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preguntaban si podía respirar y a mí parecía que sí. Pero me ponían el aparato en el dedo y el resultado era terrible. Es una enfermedad que no te dice lo que te está haciendo en el cuerpo, cuando en tu interior están pasando cosas muy graves. Es un virus silencioso, que te destroza por dentro y puedes llegar al final sin saber realmente lo grave que estás. Por eso ha habido tantas personas que se han muerto solas en casa».
Javier Martínez (56 años), director de comunicación del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, es un viejo conocido del deporte segoviano. Durante diez años dirigió el Open de Tenis Villa de El Espinar y formó parte de la directiva del glorioso Caja Segovia de fútbol sala que tantos títulos nacionales e internacionales conquistó entre finales del siglo pasado y principios del actual. Pero este año ha tenido que medirse a un enemigo mortal: el coronavirus. Estuvo treinta y tres días en el hospital, nueve de ellos en la UCI, entre los meses de marzo y abril, y hoy sigue peleando contra las secuelas que la covid le ha dejado. «Ahora me cuesta mucho respirar. Todavía tengo los pulmones muy afectados. ¿Hasta dónde va a llegar la recuperación de mis pulmones? Nadie lo sabe. Ni siquiera, si se van a poder recuperar del todo o se van a quedar dañados. Con el último TAC pulmonar que me hicieron, el quinto, me dijeron que aún los tenía muy afectados. A ver qué resultado arroja el siguiente. Pero, sí, me cuesta mucho respirar. Y con la mascarilla más».
Especiales coronavirus
Para Javier, el calvario empezó a mediados de marzo, en lo peor de la pandemia. Nueve días con fiebre precedieron a su ingreso en el hospital. «Llegué con neumonía bilateral múltiple y a los dos días de ingresar sufrí una trombosis pulmonar. Entré en la UCI y faltó muy poco para que me intubaran, en dos momentos muy delicados, pero gracias al equipo de neumología, que me puso un aparato respiratorio especial, conseguí evitarlo. Estuve nueve días en la UCI, despierto en todo momento y consciente de la gravedad de la enfermedad, de la que ya había oído hablar mucho, primero por mi trabajo, porque estuve elaborando informes y guías de recomendaciones para los psicólogos hasta que la fiebre me impidió seguir adelante», cuenta. En la soledad del ingreso, rodeado de sanitarios tapados hasta arriba, Javier tuvo tiempo de reflexionar. «Todo el mes que estuve en el hospital permanecí incomunicado. Los médicos hablaban con mi mujer, Mari Cruz, que también contrajo el virus y tuvo un principio de neumonía, aunque afortunadamente no necesitó hospitalización. Por la cabeza se me pasaban muchas cosas. Sabía que estaba muriendo mucha gente y que las familias no se podían despedir de sus seres queridos, y sentía impotencia, porque eso me podía estar pasando a mí. Pensé en el trabajo que veía hacer a los sanitarios, que se empleaban a fondo, poniendo toda la fuerza y todo el cariño del mundo en sacarme adelante, incluso emocionalmente. La fisioterapeuta que trabajó conmigo se jugó el tipo, pero a ninguno les faltó un gesto de cariño. Les estaré agradecido eternamente. Y, claro, también pensaba en mi familia, lo que estarían sufriendo en casa, sin poder hacer otra cosa que esperar a que el médico los llamara. Después supe de la cantidad de amigos y de compañeros, de todos los ámbitos, que se preocuparon por mí en cuanto conocieron lo que me estaba pasando», recuerda con un punto de emoción.
Y llegó el momento de salir del hospital, pero Javier no parecía el mismo. Se había dejado diez kilos en la cama y no podía mantenerse en pie: «Estaba hecho polvo. Cuando empecé a andar, no tenía una sola fuerza. Salí del hospital, sí, pero estuve un mes enganchado al oxígeno, primero las veinticuatro horas del día, después solo por las noches. Las secuelas siguen ahí. La trombosis me hizo mucho daño. Luego me he sometido a pruebas de todo, de corazón, de tórax, de pulmones, yo que sé...». Pese a todo, la recuperación fue por buen camino y en agosto regresó al trabajo. «Necesitaba trabajar. Quería, además, aportar algo de mí para tratar de combatir esta situación tan penosa que tantas secuelas psicológicas está dejando en muchas personas», dice.
Con la perspectiva que otorga el escaso tiempo transcurrido, el exdirector del Open de Tenis de El Espinar advierte de la gravedad de la pandemia y apela a la responsabilidad individual y colectiva: «Esto está siendo una prueba para todos, como individuos y como sociedad. Y como individuos tenemos que ser responsables, aunque ya hayamos superado la enfermedad. Hay muchas personas que se han quedado en el camino, muchos mayores que han muerto. Y, por ellos, que nos han dado la vida, la educación y la sanidad que tenemos, debemos ser responsables. No pasa nada por limitar los encuentros, los abrazos, los besos, las celebraciones familiares. ya llegará el momento. Tenemos que tener un compromiso con nosotros mismos. Lo pido encarecidamente».
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