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Carlitos y Alvarito, dos clásicos del fútbol sala de Segovia, tratan un torneo de pueblo como si fuera Primera División. Su alergia a perder no tiene tratamiento. En los maratones de equipos de amigos, esos días de teórica relajación para atreverse con filigranas, ellos son escrupulosos con la convocatoria y dejan en casa a quien sea si no está en forma. Por eso el trofeo de Bernardos –y los 2.000 euros que lo acompañan– fue de nuevo suyo en la pasada Semana Santa. Da igual el estado de la pista o el rival, las viejas glorias no hacen prisioneros. Por eso Comercial Zamora es el tirano de la provincia.
Cuando Ángel Zamora, que entrenó con el Segosala en Segunda B hasta 2022, echa la memoria hacia atrás, se pone como ejemplo. «Por aquí han pasado muchísimos jugadores. Hasta yo he llegado a jugar». Cuando creó el equipo, entrenaba al Caja Segovia juvenil, entre los años 2011 y 2012. Algunos de sus pupilos participaron en un torneo de Fuentepelayo, el pueblo de Zamora. «No sabíamos cómo llamarlo. Lo típico, venga a decir tonterías de nombres que hacían gracia. Al final dije que pagaba yo la inscripción y nos apuntábamos con el nombre de mi empresa». Edu, que jugó con el Segovia Futsal en Primera y ahora milita en Segunda B con el San Cristóbal, es el único que sobrevive de los inicios.
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La empresa dio oficialidad a aquellos chicos que se apuntaban a cualquier torneo –no podían dejar de jugar en verano o Semana Santa– y se limitaban a ir con una camiseta del mismo color. «Premios reciben dos equipos. La mayoría se apunta porque les gusta competir». Empezaron a peregrinar por Valverde o Bernardos, los más cotizados de un calendario paralelo a muchas fiestas de pueblo. Y cuenta como una odisea el viaje a Palencia de aquellos chavales de 18 y 19 años que volvieron con el trofeo de finalistas, una joya de un metro que sigue en las vitrinas, sujetado en las piernas de los pasajeros traseros. «La mayoría no tenían ni carné ni coche. Solamente pudimos ir nueve porque éramos los que cabíamos en los dos coches que teníamos».
Aquella base juvenil se dispersó entre los que se marcharon a Madrid o dejaron el fútbol sala. Así que empezó un reclutamiento constante. «Tenía que ser gente que supiera jugar en condiciones, pero que entrase dentro del grupo. Pero nunca ganábamos nada». El trofeo era para algún equipo de Madrid o para la familia de Caja Segovia: Alvarito, Lin, Rubén, Carlitos, Chavi Montes. Jugadores de Primera División que se paseaban en Valverde del Majano. «O el típico equipo del pueblo de fútbol más que de fútbol sala y echaban más ganas que tú». Zamora veía a su grupo en extinción, con jugadores de Provincial o trabajos incompatibles de verano. «De últimas, nos costaba mucho. Una vez fuimos a jugar sin portero, en otro nos quitaron la fianza porque no nos presentamos al último partido. Fuimos dando mala imagen y eso al final repercutía a la empresa». Así que llegó una temporada de barbecho.
Pero llamaron a su puerta los ganadores, representados por Chavi Montes y Carlitos. «Ellos jugaba con un equipo de Madrid que les daban equipación, sudadera, comidas… la leche. Pero entró en crisis. Yo a ese nivel no iba a llegar, pero les hacía equipaciones y pagaba la inscripción». Suficiente. Zamora les cedió, por así decirlo, la dirección deportiva. Jugadores reclutados principalmente de fútbol sala madrileño que cambiaban de un maratón a otro. Con jugadores diferenciales segovianos –cuando podían y querían– como Alvarito, Edu o Julio, otro canterano con experiencia en Primera. «Alvarito solía jugar con muchos equipos. Y con el que jugaba, ganaba», sonríe.
Así que Comercial Zamora empezó a vestir a esas viejas glorias. «Yo sabía que era gente seria, no iban a dar mala imagen. Si ganan, bien; que no, también. Pero lo que busco es que no líen ninguna y mi nombre salga en el periódico porque hemos pegado a un árbitro». Bernardos y Valverde siguen siendo citas fijas en un calendario anual que justo después de la pandemia les llevó siete torneos, con cinco títulos y dos subcampeonatos. La exigencia no se negocia, por eso Alvarito abandonó el barco el año pasado tras una mala actuación en Valverde el año previo. «Esta gente no va a pasar el rato».
Zamora no tiene «ni la cuarta parte de las copas» que ha ganado el equipo, las que guarda en un expositor, actualizado con el reciente trofeo de Bernardos, acompañado de 2.000 euros. «Habrá copas que han ganado en Madrid dando vueltas en el maletero de algún coche». De las últimas siete ediciones, han ganado siete y en la restante fueron finalistas. En las vitrinas hay otros cuatro de Valverde, el torneo decano, con 35 ediciones.
La composición de los equipos es eminentemente madrileña porque Carlitos es quien tira de agenda de director deportivo. «Y un chaval de 18 años que despunte ahora a lo mejor no pega con jugadores que están cerca de los 40». Como ejemplo, había varios jugadores del San Cristóbal o Segosala repartidos en otros equipos del maratón de Bernardos. «Hay gente que juega para estar con sus amigos con los que a lo mejor empezó a jugar en alevines y ahora se han quedado por el camino. Pero estos siempre quieren hacer un equipo para ganar». En Bernardos jugaron cinco partidos –dos de fase de grupos– en dos días: partes de 20 minutos de juego corrido con los dos últimos a reloj parado. Una tiranía con fecha de caducidad, una generación que cada vez compite menos porque las familias crecen y los años pasan. «No sé si renovaremos jugadores o echaremos el cierre. Pero dos o tres años sí que les aguanto todavía». La religión de ganar, en cualquier pueblo.
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