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Urna de piedra donde, desde 1848, reposan los niños María del Pilar y Federico Avecilla.

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Urna de piedra donde, desde 1848, reposan los niños María del Pilar y Federico Avecilla. Antonio de Torre

La trágica historia que duerme en el panteón más antiguo del cementerio de Segovia

Una urna de piedra construida en 1848 guarda los restos de los niños María del Pilar y Federico Avecilla, hijos de Ceferino Avecilla, presidente de la Diputación en el reinado de Isabel II

Carlos Álvaro

Segovia

Viernes, 1 de noviembre 2019

Cual guardo yo en mi pecho / por el pesar desecho / memoria inextinguible / de vuestro dulce amor, / guardad aquí hijos míos, / con vuestros restos fríos, / mis lágrimas, emblema / de mi eterno dolor».

Este es uno de los dos epitafios que glosan el primer panteón monumental que se levantó en el cementerio del Santo Ángel de la Guarda, allá por el año 1848. En esta urna de piedra, coronada por un ángel que acoge a un niño, yacen los restos de María del Pilar y Federico Avecilla, hijos de Ceferino Avecilla, prócer segoviano, presidente de la Diputación Provincial de Segovia durante los últimos años del reinado de Isabel II. «Los niños se le mueren con una diferencia de seis o siete meses, uno en 1846 y otro en 1847, pero es en 1848 cuando compra el terreno para levantar el panteón y traslada a él los cuerpos. Es el primero de todo el cementerio y el segundo enterramiento más antiguo que hoy se conserva, después del de Felipe Prado, de 1846», relata Mercedes Sanz de Andrés, historiadora del Arte y excelente conocedora de la historia de los cementerios segovianos. «Sin duda, los epitafios escritos a ambos lados de la base en la que se apoya la urna son los más bonitos de todo el cementerio», añade. La mortalidad infantil en aquella época era todavía muy elevada. El poeta José Rodao o el catedrático y político Lope de la Calle pasaron por el mismo trago que Ceferino Avecilla, al que también se le murieron prematuramente otra hija y su esposa. La pérdida de un hijo: inmensa tragedia que sumía en el dolor cientos de hogares.

El cementerio de Segovia, sin la magnitud de los camposantos de las grandes urbes, posee un discreto encanto en el que uno repara a fuerza de ir. Y el Día de los Santos no es, precisamente, el más recomendable para recorrer sus galerías, porque el trasiego y el cúmulo de emociones impiden sentir con plenitud la paz del lugar y buscar con cierta tranquilidad aquellos puntos de interés que el camposanto segoviano tiene. Porque los tiene.

Aquí yace... una celebridad

En las calles del Santo Ángel, tan poco frecuentadas el resto del año, hay lápidas de hombres célebres que dejaron huella en este mundo. Aquí duermen el sueño eterno ilustres segovianos (e ilustres segovianos de adopción) de los tres últimos siglos. Los del XIX y principios del XX reposan en el primer patio, dominado por los mausoleos de la familia del filántropo Ezequiel González y de los empresarios Gregorio Miñón, Timoteo Villoslada (primer dueño del teatro Juan Bravo), Enrique Redondo o Claudio Moreno, entre otros. También descansan aquí el ceramista Daniel Zuloaga Boneta, su esposa y sus hijos; el pintor Lucio Roldán; el pensador Mariano Quintanilla Romero; los letrados Luis de Contreras y Mencos, Valentín Gil Vírseda, Francisco de Cáceres y Tomé, Carlos de Lecea y García y Manuel González Herrero, o los escritores Vicente Rubio Lorente y Vicente Fernández Berzal, padres del periodismo local. Llama la atención la imagen doliente que corona el sepulcro de la familia de Gregorio Bernabé Pedrazuela, abogado, político y fundador del 'Diario de Avisos de Segovia', periódico que vio la luz entre 1899 y 1916. La escultura, en piedra rosa de Sepúlveda, es obra de Emiliano Barral.

No muy lejos, pero ya en el segundo patio, están los nichos donde reposan los restos del poeta cantalejano José Rodao y del escritor Julián María Otero, autor del exquisito 'Segovia. Itinerario sentimental' (1915). La lápida de Rodao es muy hermosa. Se trata de una cerámica que Juan Zuloaga elaboró por encargo de la Diputación de Segovia. Para visitar la sepultura de Agapito Marazuela Albornos hay que pasar a otro patio: «Músico maestro del folclore castellano», puede leerse en el mármol. Marazuela murió en febrero de 1983.

Las tumbas de los grandes hombres del siglo XX destacan por sus esculturas. Dos piedades de gran tamaño adornan las fosas del exministro de la UCD Fernando Abril Martorell y del empresario Nicomedes García Gómez, fundador del Anís Castellana. La de este, bellísima, es obra del escultor Florentino Trapero. Cerca está la tumba de Cándido López, el Mesonero Mayor de Castilla, que yace junto a su esposa, la inolvidable Patro. También en el primer patio, en un lugar discreto, hay un panteón colectivo en el que descansan los caídos del bando nacional durante la Guerra Civil española.

