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Todo el día mirando al cielo y éste respondiendo con lluvia, hasta que cayó la noche. El agua dio una tregua a los segovianos para que pudieran disfrutar de los últimos coletazos de las Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro. Los nubarrones ... no se acostaron y trasnocharon amenazantes contuvieron su descarga de agua, la que obligó a cancelar conciertos, pasacalles o la corrida de toros del día grande de las celebraciones. Era una noche para contemplar ese firmamento otoñal en el incipiente verano y admirar cómo, esta vez, la tormenta se desató a ras de suelo, desafiante y colosal para conquistar la medianoche con sus andanadas atronadoras de colores expansivos y humo.
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La pólvora y la magia de los fuegos artificiales no se mojaron. Tras un día de San Pedro mermado en lo festivo por las adversidades meteorológicas, el espectáculo se iba a celebrar. Sí o sí. Los segovianos querían resarcirse y devolver al cielo su afrenta por dejarles ávidos de diversión, de música y animación callejera. Riadas de personas se apostaron en distintos miradores de la ciudad para contemplar y jalear la revancha.
Hacia la medianoche, los primeros silbidos de los cohetes lanzados avisaban ya de que los quince minutos siguientes las miradas iban a estar puestas, otra vez, en el cielo. Un cuarto de hora en el que miles de espectadores ojipláticos exclamaban con admiración cada vez que las tracas retumbaban, en cada estallido, en cada salva más sonora que luminosa y en cada fogonazo. Pero el ensimismamiento mayor llegaba cuando los castillos de colores explotaban majestuosos sobre la ciudad deshaciéndose en un sinfín de chispas que alumbraban el patrimonio de la Humanidad desde ese cielo conquistado, deshaciéndose conforme descendían envueltas en el humo de la pólvora.
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La pirotecnia al servicio del espectáculo para devolver a los segovianos parte del San Pedro perdido. Luego, muchos marcharon a la Plaza Mayor para refrendar al ritmo de la orquesta Pikante que la fiesta tenía que continuar.
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