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El pasado 14 de septiembre era enchiquerado en la plaza de toros de Valencia de Don Juan un imponente toro de Dolores Aguirre que había sido sobrero en las Corridas Generales de Bilbao y, a la postre, un peligroso burel que pegaría un tabacazo a uno de los actuantes.
Con motivo del centenario de la plaza de la localidad leonesa se había preparado un cartel donde las dos ganaderías anunciadas, Dolores Aguirre y Araúz de Robles, eran el principal atractivo del festejo.
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Todo seguía su curso hasta que el sexto toro, el Dolores Aguirre procedente de Vistalegre (el coso bilbaíno), corneó doblemente al segundo de la cuadrilla de Diego García, el banderillero segoviano Víctor Pérez. Una cornada de 25 centímetros en el perineo y otra de 20 en el glúteo fue el duro pronóstico que firmaron en el Hospital de León, donde los cinco días que el subalterno pasó ingresado «fueron una pesadilla y un desastre total», según aseguró en declaraciones a Leonoticias.
La complejidad de atajar una cornada hizo que la experiencia del banderillero en el Hospital Universitario no fuese del todo buena. «Si llego a estar dos días más ahí no sé yo qué hubiera pasado», comenta renegado. «No podía ni caminar, era como una penitencia», relata. De hecho, la cantidad de pus que se había acumulado durante los días posteriores a la intervención le obligaron a ser de nuevo intervenido en la tarde del pasado lunes 23 de septiembre en Madrid. «Consulté con Enrique Crespo y pedimos el traslado», dice.
Y es que en León ni siquiera le decían lo que tenía. «No me explicaban hasta dónde llegaban las cornadas ni qué profundidad tenían, quería irme a Madrid para al menos tener esa tranquilidad emocional de saber lo que había. Fue horroroso», relata a este medio.
Bien sabida es la nobleza del toro bravo. Siempre avisa antes de coger. Gestos, manías o simplemente por casta, el toro siempre envía señales. Y el de Dolores no fue menos. «A mi compañero le cortó mucho en el primer par de banderillas (en vez de seguir el curso natural de la arrancada, el toro, mediante un brusco movimiento, acorta la distancia hasta el cuerpo del banderillero) y le apretó hasta el burladero», explica, «y yo tengo una manera de interpretar la tauromaquia un poco especial, siempre me entrego».
«El toro me esperó y se arrancó, yo le esperé, le gané la cara y le clavé las banderillas, pero me hizo hilo y la primera cornada me la dio en el aire», prosigue. «Según me metió el pitón en el aire me asusté porque noté por dónde entró y esa zona del perineo es peligrosa», apunta.
Aunque Víctor tenía ya varias participaciones firmadas, no será hasta la temporada que viene cuando vuelva a vestirse de luces. «Estas heridas de ahora hay que cuidarlas mucho, han dolido», reflexiona, por lo que a pesar de sus habituales rápidas reapariciones, no será este percance uno más. «Fue un buen viaje y ahora hay que ir poco a poco», sentencia.
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