Tumbas de Gregorio Bernabé Pedrazuela (arriba), Julián María Otero y Daniel Zuloaga. Antonio de Torre
Imagen principal - Tumbas de Gregorio Bernabé Pedrazuela (arriba), Julián María Otero y Daniel Zuloaga.
Imagen secundaria 1 - Tumbas de Gregorio Bernabé Pedrazuela (arriba), Julián María Otero y Daniel Zuloaga.
Imagen secundaria 2 - Tumbas de Gregorio Bernabé Pedrazuela (arriba), Julián María Otero y Daniel Zuloaga.

La niña Tomasa Antón 'estrenó' el camposanto

Mercedes Sanz de Andrés cuenta que la construcción del cementerio de Segovia costó 17.900 reales y que el adjudicatario, Zacarías Sanz, contrató a jornaleros gallegos para la obra, lo que molestó sobremanera al gremio de albañiles de Segovia. La bendición, a cargo del obispo Isidoro Pérez de Celis, tuvo lugar el 2 de agosto de 1821 y el primer enterramiento fue el de la niña Tomasa Antón, fallecida el 5 de agosto y enterrada al día siguiente. «El cementerio ocupaba entonces el primer patio actual –explica la historiadora– y durante el siglo XIX, el Ayuntamiento puso mucho interés en cuidarlo estéticamente. La burguesía también se preocupó de levantar bonitos panteones para contribuir a ese embellecimiento. Los cipreses que hay en el centro son centenarios. Existe un documento de 1860 en el que el arquitecto municipal subraya la necesidad de hacer reformas y conseguir un cementerio acorde con la belleza de la ciudad, que así lo vieran los viajeros que vinieran. Es la época romántica y hay una preocupación por la estética».

El Baulero

La muerte, en el XIX, es puro Romanticismo. Los periódicos así lo reflejan en su aspecto y en el tratamiento de los asuntos fúnebres. 'La Tempestad', dentro de la jovialidad que lo imprimía su dueño, adopta en muchas ocasiones una estética funeraria muy característica. Impactantes son sus esquelas y los anuncios de las dos funerarias que, a finales del siglo, operaban en la ciudad. La de Miguel Barrios, El Baulero, 'tenía el honor' de anunciar en 1892 «la nueva carroza Luis XV y los féretros metálicos de hierro galvanizado de todas clases, para párvulos y adultos, a precios económicos». Pero El Baulero, que atendía en dos locales situados en la Calle Real, no poseía la exclusiva de la carroza Luis XV, también anunciada por la funeraria El Carmen. El dueño, José Pérez Villamil, prestaba sus servicios con un carro de primera, estilo Luis XV, tirado por cuatro caballos empenachados y con gualdrapas de terciopelo negro o blanco -según si se trataba de un adulto o de un párvulo- adornadas con pasamanería o con galón y fleco de oro. Las carrozas de segunda categoría sólo iban tiradas por dos corceles y no eran del estilo Luis XV. Además, Pérez Villamil añade que su funeraria «no manda a sus dependientes a molestar a las casas donde ocurre alguna defunción, en tanto no se pase aviso».

Un 'resucitado'

El cementerio de Segovia, por otra parte, ha generado noticias curiosísimas a lo largo de su historia, alguna para echarse a temblar, como la que sigue:

El día 7 de noviembre de 1887, un vecino que vivía en una modesta casa de la calle de la Roncha (actual Doctor Sancho) cayó gravemente enfermo de viruelas. En aquellas horas de desazón y después de haber pasado varias crisis a causa de la elevada fiebre, que incluso requirieron de la intervención de unos barrenderos que se encontraban en la calle, el paciente quedó tendido sobre la cama, pálido como el mármol e inmóvil. Los presentes lo dieron por muerto, y ellos mismos, como trabajadores del Ayuntamiento que eran, lo trasladaron al cementerio, en cuyo depósito dejaron el cuerpo a la espera del entierro, sin reparar en que era el médico quien debía certificar la defunción. A las pocas horas, un sepulturero oyó lamentos quejumbrosos que salían de la morgue. Guiado por los gritos, entró en la sala y observó con espanto que el muerto estaba sentado sobre el camastro suplicando que lo devolvieran a su casa. Tras recibir los primeros auxilios, el desgraciado fue conducido al Hospital de la Misericordia, donde falleció a los dos días, esta vez de verdad. 'La Tempestad' salió con humor del negro. Pepe Rodao fue el encargado:

«Si en el momento en que el enterrador entró en el depósito hubiera podido presenciarse el cuadro que a la vista se ofrecía, seguramente nadie hubiese podido manifestar quién era el difunto, porque el enterrador, según él mismo asegura, se quedó más muerto que vivo, al contrario que el otro infeliz, que estaba más vivo que difunto.

-¿Pero no estaba usted muerto? Preguntó el enterrador al nuevo Lázaro, cuando le vio sentado sobre el camastro.

-Sí, señor, estoy muerto de frío, contestó el resucitado.

-¡Y yo que venía a darle a usted tierra!

-Pues deme usted ropa, si le es lo mismo, y en vez de meterme en el hoyo métame usted en la cama».

Bromas aparte, el suceso causó gran revuelo.

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