Felipe Martín. A. DE TORRE
Testimonio

«No hay que tener miedo a la diabetes, pero sí respeto»

«Los síntomas son muy progresivos, no vienen de golpe. Si no tienes un control anual, todo se va agravando», dice el paciente Felipe Martín

Lunes, 14 de noviembre 2022, 00:26

Felipe Martín quiere ahorrar a otros la factura que ha pagado él por no tratar a tiempo su diabetes. Participa en Paciente Activo, un programa de la Junta que gestiona la Asociación Diabetes Segovia a petición de su enfermera de Aguilafuente como agradecimiento a un ... largo año de curas tras la amputación parcial de su pie. Su experiencia es un grado en este foro en el que explica sus errores, lo que se diría a su yo 20 años más joven. «Cambiaría todo. Mis hábitos de ejercicio o de alimentación. Ir a la revisión anual del trabajo y hacer caso. No hacer excesos con la bebida o no comer tanto. No hay que tener miedo a la diabetes, pero no la podemos perder el respeto».

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Este segoviano, de 56 años, sugiere una vida saludable. «Y no verlo como un castigo, sino entender el valor que tiene». La glicada (hemoglobina glicosilada) indica los niveles de glocusa. «Lo normal es tener 6,5; cuando hice la primera analítica, tenía 12,4». El dilema de Felipe es por qué fue tan tarde. «Tienes algún síntoma que no comprendes, pero no tienes la necesidad de ir al médico». Describe los clásicos de la diabetes: orinar mucho, más sed o sentir un cansancio extremo sin hacer nada en especial. Perdió peso porque al perder efecto la glucosa el cuerpo va tirando de grasas. «Esos síntomas son muy progresivos, no viene de golpe. Un día orinas dos veces, otros tres, luego cinco, así que te vas acostumbrando a los cambios. Si en ese periodo, que puede durar años, no tienes un control anual, todo se va agravando».

Los síntomas pillaron a Felipe en uno de esos periodos «en los que pasas un poco de todo», en los que el cuidado a uno mismo adquiere un papel secundario. «No era una persona de salir mucho, estaba muy metido en mí mismo. Era una falta de actitud hacia las cosas, como dejadez de mí mismo». Llegó un momento en el que no pudo más y fue al médico. Y llegó la primera analítica. Con un diagnóstico que duplicaba los valores medios, estabilizaron su caso con insulina. «Cuando te tratas y te pones un poco en orden, las cosas vuelven a la normalidad. El problema es que todo el tiempo que has estado con los valores altos, la diabetes ha ido haciendo su trabajo. El daño ya está hecho».

Él seguía trabajando en una granja de cerdos. En un cambio de botas, llegó una ampolla en el pie que no se curaba por una neuropatía que provocaba pérdida de sensibilidad y problemas de circulación. Su proceso fue muy rápido: curas, antibiótico en el hospital y amputación, primero de un dedo y después del resto, un final que no le sorprendió. «Lo vas viendo. Vas a las curas y ves que eso no se cierra, que no mejora. Así que vas asimilando ideas». Fue un año lleno de citas hospitalarias sin soluciones mágicas. «No te duele nada el pie». Después de la primera amputación, volvió al trabajo, pero salió otra ampolla, «la definitiva».

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Las recaídas son habituales en el pie diabético y los médicos son conservadores a la hora de amputar. «Tratan de quitar lo menos posible, pero el riesgo sigue ahí». Tras la segunda intervención, volvió al trabajo y surgió otra ampolla, con el miedo de volver al quirófano. «Sabes que te van a operar, pero no sabes hasta dónde van a llegar. Aceptas el riesgo y los cuidados son extremos». Lleva una prótesis para apoyar el pie y la higiene es esencial. «Lo revisas todos los días porque puedes tener una herida que no te va a dar señales de dolor». La hidratación o las cremas son cruciales. También las visitas al podólogo, un especialista al que acude mensualmente para revisar la cicatriz. El corte de uñas en el pie bueno es importante, pues es una enfermedad bilateral, y el calzado adecuado. Pasea una hora y media al día, a buen ritmo. Y cuida los tiempos de reposo, de estar en casa sin la prótesis.

Con la vista ocurre algo parecido; los primeros indicios de la retinopatía no son evidentes, requieren un examen de fondo de ojo para detectar el edema, una acumulación de líquido. A aquella primera analítica siguió una cita con el oftalmólogo. En un primer momento, el edema era pequeño y se controlaba con inyecciones. Es decir, visitas constantes. Aquí es donde la pandemia le ha jugado una mala pasada. «El periodo que estuvimos sin consultas, que en mi caso se alargó de marzo a noviembre, el edema se descontroló. Mientras vas a consulta, te pueden poner una inyección de vez en cuando y no se le deja avanzar». De momento, no le impide nada: visión normal, conduce. Pero es una espada de Damocles. «El problema está ahí. Yo tengo más miedo a la vista que al pie». En su caso, el problema afecta a ambos ojos.

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Felipe está jubilado para su trabajo habitual y tiene una media pensión. Podría buscar un empleo complementario, pero habla de los riesgos en cuanto a movilidad. Ha pasado una década desde aquella analítica, así que está acostumbrado. Aquella dejadez que lo originó todo es ahora reposo. «Como no necesito grandes actividades, tengo más fácil cuidarme». Recomienda hacer vida social con cuidado. «Como la diabetes no duele, no sentimos la necesidad de cambiar ciertas cosas».

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