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luis javier gonzález
Segovia
Lunes, 21 de mayo 2018, 11:38
Cuando la Cocina de San Millán cesó el negocio, su responsable lo achacó al cierre al tráfico del Acueducto. En una época sin GPS, llegar hasta allí era un suplicio y la agonía fue inevitable. Cuando abrió la sala Beat Club en la finca ... vecina de la calle San Millán, en 2011, aquellos fogones ya habían desaparecido. El antiguo local de la Escuela, que abrió en 1981 con una amplia oferta de actuaciones en directo hasta comienzos del siglo XXI, se había pasado a la ultranoche y no había siquiera escenario. Tras siete años, los tres socios han despedido este fin de semana los directos y echarán el cierre formal la primera semana de junio. «A lo mejor nos dejan 30 años aquí y habíamos rentabilizado el local», bromean. El barrio y la ciudad pierden su única sala volcada en el directo; el neoyorkino Chris O'Leary tuvo el honor de tocar ayer el último compás.
La calle fue remodelada el año pasado por el Ayuntamiento con la consolidación del muro situado en el talud inferior del Paseo del Salón y la extensión de las aceras. En el reforzamiento, que contó con la colaboración del Foro de la Geobiosfera, se favoreció el anidamiento de especies protegidas como los vencejos. Los extramuros de la muralla presiden una zona sin apenas negocios que sirve de entrada desde el valle del Clamores al barrio tradicionalmente conocido como la antigua 'Morería'.
La sala, bautizada así en homenaje a los clubes ingleses donde artistas como David Bowie se partían la cara para hacerse un nombre, aprovechó su ubicación. «Es perfecta por la configuración que tiene y la facilidad que había para no molestar. Se trataba de un local con las condiciones óptimas para tocar, y eso, después de la experiencia, podemos decir que lo conseguimos», explica Fernando Martín, alias 'Cris', que habla de una zona «un poco deprimida» con el obstáculo de las escaleras que llevan al paseo del Salón. «Es un barrio muy particular, muy cercano al casco antiguo pero muy alejado por un impedimento geográfico como la altura», explica este profesor de la UNED que lleva 18 años 'maltocando' con Wrayajos. «Alguno pensará que lo hice para tocar con mi banda [ríe]. Quizás la visión del músico la aporté yo, pero ellos sabían de qué iba esto».
Ellos son Fernando Gómez, auxiliar de enfermería, y Juanfran Martín, dueño del bar Shout. La sala nunca fue un pelotazo, pero tampoco les hizo perder dinero. El bar se pagaba solo y sus trabajos servían de sustento. En un panorama en el que las salas tienden a una temática concreta, la Beat apostó por una oferta variada. El año pasado tocaron 177 grupos, quitando los meses de verano. El último cartel lo firmaron este fin de semana, Planeta Def, Capitán Humano, Monóxido, Wrayajos, La Blecho Band y el propio O'Leary. Hay una veintena de segovianos que forman parte de la programación habitual.
El último concierto de Jesús Sanz 'Chepas', guitarrista de Lujuria desde hace tres décadas, fue con Pajarracos en la Beat hace tres semanas. No solo ha tocado con ambos grupos allí –Lujuria celebró su 25 aniversario y presentó su último disco– sino que fue técnico de sonido en los primeros tiempos de la Escuela. «Además de un recinto donde puedo tocar, pierdo uno donde he sonorizado grupos fenomenales hasta ayer, como quien dice, y he pasado muy buenos ratos». Chepas incide en que la sala convirtió el reducido espacio entre escenario y público en un atractivo. «A todos nos gusta tocar en festivales y en escenarios inmensos, pero el calor que te da una sala es muy especial».
Héctor Heredero ha tocado de todo en la sala, desde rock funky con Hot Mosquitos, folk de Nueva Orleans con Zarigüeyas o rock más noventero con su apuesta más reciente, Dusty Riders. «Al público de menos de 30 años le cuesta mucho ir a un concierto de un grupo del que no ha oído nada. Supongo que sacar un beneficio económico de esa actividad es a día de hoy inviable en Segovia». Chepas apunta en la misma dirección. «Ahora lloramos mucho la pérdida de la sala Beat pero he estado en conciertos donde estaban los músicos y el batería. Y yo me incluyo en esa parte que podía haber ido más y se ha quedado en casa».
