El verano que nos visitó el huésped del Ganges
Epidemas históricas ·
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Epidemas históricas ·
Como otras capitales españolas, Segovia sufrió en 1885 la embestida del cólera morbo asiático, que causó casi 300 muertes en la ciudadEntre la muerte de Ruperto Pascual de Frutos, de 24 años, y la de Secundino Casabán, de 71, mediaron 227 partes de defunción que los médicos rubricaron mañana, tarde y noche, al pie de la cama de los enfermos, bajo la luz de una vela, con un temor al contagio que hacía todavía más difícil tan penoso trabajo. El cólera morbo asiático, el huésped del Ganges, hizo estragos en la decrépita Segovia de 1885. Algo más de setenta y cinco días duró la epidemia, entre el 27 de junio y el 12 de septiembre, aunque el periodo álgido coincidió con los días de más calor, entre julio y agosto.
Cuenta Miguel Ángel Chaves que el cólera entró en la ciudad con un tabernero del barrio del Mercado que había viajado a Aranjuez a comprar una partida de vino. Ruperto Pascual, hortelano, vecino de San Lorenzo, contrajo la enfermedad en la misma tasca. Fue el primer colérico segoviano pero no el último; pocos días después se contagiaba una vecina de la calle Marqués de Villena, en San Marcos, Eresma abajo, y a raíz de ahí fueron apareciendo sucesivos focos, sobre todo, en los arrabales y en las manzanas más depauperadas.
El cólera puso de manifiesto la falta de higiene y la degradación de una ciudad de menos de 13.000 almas que mantenía hechuras de poblachón medieval, con una escalofriante falta de limpieza, sin luz eléctrica ni alcantarillado y surcada por un arroyo, el Clamores, que recibía todo tipo de inmundicias. Este panorama favoreció la propagación de la epidemia pese a los esfuerzos que la autoridad hizo por prevenir y atajar el mal tras conocer que en la costa levantina la muerte avanzaba a un ritmo difícil de controlar.
Al comienzo del mes de julio, las alarmas estaban encendidas, pero la declaración oficial no llegó hasta el día 20 porque quiso evitarse que cundiera el pánico. No obstante, para entonces eran 26 los fallecidos. La Junta Local de Sanidad nombró comisiones parroquiales que realizaron visitas domiciliarias en todos los barrios. También se estableció un servicio de desinfección en la estación del ferrocarril y en los fielatos de recaudación de consumos, donde, no sin protestas, eran fumigados todos los viajeros. Desde la declaración oficial, Sanidad organizó y reforzó la asistencia médica y ordenó al Ayuntamiento levantar un pabellón para aislar a los atacados que dio cabida a 50 camas en la Casa de Mixtos, junto a la plaza de toros.
Las defunciones se sucedieron los últimos días de julio. El 25 murieron 12 vecinos y el pueblo, consternado, salió a la calle para trasladar a la Virgen de la Fuencisla a la Catedral. La rogativa contó con una afluencia masiva de fieles, respuesta que el obispo, Antonio García Fernández, aprovechó para denunciar los «vicios» de la sociedad y los trabajos serviles que no respetaban los domingos ni los días de fiesta.
El milagro no llegó, y los contagios y muertes fueron aumentando. Los nombres de María García, Gabriela Martín, María Olmos, Víctor Mesonero, Ángel García, Inés Sanz, Francisca Galindo, Natalia Esteban, Josefa Felipe, Francisco Calle, José María de Pablos o Josefa de la Concepción corresponden a los segovianos fallecidos el día 2 de agosto, el de mayor mortandad. Hasta 18 óbitos se produjeron en aquella jornada, aunque el día anterior había registrado 17, y el 3 de agosto, 13. Tal era la situación de angustia, que la autoridad decidió suprimir el toque de agonizar, así como el clamor que se daba al conducir los cadáveres al cementerio. También se dispuso que los traslados al camposanto, que se realizaban a altas horas de la noche y primeras de la madrugada, no contaran con acompañamiento alguno. El mes de agosto se llevó por delante la vida de 131 personas, 78 mujeres y 53 varones. Los certificados revelan que las principales víctimas del cólera fueron las mujeres mayores de 60 años y viudas, más desamparadas, con una incidencia muy notable entre las féminas de entre 30 y 49 años. Ancianos y niños de hasta 10 años también jalonan las relaciones de finados.
La psicosis que el luto desencadena es absoluta. Hacia el 10 de agosto, corre el rumor de que se han lavado ropas de coléricos en los arroyos de la Dehesa que desembocan en el Clamores, pero el propio alcalde lo desmiente de inmediato. De esta misma fecha es una petición que formula el propietario de una vivienda situada en el número 28, duplicado, de la calle Real del Carmen, muy cerca del Azoguejo, para fumigar la casa donde días atrás han fallecido de cólera dos alumnos de la Academia de Artillería, a quienes tenía alquiladas sendas habitaciones. El médico exige al Ayuntamiento tres fumigaciones de veinticuatro horas cada una, picar las paredes y los techos de las estancias ocupadas por los atacados y un enyesado y blanqueo generales. La Junta Local de Sanidad reforzó la atención a los más pobres y publicó un folleto de prevenciones que repartió profusamente por parte de la provincia. Pueblos como Zamarramala, Hontoria, Bernuy de Porreros o Valverde también sufrieron el azote del huésped del Ganges, que ya había visitado Segovia en los años 1834 y 1855.
Eduardo Martínez de Pisón traza la geografía urbana del cólera de 1885 y señala que el 77% de los fallecimientos se produjo extramuros de la ciudad, es decir, en los arrabales. Por zonas, las riberas del Clamores y la calle del Mercado fueron las más castigadas. Los domicilios de invadidos y fallecidos apuntan al eje que forman las calles de la Plata y Campillo. También aparecen marcadas por la guadaña de la muerte las calles de Cantarranas, Barrihuelo, Muerte y Vida, San Francisco, Asunción, Santo Domingo, Pinilla, Carretas, Caballares, Canaleja, Real del Carmen y Santa Columba. En El Salvador están señaladas Ochoa Ondátegui, Cañuelos, Santa y Gascos; en San Lorenzo, los alrededores de la plaza, Las Nieves y San Vicente; y en San Marcos, Marqués de Villena y San Marcos. En el casco antiguo, donde residían las clases adineradas, los focos se ciñeron a las proximidades de la Puerta de San Andrés, la Judería y San Nicolás, con algunos casos aislados en las Canonjías y en la calle Ancha.
Las medidas comenzaron a surtir efecto en el transcurso del mes de agosto, y los decesos fueron reduciéndose paulatinamente. A partir del 20, la media diaria de fallecidos no supera los cuatro. En septiembre hay registrados 7 muertes de 10 casos. Fueron las últimas del cólera, aunque la crisis no se dio por superada hasta octubre. Detrás de los nombres, la estadística oficial habla de 227 difuntos (137 mujeres y 90 varones) y de 513 atacados (307 mujeres y 206 varones).
Relata Luis Martín García-Marcos que, a pesar del dolor y del miedo, la vida en la ciudad continuó «fácil y apacible». El tiempo fue lluvioso y fresco en aquel 1885 del cólera, y el otoño entró pronto. El público se refugió en los teatros para olvidar los días de depresión colectiva (el rey Alfonso XII murió en noviembre de tuberculosis), y la juventud siguió acudiendo a El Pensamiento y a Cielo Hermoso «con el fin de marcarse a izquierdas un chotis, o languidecer, según el rito, a los acordes de la habanera».
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