![A la luz tesoros ocultos de la Catedral de Segovia](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202110/18/media/cortadas/hugo-otra-detorre-kJED-U150872475610ba-1968x1216@El%20Norte.jpg)
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Cuando Hugo Martín Isabel se dispuso a preparar su doble Trabajo de Fin de Grado en Historia y Filología Clásica en la Universidad Complutense de Madrid, optó por dirigirse al archivo de la Catedral de su ciudad, Segovia. Sabía que había una biblioteca de códices muy importante a la que podía acceder libremente cualquier persona. La «pena», como él dice, es que estos libros manuscritos no han sido investigados en profundidad y sistemáticamente hasta ahora, por lo que no existe un catálogo científico y hay que abordarlos «a tientas». Esto no detuvo a este amante de la Historia y el Arte de 25 años. Se trataba ciertamente de un proyecto muy ambicioso para un Trabajo de Fin de Grado, cuando su autor aún ni siquiera había acabado las carreras.
Afortunadamente, pudo más que la prudencia su pasión por la escritura antigua, los manuscritos y el latín. También fue muy importante contar con el apoyo de sus tutores del trabajo, los doctores Paloma Cuenca y Antonio López. Juntos lo consiguieron –aun con el confinamiento por la pandemia de por medio– y, además, con un resultado más que satisfactorio. Así lo ha reconocido la edición de este año del premio Beatriz Galindo para Trabajos de Fin de Grado que concede la delegación de Madrid de la Sociedad Española de Estudios Clásicos.
En el Archivo de la Catedral hay cerca de 200 códices datados entre los siglos XIII y XV. Sobre su clasificación, solo existen unas fichas hechas a mano en los años setenta, lo que dificulta mucho su búsqueda. «Esto hace que cuando un investigador va al Archivo, tengas que pedir a tientas y te llevas algunas sorpresas al seguir las pistas sobre ciertos temas porque no existen unos hilos de los que tirar», revela Hugo Martín Isabel. Sí existen algunos estudios sobre los libros impresos del investigador Eduardo Juárez, pero no acerca de los realizados a mano, a los que el joven llama «los enormes desconocidos». El joven espera que su trabaja sirva de «guía» para abrir el camino hacia los «tesoros» que la Catedral custodia en materia de investigación filológica.
El historiador llegó al códice objeto de su investigación «por casualidad». «Fui buscando una obra que me pudiera servir; yo me especialicé en Paleografía, Codicología y Latín, así que buscaba algo que pudiera combinar esas cosas». El llamado códice B-341 es lo que se denomina un códice 'facticio', una agrupación de varias obras realizadas en diferentes momentos por diversos copistas. En este caso, el códice seleccionado incluye una copia de 'La consolación de la filosofía' de Boecio, otra del 'Libro de la Disciplina Escolástica' que se atribuye al mismo autor, una reproducción de la 'Eneida' de Virgilio y otra de 'Las metamorforsis' de Ovidio, estas dos últimas recogidas de forma incompleta.
Específicamente, el trabajo de Hugo Martín se centró en los 97 primeros versos del libro VI de la 'Eneida' contenidos en este códice. Se trata de tan solo tres páginas de las más de cien de todo el códice que, a pesar de su corta extensión, han servido para llenar 160 páginas de investigación que intentan desgranar su riqueza.
Uno de los aspectos más interesantes de su estudio son las glosas que contiene el texto, pequeñas anotaciones hasta ahora desconocidas que aportan un gran valor a la obra objeto de estudio. En el códice, el joven investigador encontró tres tipos de notas: Algunas que trataban de resumir el argumento de lo que está ocurriendo en el texto principal; otras que explican determinadas palabras o nombres cuyo significado podía resultar difícil de entender para el lector, y otras del tipo filológico.
Estas últimas resultaron ser de las más interesantes para el estudioso, porque con ellas se pueden conocer algunas claves de cómo funciona la sintaxis de determinados pasajes o la explicación etimológica de algunas palabras, lo que permite tener una noción de cómo se enseñaba latín en aquella época, a finales del siglo XV. «Hay algunas interesantes, en las que ves por ejemplo que el profesor está explicando algo incorrectamente; da una explicación sintáctica que, por el conocimiento que tenemos hoy en día, sabemos que está mal. Decían algunos disparates pero eran explicaciones que a ellos les valía», expone el autor.
Hugo Martín Isabel ubica el primer despertar de su pasión particular por estos temas precisamente en sus primeras clases de latín en el instituto Mariano Quintanilla, con la maestra Soledad García. «De repente, descubres que te gusta la lengua, y después descubrí que me encantaba la literatura, y escribir poesía, y el teatro. Me gusta escribir teatro, hacer y ver teatro, y esta parte histórica de la investigación del mundo antiguo. Me empezó a gustar traer los textos de la antigüedad, del siglo I A. C. y poder entender cómo funcionan en el mundo moderno. Yo creo que esa es mi gran motivación», resume el filólogo.
Toda esta información, de gran «riqueza» a ojos de expertos como Hugo Martín Isabel, ha servido para llegar a la principal hipótesis del trabajo: Que este texto se pudo utilizar en el marco del Estudio Catedralicio dirigido por el obispo Juan Arias Dávila con la venia de Enrique IV a finales del siglo XV, un Estudio General fundado probablemente en las dependencias de la Catedral antigua de Segovia, ubicada en frente del Alcázar, y que se podría considerar el germen de una primera universidad en Segovia. «Allí iban los estudiosos de la época, que tenían que ser eclesiásticos porque en aquel momento para ser una persona de cultura, tenías que ser eclesiástico», comenta el joven filólogo. Estas personas estudiaban tanto ciencias como letras, lo que incluía una asignatura llamada gramática, que era básicamente el estudio del latín, para lo que se usaba textos como la 'Eneida' de Virgilio, añade el investigador.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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