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Nació en Fuentemilanos el día 11 de noviembre de 1919, justo un año después del gran zarpazo de la gripe del 18 y puede presumir de haber sobrevivido a la Guerra Civil española –estando en el frente como estuvo– y a la covid-19, que en marzo lo tuvo quince días encerrado en su habitación de la residencia La Alameda, en Nava de la Asunción, aunque sin síntoma alguno. Esta semana, Rafael Martín de Prado ha cumplido 101 años y se siente muy afortunado, aunque le da rabia no poder salir a pasear o acercarse al mercado, como acostumbraba, «porque por el virus no me dejan», dice. Aun así, ha podido invitar a comer tarta a sus compañeros de la unidad de convivencia Jaime Gil de Biedma, que destacan las grandes aptitudes que Rafael tiene para la canción española. «La edad no le impide disfrutar de los buenos momentos», sostienen los trabajadores de la residencia que gestiona la Diputación de Segovia. A Rafael no le gusta madrugar, suele cuidarse las piernas con productos caseros que él mismo elabora y con 99 años no dudó en disfrutar de una semana en la playa.
«La primera vez que vi el mar fue durante la guerra, allá donde desemboca el Ebro. Me impresionó ver tanta agua junta y el reflejo me deslumbró», confiesa. Nunca le ha gustado hablar mucho de la Guerra Civil, pero no rehúye la pregunta y contesta con sinceridad: «No quería ir y me obligaron. Vine tocado, muy tocado, porque allí vi tanta miseria, tanto horror... Estuve en Teruel y Tarragona, en el frente del Ebro. Es mejor no recordarlo. Nos daban muy poco de comer, dos chuscos al día. Si me los comía al mediodía, por la noche no tenía más. Había un capitán que con tal de ponerse la medalla hacía cualquier cosa. No me gustaba la guerra. Luego pude ir con la División Azul, pero no quise. Eso no era para mí». Aquellos días distan mucho de parecerse a los actuales, por muy azarosos que estos sean. «Corren tiempos oscuros, porque no nos dejan movernos, pero lo pasamos peor entonces. En la guerra y en la posguerra no había más que miseria. Y piojos, muchos piojos», afirma con la voz entrecortada.
Rafael es un hombre fuerte. Ha gozado de una salud de hierro toda la vida y, aunque oye con dificultad, tiene buen apetito y procura cuidarse para volver a pasear por el pueblo cuando retorne la normalidad. También canta siempre que se tercia, pues no le importa arrancarse con una copla, y conserva intacta la memoria: «Me he movido mucho. He trabajado en muchas cosas, también en la construcción del túnel de Guadarrama, aunque mi infancia es lo que recuerdo con más alegría. Pasábamos alguna necesidad, pero era feliz. La niñez todo lo dulcifica. Siendo muy chico trabajé de pastor y fui a la escuela, aunque muy poco. Era el mayor de tres hermanos. Me acuerdo del pueblo, de las fiestas del Cristo del Consuelo... ¿Por qué no me casé? Bueno, hubo alguna chica, pero no cuajó».
En marzo, nada más comenzar la pandemia, Rafael Martín enfermó de covid-19. Tenía 100 años, que había cumplido en noviembre. Se la diagnosticaron a partir de un test rápido porque en ningún momento tuvo síntomas. Estuvo aislado hasta que una PCR confirmó que se había recuperado. El coronavirus no le ha dejado secuela alguna; al contrario, en la residencia creen que está ahora mejor que antes. «Es una enfermedad mala que ataca a los humanos y hay que protegerse. Por eso no me dejan salir, porque al parecer ahí fuera está todo muy mal organizado. No sabemos cómo ha venido esto ni de qué forma, pero está ahí. Estamos en un mundo un poco a oscuras. Lo que más echo de menos es salir. Lo llevo como puedo», afirma mientras agradece las preguntas.
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