Tinta que cura cicatrices por fuera y por dentro

El cáncer de mama es una de esas enfermedades que duelen por partida doble. Físicamente, por los agresivos tratamientos que lleva asociados; y emocionalmente, porque conlleva una brutal y caprichosa amenaza para la que nadie nunca está preparado: La de perder la vida o, en el mejor de los casos, la vida tal y como la conocías hasta el momento. Las secuelas físicas y psicológicas del tumor van a menudo ligadas, como las que resultan de una mastectomía. Las cicatrices de la piel tras múltiples operaciones en las que se ha extirpado una o las dos mamas y se ha reconstruido –o no– el pecho con prótesis son las más evidentes a la vista.

La herida psicológica de ver arrancada una parte del cuerpo, una especialmente asociada a la feminidad y la sexualidad en este caso, no se ve, pero a menudo es el que más tarda en curarse.

Existen algunas formas de que las afectadas puedan sobrellevar el proceso, como la terapia psicológica. Y además hay personas que también pueden ayudar, en función de sus posibilidades, ya sea mediante donaciones para la investigación, la divulgación de información sobre la enfermedad… y hasta con tatuajes que son terapúeticos. Es en esta última disciplina en la que el artista Javier de Arriba García Loygorri ha encontrado su forma de colaborar con las mujeres que se ven mutiladas tras el cáncer.

Loygorri tatúa de forma altruista a mujeres que se han sometido a una mastectomía como consecuencia de un cáncer de mama, bien para dibujar las areolas y pezones perdidos con el fin de que recobren un aspecto más natural, o con diseños ornamentales que decoran esta parte del cuerpo con diferentes motivos.

El tatuador, de 32 años, comenzó hace unos seis a realizar estos trabajos tan especiales, después de que unos conocidos contactaran con él. «Yo la dije que sí, aunque no sabía ni cómo iba eso ni nada, se vino al estudio y cuando se lo empecé a hacer dije 'joe, yo no le puedo cobrar a esta persona por hacerle esto después de todo lo que ha pasado, tengo que regalárselo», relata Loygorri. Hasta la fecha ha tatuado a cinco o seis mujeres con estas características y en ninguno de los casos ha vuelto con más dinero a casa; pero sí con algo mucho más valioso, la paz mental. «El día que pasa esto yo no cobro; pero no tengo ni un ápice de tristeza en mi casa, ni ningún nerviosismo ni nada que tengo otros días en los que gano pasta», explica.

Loygorri lleva siete años tatuando, cuatro en su propio estudio Old Town Tattoo Shop, situado frente a la Catedral de la capital segoviana, a unos metros de la Plaza Mayor. Estudió en la Escuela Superior de Arte y Diseño de la Casa de los Picos y aprendió el oficio del que fue su maestro, Farias, hoy afincado en La Coruña; pero la capacidad para hacer que las personas que acuden a él se sientan cómodas, eso que él describe como «un equilibrio entre cariño y respeto», no se aprende en ninguna escuela.

«Cuando terminamos es la bomba. Yo las veo que vienen con una cara de preocupación terrible, la cabeza baja, alguna viene con crema anestésica porque le va a doler mucho y ya no quiere que le duelan las cosas… y cuando terminamos esto es un fiestón, de risas y lágrimas porque se miran al espejo y se echen a llorar, y yo me echo a llorar como un bobo igual», confiesa el artista al narrar la experiencia de trabajar con mujeres mastectomizadas.

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