Excómunion es casi contemporáneo de una sala donde ha presentado su segundo y tercer disco. «Al final se agradece que hubiera una sala donde los músicos de Segovia pudiésemos acudir para poder tocar y donde han venido grupos de gran nivel nacional e internacional», explica su cantante y violinista, Ángel Galindo, también concejal de IU en el Ayuntamiento de Segovia. «Tener un referente en la ciudad y saber que había conciertos todos los fines de semana a un precio bueno era una oferta cultural para estar contentos. Y sobre todo, un bagaje para los grupos».
Los socios de la Beat insisten en el directo como una escuela ineludible. «Los grupos que creen que todo se hace en el local de ensayos acaban siendo un coñazo porque no son capaces de transmitir. Y aquí podíamos curar eso. Cada artista potente que he conocido ha tocado hasta en la comunión de su sobrina», incide Cris. Recuerdan grandes conciertos: desde los recientes como The Reverend Shawn Amos «una masterclass de cómo estar en el escenario»– al de Big Boss Man en el primer aniversario. «Metió aquí un bolazo que nos quedamos locos». Otras guindas fueron Ángel Stanich –«le hemos visto crecer en público y como artista» o el 'hard rock' de American Dog. También vino Izal, sin hacer ruido. «Es la estupidez humana. Grupos a los que no vio nadie, y quien lo hizo fue para ver al grupo de Segovia que les acompañaba, dos años después encabezan festivales».
Fernando recuerda que las semanas eran un baile interminable de correos y Juanfran apunta a la diferente actitud de cada grupo: «Los anglosajones están acostumbrados a tocar en cualquier sitio de mierda y montan todo con pulcritud. Al principio, mucho músico español te pedía la cerveza. Hay gente que piensa que tiene todos los derechos una vez entra en la sala, y tiene que ganárselos». También tocó ser honestos: «Ha habido gente a la que la hemos tenido que decir, 'chico, no vengas a tocar porque no va a venir nadie y te vas a gastar el alquiler'. Hay otros que aun así insisten porque no les queda otra que tocar, tocar y tocar. Les cuesta entender que generan perdidas. Tú te quedas con la barra, pero ¡qué barra!».
Una vez vencido el contrato de alquiler de siete años, el propietario del inmueble no ofrece garantías a largo plazo y plantea venderlo para la construcción de viviendas en una zona con muchos condicionantes arquitectónicos. Los socios, que han recibido llamadas para interesarse por el local, hablan de la coyuntura, la crisis, Nextflix, el monopolio de los smartphones o la propia ciudad. «Si tuviéramos 200.000 habitantes, esta sala no la habría dejado pasar nadie y nosotros hubiéramos hecho negocio, pero es una ciudad que se despuebla por arriba y la gente joven, que es quien puede mover estos locales, no tiene trabajo», insiste Cris. Y la burbuja de los festivales. «Vas al Sonorama a ver a Rafael para hacer la gracia del año pero ¿qué más has visto? Nos falta un relevo generacional que aprecie la música en directo. Hay un agujero tremendo», apunta Fernando.
El público y los músicos segovianos del futuro quedan en cierta forma huérfanos. «A día de hoy el Ayuntamiento no tiene ninguna sala multiusos para meter a 500 personas. Van a quedar un par de bares, pero no tienen las condiciones acústicas, ni luces, ni escenarios. Habrá una escasez de grupos potentes que han estado viniendo a Segovia», analiza Héctor, que necesitará otro techo para las frías noches de invierno. Chepas alaba un arte inimitable: «Últimamente parece que está todo destinado al consumo y la música clínex, pero las artes están destinadas a que sean públicas, así es cómo se valora el trabajo. El músico debe ser un poco exhibicionista».
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