![«Desde la ventana del Clínico veía ir y venir coches fúnebres»](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202012/12/media/cortadas/mariano-ksX-U1201033431307Y2C-1968x1216@El%20Norte.jpg)
![«Desde la ventana del Clínico veía ir y venir coches fúnebres»](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202012/12/media/cortadas/mariano-ksX-U1201033431307Y2C-1968x1216@El%20Norte.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Dice que no quiere oír ni leer nada relacionado con el coronavirus, y en el trabajo y el golf encuentra la motivación para salir adelante, a pesar de los dolores de rodillas y tobillos que todavía lo atormentan, aunque han pasado ya ocho meses de aquella pesadilla que vivió entre el 15 de marzo y el 15 de abril, aproximadamente: «No lo olvidaré jamás. Desde mi cama del Clínico de Valladolid, donde estuve ingresado quince días largos, veía el trasiego de ambulancias y coches fúnebres que entraban y salían del hospital. Sabía que aquello era muy serio, que yo había estado a punto de irme y que si conseguí sobrevivir, fue por mi fuerza mental, por mi subsconsciente, que me decía 'adelante, adelante'».
Mariano Gómez Vaquerizo nació en Abades (Segovia) hace 62 años y es empresario de la construcción. Le cuesta rememorar la experiencia, y admite su timidez, pero accede a la entrevista porque cree que su testimonio puede servir «para que los que todavía no están concienciados empiecen a estarlo». Se contagió durante aquellos días de marzo previos al comienzo oficial de la pandemia en que todos íbamos sin mascarilla, sin protección ni información alguna. Pero no quiere darle muchas vueltas; solo sabe que lo pasó muy mal, que estuvo en el abismo y que unas tremendas ganas de vivir y una fuerza quizá sobrenatural lo sacaron de él cuando el latido de la vida se apagaba. «Luego he sabido que hacia el 3 de abril o así le dijeron a mi mujer y a mi hermana que la cosa estaba muy mal, que es lo que había, vamos. Y yo, que oía las conversaciones de los médicos, lo que decían, sabía que me iba por segundos. En sueños, delirios o no sé cómo llamarlo, veía, sobre un fondo negro y tenebroso, unos caballos que venían hacia mí y me empujaban al abismo. Sentía el pecho del caballo sobre mí e intuía al jinete en lo alto, y cuando ya iba a empujarme, yo caía, caía al fondo, pero volvía a levantarme y conseguía salir del agujero. No sé qué fuerza mental me mantuvo con vida. 'No me puedo ir', pensaba. Mi hija, mi hijo, mi mujer... Luché muchísimo, no físicamente, porque tenía el cuerpo destrozado, reventado, pero sí mentalmente. Mi subconsciente estaba ahí, diciéndome que tenía que vivir. Creo que me agarré a la vida como pude», relata.
Especiales coronavirus
Parece un cuento de terror y no lo es. Mariano llegó al Hospital de Segovia después de diez días en casa a base de paracetamol, le diagnosticaron una neumonía bilateral aguda muy avanzada y lo enviaron a Valladolid. «Sé que me trasladaron porque en Segovia no podían hacer nada por mí», añade. Estuvo malo, muy malo, con el cuerpo exhausto por la medicación y el zarpazo del virus. «Fui mejorando, no sé cómo ni por qué, y llegó el momento de volver a casa. Mi mujer había contraído el virus y estaba confinada en Segovia, así que me aislaron en la casa del pueblo, en Abades, donde estuve solo, con la ayuda externa de mis hermanos y mis tías, que me llevaban la comida y me animaban. Las primeras noches volvieron las pesadillas, los terrores; necesitaba encender todas las luces, cerrar puertas y ventanas, echar las persianas y taparme hasta arriba para sentirme un poco seguro. Llegué incluso a poner una silla contra la puerta del dormitorio para evitar que alguien pudiera abrirla desde fuera», recuerda.
Mariano llegó a su Abades natal con trece kilos menos y exhausto: «No me tenía en pie. Lo primero que hice al llegar es afeitarme, cortarme las uñas y bañarme: me costó un triunfo salir de la bañera. Me quedaban quince días por delante peores aun que los que había pasado, porque al principio estás mal, pero no lo notas tanto, no estás todo lo mal que realmente estás. Cuando te quieres dar cuenta tienes una infección horrible. Creo que si hubiera llevado mascarilla cuando me contagié o no hubiera esperado tanto tiempo en casa antes de ingresar, no habría llegado a estar tan grave. Sé que los médicos estuvieron desbordados. Solo tengo palabras de agradecimiento para ellos y para las enfermeras que me atendieron. Hacen una labor encomiable. Se acercaban a mí y los veía sudar a chorros, a través del EPI».
A últimos de mayo o principios de junio, Mariano regresó al trabajo. Eso, su pasión por el golf y, por supuesto, el aliento de su esposa e hijos le han permitido ir recuperándose, «aunque me duelen mucho las articulaciones», observa. Los mareos o vértigos van remitiendo: «Me levanto de la cama y todavía necesito una hora o tres cuartos para que mi cuerpo se estabilice. Si salgo rápidamente me puedo caer. Eso va pasando. Los dolores no, los dolores siguen ahí».
Las sensaciones que quedan son muchas, pero, pasado el tiempo, una prevalece: la soledad que el paciente de covid siente, una soledad absoluta, inmensa, desazonante y muy difícil de doblegar: «Me trasladaron a Valladolid y mi mujer no supo nada de mí en tres o cuatro días. Después, teniendo ya la posibilidad de hablar por teléfono porque me conectaron y entregaron el móvil, no podía casi hablar, era imposible. Gracias al chat pude entablar conversación por escrito con mi mujer y mis hijos y eso es maravilloso porque la soledad es lo peor que te puede pasar. Sé que hay gente que lo ha pasado peor que yo y otra mucha que no lo puede ni contar. Yo soy un afortunado porque puedo hacerlo. No entiendo cómo hay quien todavía no tiene cuidado. Es duro, muy duro».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Iker Elduayen y Amaia Oficialdegui
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.