claudia carrascal
Segovia
Domingo, 29 de noviembre 2020, 09:28
Eran las ocho y media de la tarde del pasado 3 de agosto cuando José Manuel Esteban y su compañero Javier Díaz recibieron una llamada del Centro Operativo de Servicios (COS) alertándoles de que un menor de edad se había perdido en el pinar ... de Coca. A tan solo media de acabar su turno el día comenzaba a complicarse para estos dos agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil.
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«Los padres estaban asustados porque el chico, que tenía 16 o 17 años, había salido con un quad por el pinar y no regresaba, tampoco contestaba a las llamadas y se estaba haciendo de noche», relata Esteban. En un principio pensaron que se había desorientado y estaba perdido, por eso, familiares y vecinos habían comenzado a buscarle. «Afortunadamente, los padres sabían el recorrido que solía hacer y, por eso, intuimos que podía haberse caído por el barranco», detalla.
Una hora después de iniciar la búsqueda y tras bajar por la pronunciada pendiente descubrieron que el chico se encontraba en el río Eresma, había caído con su quad desde una altura de 30 metros. Cuando le encontraron se asustaron porque el vehículo de cuatro ruedas estaba encima de sus piernas y le impedía moverse. Además, «tenía hipotermia, las muñecas rotas y muchos dolores al respirar por lo que lo más probable era que también tuviera varias costillas fracturadas, pero estuvo consciente en todo momento», según el agente. La zona carece de cobertura móvil por lo que el chico no podía pedir ayuda y los agentes tampoco podían llamar a una ambulancia desde allí. Por eso, tomaron la decisión de quitarle el vehículo de encima y dividirse, Esteban se quedo en el lugar del accidente, mientras que su compañero acudía en busca de ayuda.
La compleja orografía del terreno impidió que la ambulancia pudiera bajar hasta la zona del río por lo que dos sanitarios descendieron para inmovilizar al joven y ayudar a los agentes a subir la camilla en volandas. «Caminamos un tramo por el río hasta que conseguimos vadearle, luego subimos como pudimos, tuvimos que hacer alguna parada porque era complicado, además, la noche había caído y no se veía nada», detalla.
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Una vez a salvo, fue trasladado al Hospital General de Segovia, y Esteban reconoce que no ha vuelto a saber nada de él porque al tratarse de un accidente de circulación los siguientes pasos los dio el equipo de atestados de la Guardia Civil. Eso sí, confía en que su recuperación haya sido buena. Si no llegan a encontrarlo tan pronto, «no se lo hubiera sucedido si tiene que pasar la noche en el río, al ser verano es probable que hubiera sobrevivido, pero lo habría soportado muy mal porque con las costillas rotas ni siquiera podía gritar para pedir ayuda», subraya.
Sobre su actuación indica que son momentos «en los que no piensas, solo actúas porque sabes que hay una persona en peligro. Te tiras por un barranco y haces lo que sea necesario para ayudar. Eso sí, admite que en estos casos son de gran utilidad las jornadas del Plan Anual de Técnicas de Intervención Operativa (PATIO) que reciben los agentes para poner en práctica actuaciones con las que puedan encontrarse durante el desempeño de sus funciones. Esta formación Incluye desde entrenamiento en materia de tiro o intervenciones en caso de detección o conflicto hasta respuesta en situaciones de emergencia. «Se llevan realizando cinco o seis años y son muy útiles porque en la vida real te ocurren cosas inesperadas y diferentes a las que pones en práctica durante las simulaciones, pero hay recomendaciones consejos o formas de actuar que se te quedan grabadas y que pueden ser de gran ayuda en momentos así».
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Por su valiosa intervención en este rescate, José Manuel Esteban ha recibido la Mención Honorífica al Mérito de la Protección Ciudadana de Castilla y León, un reconocimiento que agradece enormemente y que quiere trasladar a todo el Cuerpo. «Cuando actúas de una determinada manera es porque los compañeros y los mandos te hacen ser así profesionalmente, por lo que esta mención es de todos». Además, considera que los agentes de la Guardia Civil hacen una labor encomiable que la mayoría de las veces permanece invisible y en el anonimato. «Mi padre estuvo toda su vida en el Cuerpo, pasó momentos muy duros y nunca recibió una medalla o una mención, igual que mi hermano y muchos compañeros», recalca.
Este no ha sido el único episodio crítico que ha vivido durante su trayectoria profesional, que comenzó hace 28 años en el Colegio de Guardias Jóvenes. En este sentido, explica que el trabajo de la Guardia Civil va mucho más allá de ponerse en la carretera a hacer controles y a denunciar a los ciudadanos. «A veces piensan que solo nos dedicamos a denunciar, pero no es así. Está claro que tenemos que contribuir a que haya un orden y se cumpla la ley, pero estamos para otras muchas cosas, somos un servicio al ciudadano sin coste adicional para ellos».
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En los pueblos, las labores de proximidad con los habitantes son todavía más comunes. «Somos el hermano mayor, nos llaman para cualquier cosa; para que los llevemos a la compra porque se han quedado sin coche o porque les ha picado una avispa. Nos ven como un recurso para solucionar cualquier problema que tienen», apunta.
Entre las intervenciones más complicadas, recuerda la búsqueda de una chica que se escapó de casa en Somosierra y cuando la encontraron se estaba intoxicando con el dióxido de carbono del coche. Cuando estuvo destinado en Guardo fueron muchas las actuaciones con personas lesionadas o perdidas en la montaña palentina. Sin embargo, recuerda de una forma especial el rescate de un señor que se perdió, supuestamente cuando iba a pescar, pero en realidad había subido la montaña y en una mala caída se había roto las piernas. «Cuando nos vio se puso a llorar y nos emocionó porque lo primero que dijo es que sabía que la Guardia Civil no le iba a dejar tirado».
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El peor momento que recuerda lo vivió en Sepúlveda, cuando la central les dio el aviso porque una persona se quería suicidar. Al llegar vieron que era un chico joven que les estaba esperando para quitarse la vida. «Se suicidó delante de nosotros y no pudimos hacer nada para evitarlo, intentamos reanimarlo, pero fue imposible. Sentí una gran impotencia y estuve mucho tiempo destrozado», reconoce.
Estos momentos también forman parte de su trabajo y es que independientemente de su especialización «todos somos agentes y en nuestros valores está el servicio a la ciudadanía», matiza. De hecho, considera que lo más gratificante de su oficio es la cara de alivio o la expresión de agradecimiento de las personas que han tenido un accidente, se encuentran en peligro, en una pelea o en un incendio porque «solo con ver las luces o el uniforme saben que están salvados».
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