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«Te has ido y has dejado tu sillón vacío, ese que ha visto y oído todos nuestros secretos. Ahora, nuestras conversaciones serán solo entre tú y nosotros, en silencio y en nuestros sueños. Sabemos que es un tópico decir que la persona que nos ... ha dejado era una buena persona, un buen marido, un buen padre, un buen hijo, un buen amigo..., pero nadie puede negarnos que hemos perdido a una persona con la que compartíamos –y todavía teníamos que seguir compartiendo– momentos únicos e irrepetibles».
Está escrito del puño y la letra de Ángela, Alfredo y Esther, los tres hijos de Vicente Ferrero Esteban, fallecido por covid-19 el pasado 28 de marzo, cuando la crisis del coronavirus golpeaba con virulencia. Se han quedado huérfanos de padre, pero también de amigo, de confidente y de abuelo. «Era de esos abuelos que ayudan, siempre predispuesto, siempre pendiente de sus nietos. Le vamos a echar de menos. Deja un hueco muy grande y... un gran recuerdo entre todos», afirma Ángel Carlos Villalba, uno de sus yernos.
Vicente nació en Alcalá de Henares (Madrid) hace casi setenta años (los hubiera cumplido en agosto), pero era segoviano de Sepúlveda, donde tenía sus raíces, y de La Granja de San Ildefonso, de donde es su esposa, Esther, y donde estaban sus afectos y sus ilusiones. No hace mucho que el matrimonio había comprado una casita en el Real Sitio con vistas a pasar más tiempo cerca de su hija Ángela y de sus nietos Alejandro y Daniela –de doce y once años, respectivamente– una vez ganado, hace ya algún tiempo, un descanso más que merecido. «Era un buen hombre, muy familiar. Le encantaba estar en La Granja, ver a sus nietos, a sus amigos... Su vínculo con este lugar venía de lejos, pues hizo el campamento militar en Robledo y en esa época conoció a la que luego sería su mujer. Aunque vivían en Alcalá de Henares, venían mucho en verano, los fines de semana... La pena es que no ha podido disfrutar de su casa de La Granja», prosigue Ángel Carlos, el marido de Ángela, la primogénita de Vicente y Esther.
La tragedia empezó la segunda semana de marzo. Vicente empezó a sentirse mal, tenía fiebre y otros síntomas que se agravaban según pasaban los días. «Fue la semana previa a la declaración del estado de alarma. Habían pasado el domingo en La Granja, tenía un poco de tos y le subió la fiebre. Con paracetamol estuvo algunos días –yo creo que demasiados– hasta que no pudo más, cogieron un taxi y se plantaron en Urgencias, en el hospital universitario Príncipe de Asturias de Alcalá. Ingresó el 21 de marzo y murió una semana después. No tuvo opción de entrar en la UCI, estuvo todo el tiempo en planta, sujeto a un respirador. Saturaba mal, síntoma de que sus pulmones no funcionaban correctamente. Probaron con tratamientos, unos funcionaban y otros no. Había días que parecía remontar, pero el virus pudo con él. Fueron unas jornadas durísimas, en pleno confinamiento, de llamadas telefónicas, de incertidumbre, de miedo... Murió solo, sin poder despedirse de nadie, y eso es terrible. Cuando ya había fallecido, solo pudo entrar su hijo, Alfredo, para certificar que era él», relata el yerno.
Ahí comenzaba otro calvario. El cadáver fue trasladado al Palacio de Hielo de Madrid, donde permaneció varios días. Después, le dijeron a la viuda que había posibilidad de incinerarlo en Ciudad Real, y así se hizo, aunque transcurrieron otras cuatro o cinco jornadas sin tener noticia alguna. «Después de insistir mucho, un domingo, alguien se presentó en casa de mi suegra con las cenizas de su marido. Y allí siguen, porque ella no ha podido salir y nosotros no hemos podido ir. Esther, su viuda, es una campeona. Lo ha vivido sola, aunque últimamente ya ha podido verse con su hija menor, mi cuñada, que también vive en Alcalá. Admiro mucho a mi suegra, y también a mi mujer, Ángela, que pasó el duelo trabajando a destajo en la residencia de mayores San Fernando, de La Granja. Ellas son mis heroínas particulares», dice Ángel Carlos. El yerno de Vicente define lo ocurrido como una «auténtica pesadilla» que dejará secuelas psicológicas en muchas familias.
Vicente se ha ido y sus nietos –Alejandro, Daniela, Álvaro y el pequeñín, Pelayo, que solo tiene año y medio– lo extrañarán cada día. «La de abuelo es la faceta en la que más a gusto te encontrabas –escriben sus hijos–. Te echaremos de menos y serás eterno siempre en nosotros. No sabes cuánto amor nos dejaste».
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