena por las mañanas y cursa Bachillerato por las tardes, en el Andrés Laguna. El fútbol le obligará a dedicar un año lectivo extra, pero el sueño de ser futbolista profesional lo justifica todo. «Te da pena porque dejas allí a todos tus amigos y a tu familia, pero yo quería intentarlo, estar cada día más cerca de mi sueño». Lo que más echa de menos es la comida de su madre, las hamburguesas. El precio de su aventura es ver a su familia «con suerte» una vez al mes. A diferencia de otros canteranos azulgranas, Iker no tenía ni idea de quién era Ramsés Gil, todo un descubrimiento aquel 20 de julio en su primer entrenamiento: «Lo que más me gustó y sorprendió es que da las mismas oportunidades a todos. Que somos la misma persona, da igual que seas un juvenil o el más veterano».
Iker entrena toda la semana con el primer equipo y juega con el juvenil el fin de semana. Los días previos al partido con el Villanovense, el 28 de enero, echó números porque había tres sancionados y se marchó Ivo. «Se van yendo jugadores y dices, igual llega la oportunidad y puedo ir convocado». Cuando le dijeron que fuera a entrenar el sábado –ese día jugaba el juvenil– ya se lo olía. No hubo grandes gestos, fue un hecho consumado: su nombre estaba en el papel de convocados. «Tengo que aprovecharla, no defraudar al míster con la confianza que me ha dado».
Fue con el juvenil Kunhao, con el que compartió habitación y ha estrechado vínculos estos días. «Antes de viajar te dan todos la enhorabuena, pero luego es todo normalidad». Aunque él salió primero a calentar, fue su compañero el que debutó. «Es lógico, si hace falta un jugador para el centro del campo, que lo meta a él. Los tres puntos y todos contentos». No pensó que fuera flor de un día. «Ramsés no te incita a pensar eso. Si entrenando te lo mereces, te va a dar la oportunidad». Por eso ignoró los últimos días del mercado de fichajes. «Si llegaba alguien, llegaba. Si voy a jugar es porque me lo merezco, no depende de nadie más».
El domingo que lo cambiaría todo lo empezó viendo resúmenes de otros partidos, se hizo unos macarrones para comer y vino a buscarle Arévalo para llegar a La Albuera poco después de las tres. Alguien que estuvo en su situación hace casi cuatro años. «Me dice que tenga paciencia, que si tiene que venir, va a venir». Los últimos mensajes que leyó antes del partido fueron de su familia: «Me deseaban suerte, que yo podía con todo». Salió con Astray a calentar y recibió la llamada: «Cámbiate rápido, que tienes que salir ya». Y las últimas palabras de Ramsés: «Tranquilo, si lo haces como en los entrenamientos, todo va a salir bien». Tiene la costumbre de asegurar su primer contacto con el balón, sin excesos, pero salió sin miedo. «Estaba deseando que me llegase un balón para poner un centro, encarar, poder hacer algo».
Quizás por eso cometió el error clave del 0-1. «Quedó un balón dividido en el área y yo lo intenté aguantar. Justo Carmona me la pidió y yo la despejé, pero rebotó en uno de ellos y entró». Se cabreó consigo mismo, nada de lágrimas. Llegaron al rescate Astray y Sergi: «No pasa nada, tienes que seguir». Cuando metió gol segundos después, el central alicantino sacó pecho: «¡Te lo dije!» Después del partido, solo hubo parabienes, como el de Juan de la Mata: «¡Vamos, niño!» Y lo celebró un rato con sus abuelos, que habían hecho el viaje desde Ponferrada para verle. Los que llevaban al peque al fútbol.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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