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Una vida confinada entre periódicos, revistas y chucheríasJuan José Jiménez se convirtió en quiosquero en el año 2000 porque le diagnosticaron dos hernias discales y necesitaba un trabajo menos exigente físicamente que la construcción de carreteras. Su hermana Pilar, que mantiene junto a la Estación de Autobuses uno de los cuatro quioscos ... en funcionamiento en Segovia, le propuso coger el de Coronel Rexach, pues el titular de su concesión buscaba un traspaso.
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Su espacio vital eran centímetros, pues aquel lugar tenía literalmente un metro cuadrado entre cajas cerradas de golosinas. «Tu movimiento consistía en girar sobre una silla que estaba en el centro. Nada más. No había sitio ni a la derecha ni a la izquierda. Y de frente tenías una ventanita muy pequeña, porque los cristales estaban forrados de revistas», relata.
Era el apogeo de los quioscos, hasta el punto en que le salía rentable abrir a las seis y media de la mañana. «Antes, la gente compraba mucho la prensa por la mañana, antes de trabajar. Ahora ya no. Y entonces se vendía 20 veces más tabaco que ahora».
Tanto se hizo a esos horarios que asumió el cargo de repartidor de prensa, una ruta de vías principales que pasaba por edificios públicos, bares o algún domicilio. Las arterias principales de la ciudad, sin callejear. Se encargaba inicialmente un compañero argentino que cerró su quiosco en la estación de tren y volvió a su país. Lo hacía antes de empezar a trabajar a eso de las ocho con su quiosco ya montado. Y hasta las ocho de la tarde, con los tiempos muertos justos.
Algunos cerraban para comer y otros buscaban alguien de confianza para que hiciera el relevo. Y el tema que cada quiosquero guarda para su intimidad: las visitas al baño. Jiménez preguntó a la empresa que estaba soterrando los cables de comunicaciones si se podía comunicar su caseta con los desagües de la acera de enfrente. Pero el precio era prohibitivo. Una rutina luchando contra la claustrofobia, estirando las piernas y sin tiempo que perder.
«En 25 años no me habrás visto leer un periódico en el quiosco, siempre había algo que hacer. A los quioscos entran y salen cosas a diario». Una vida de devoluciones, de comprobar facturas semanales para no «pringar» dinero. El tiempo de respiro se lo dio la tecnología: abandonar la agenda y descubrir el Excel. Tras el cierre, agradece a sus clientes y a los vecinos del barrio una relación diaria de 25 años: «Gracias a ellos el quiosco pudo funcionar», remarca el segoviano.
Así clasificó a tantos clientes que no solo compraban periódicos, sino que coleccionaban sellos, monedas, muñecas o soldados. En una época sin los gigantes actuales del comercio electrónico, un quiosco era un inventario del ocio. «Ahora ya nadie colecciona nada, lo compran directamente; pero antes mantenían el negocio». Así cumplirá en junio 50 años cotizados a la Seguridad Social, una hucha a la que aporta desde los 14.
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