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Benilde Muñoz, rodeada de sus nietos e hijos en una celebración familiar. El Norte
El último beso de Benilde antes de partir

El último beso de Benilde antes de partir

SEGOVIA ·

Ángel Torrego ensalza la figura de su madre, quien falleció de covid el pasado  marzo, una persona que hizo honor al «valor y fuerza de las mujeres del Carracillo»

Sábado, 16 de enero 2021, 10:07

Qué difícil despedirse cuando ya no están. Ángel Torrego hace un ejercicio de entereza y memoria para hablarle a su madre y dedicarle todas esas palabras que el coronavirus silenció el pasado 25 de marzo, cuando la pandemia empezaba a mostrar solo la punta de su guadaña. Benilde Muñoz, que tenía que haber cumplido 80 años, es la destinataria de todo el amor de derrama el menor de sus tres hijos al encender esta vela imaginaria en su memoria. A Ángel se le hace «extraño hablar de ella en pasado y todavía se me hace un nudo en la garganta cuando pienso en ella». Nació en 1940, el 15 de junio, partiendo por la mitad el calendario «por eso siempre he pensado que representaba el equilibrio, así como la calma, la fuerza, el tesón y la lucha»

Con doce años, las circunstancias la obligaron a abandonar la escuela. «Esas carencias las suplió holgadamente con sus numerosas virtudes, hizo honor durante toda su vida al reconocimiento de valor y fuerza que tienen las mujeres del Carracillo», destaca Ángel. La cuna de su madre era Gomezserracín, donde «verano tras verano durante la infancia nos hizo comprender a sus hijos lo que ella amaba y lo que había sido su vida». Una vida que no la respondió con la misma bondad con la que se comportaba. Todo lo contrario, le mostró su cara más amarga y dura; aunque «Dios reserva a los grandes luchadores para sus más duras batallas», apunta el vástago. Benilde había logrado probar el dulce sabor de la felicidad con «un hombre bueno, pero la vida le asestó uno de los golpes más duros y letales y se lo arrebató».

Parecido a un milagro

La mujer se quedaba viuda, con dos hijos pequeños –uno de cinco años y una niña de tres– y a otro concebido. «Siempre que he pensado que yo recién gestado y que mi madre sufriera un mazazo tan tremendo como es el de perder a papá, y que a pesar de ello consiguiera que hoy esté aquí, si no es un milagro es algo muy parecido», ensalza Ángel. «Tuvo los arrestos de convertir a esos dos hijos y al que tendría que venir después, que fui yo, en tres licenciados, aunque yo se lo puse bastante más difícil que mis hermanos».

El menor de los tres elogia en su despedida de Benilde algo que todavía le resulta más de alabar: «Nos hizo buenas personas». Aquellos huérfanos con un futuro muy oscuro han edificado a lo largo de estos decenios tres familias que «me emocionaban cada vez que veía aquella foto en el mueble de la residencia» donde su madre vivió hasta que el coronavirus la mató. Y es que Ángel y sus dos hermanos siempre agradecerán y estarán en deuda con su progenitora por el «sacrificio» que hizo día a día por educar e inculcar a su familia unos valores y principios que han sido su legado en vida y, sobre todo, la herencia que les deja tras su muerte. «No tuvo ayuda de nadie, excepto de mi abuela Saturnina, que me acompañó toda mi infancia y a la que querré siempre». Ángel ensalza cómo su madre «renunció a rehacer su vida, algo que, desde mi egoísmo, le agradeceré eternamente», admite.

El hijo comenta que, en los meses posteriores al fallecimiento, habló con la familia que tiene repartida por toda la península y hasta en las Canarias. Ángel recopiló emocionado todo el cariño y afecto que le transmitían en esos momentos más recientes después de la pérdida. «Me sigue asombrando esa capacidad de dar tanto sin esperar nada a cambio y he sentido un gran orgullo por ver el respeto y cariño que generaba en los demás», revela emocionado.

«Ni en el peor de los escenarios podría imaginar que el destino le reservase un final tan cruel. Primero el confinamiento en la residencia, que impidió poder ir a visitarla en los últimos días; y luego, el estado de alarma, que hizo que no pudiera acompañarla en el hospital en los últimos momentos», se lamenta Ángel.

«Angustia» por morir sola

«Esa angustia me sigue provocando desgarros –reconoce– porque quien estuvo para abuelos, para padres, para hijos e incluso para nietos, por caprichos del destino no encontró otro premio que la soledad final», inciden en lo injusto de una muerte tan fría.

«Me viene a la mente lo orgullosa que se sintió un día recogiendo conmigo un premio en la Policía Nacional por un concurso literario, o aquel otro que fuimos al Juan Bravo a recoger la orla», rememora con alivio para ese dolor. «Todo lo que me ha enseñado hasta el último día es poco y no he llegado a devolver todo lo que me dio porque fue tanto que es imposible», añade Ángel.

El último sábado que fue a visitarla a la residencia de Valverde del Majano, las autoridades recomendaban no acercarse demasiado. «Cuando llegué no me besó como en otras ocasiones, pero después de conversar, antes de irme, cambió de opinión y me dijo 'cómo no te voy a dar un beso'. Ese momento ha quedado grabado en mi memoria porque nunca pensé que iba ser el último a su lado; y algún día, cuando acaben todas las limitaciones, tendré que volver a revivirlo porque nadie muere cuando se le sigue recordando y yo nunca la voy a olvidar», concluye Ángel.

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