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Vista de la masa forestal junto al puesto de vigilancia de Valdesimonte; en pequeño, los vigilantes Jaime Barbado y Bernardo González. Antonio Tanarro
La soledad de una vigilancia que evita catástrofes

La soledad de una vigilancia que evita catástrofes

Trabajadores de una caseta y una torre de vigilancia de incendios en la provincia relatan cómo es su día a día en sus puestos

Alfonso Arribas

Segovia

Lunes, 8 de julio 2024, 06:50

Un poco antes de las 11:00 horas, Bernardo González sube con su coche una pequeña pista forestal, unos 150 metros, desde la carretera SG-231 hasta el puesto de vigilancia de incendios ubicado muy cerca de Valdesimonte, entidad local menor perteneciente al municipio de Cantalejo, para iniciar su jornada de trabajo.

Su puesto es uno de los siete que este año entran en servicio en la provincia para paliar, aunque solo en parte, las trece torres que esta campaña no han sido declaradas operativas por deficiencias detectadas por la Inspección de Trabajo y no subsanadas a tiempo. En total, son diecisiete puestos este año frente a los veintitrés del pasado.

Se trata de una suerte de caseta como las que dan servicio en las obras de edificación para oficina provisional o vestuario del personal. Una garita metálica con escueto equipamiento: puerta, ventana, ni baño, ni electricidad y con una mesa sobre la que reposan un cuaderno, unos prismáticos, una pequeña estación meteorológica y una emisora.

Eso es lo que hace Bernardo, vigilante de incendios desde hace ya seis años, nada más llegar: encender la emisora, conocer si hay alguna novedad reseñable y… empezar a observar el entorno. Controlar el paisaje es su función durante las diez horas que dura su jornada, dando un parte cada sesenta minutos al Centro Provincial de Mando ubicado en la Delegación Territorial de la Junta en Segovia con datos de temperatura, humedad y velocidad del viento.

Esta forma de proceder, además de la transmisión de datos, cumple una doble función: se trata de una medida para la seguridad del propio vigilante y una forma de comprobar que la comunicación no tiene obstáculos, por lo que pudiera llegar. Existe un código específico para el intercambio de datos. Todo esto siempre que no detecte ninguna alteración en el paisaje, «que prácticamente conozco de memoria a fuerza de esta constante observación». «En cuanto ves algo anómalo, lo detectas enseguida. Tenemos muy educada la mirada. El paisaje se te va quedando y es más fácil que detectes cualquier alteración», explica.

Su caseta está cercana a la torre del Cerro de la Horca, una de las que no han entrado en servicio este inicio de temporada. Desde ella tenía una visión total, pero desde este nuevo puesto, por su ubicación, la perspectiva es más bien de 180 grados. Aún así, con buenas condiciones meteorológicas se llega a divisar el Almanzor por un lado y por otro la comarca de Carabias, lindando con la provincia de Burgos, además de pueblos cercanos como Cabezuela o Cantalejo, el Mar de Pinares o parte de la Sierra de Guadarrama.

«Aparentemente es un trabajo con poco estrés. Pero cuando hay un incendio, de forma súbita tienes que dar instrucciones precisas, sin equivocarte, para que pueda ser controlado y apagado… Y entonces debes saber dominar la ansiedad, porque asumes una gran responsabilidad. Podemos decir que hay que llevar bien los dos extremos: la vigilancia tranquila y los picos de estrés».

Torre de vigilancia de Villacastín. El Norte

Pero además, en esta tarea de vigilante, al que se le asimilan otros términos como torrero o escucha de incendios, «debes estar preparado para estar mucho tiempo solo». «El que no se sepa llevar bien consigo mismo, no va a estar a gusto en este trabajo», afirma. El ensimismamiento, junto a las a veces extremas temperaturas (más en una caseta de chapa), son condicionantes de esta tarea, junto al riesgo de caídas, las picaduras de insectos, los desplazamientos a lugares más bien aislados y un general desconocimiento sobre su labor y sus funciones. «Los vecinos de pueblos cercanos a tu puesto sí nos valoran, y nos agradecen que estemos aquí porque saben de la importancia de nuestro trabajo. Pero creo que en general, ni los ciudadanos ni la Administración tienen esa consideración sobre la figura del vigilante», lamenta Bernardo.

Una opinión que comparte Jaime Barbado, escucha de incendios en la torre de vigilancia de Villacastín, que sí se mantiene este verano en servicio. «Tenemos una fuerte vocación de servicio público, pero además formamos parte de un sistema de emergencias; cumplimos una labor muy importante en materia de protección civil, pero lo cierto es que en ocasiones nos sentimos el último eslabón», comenta. En su caso, la vocación es clara. Ha pasado por todos los puestos relacionados con el cuidado del monte, desde sus comienzos como manguerista en un camión allá por 2016 a ser vigilante desde el año 2020. Y en su instrucción ha dado todos los pasos: capataz forestal, formación profesional de Grados Medio y Superior y acaba de hacer el último examen de Ingeniería. Su próximo trabajo, espera, será como integrante de una brigada helitransportada. Pero siempre con el cuidado medioambiental en el objetivo.

«En cuanto ves algo anómalo, lo detectas enseguida; tenemos muy educada la mirada», dice uno de los vigilantes

Su torre sí tiene un baño portátil, al que llama «la sauna», cuenta con prismáticos aunque utiliza los suyos por ser «más adecuados» y tampoco tiene electricidad. Así que, como en el caso de Bernardo, las baterías de la emisora se cargan en casa, o se las traen los agentes forestales; y toca llevar nevera de las de camping para mantener el agua fresca, que es imprescindible. Y la comida que no se tenga que calentar «y que aguante, porque ensaladilla rusa no puedes traer con la temperatura que alcanza esto en verano», ironiza.

Desde su torre de hormigón en Villacastín, aunque le falta altura –apenas supera los dos metros– «puedo ver una fábrica de piensos que está en Carbonero el Mayor, a unos 50 kilómetros en línea recta. Aunque en otro ángulo tengo un horizonte muy cerca, apenas a 5 kilómetros».

En algunas provincias se han empezado a utilizar cámaras de vigilancia para complementar la tarea de los escuchas. «Pueden servir para tener información sobre una alerta que ha dado el vigilante, pero nunca podrán sustituir a un trabajador», enfatiza Jaime, en una opinión compartida por su compañero de Valdesimonte. Ambos comparten, además, la necesaria mejora de sus condiciones de trabajo, tanto en la parte material y de equipamiento como en la continuidad y estabilidad de sus trabajos, algo a lo que apuntaba el acuerdo alcanzado en 2022 en el marco del Diálogo Social de Castilla y León que preveía seis meses de trabajo el año pasado y este, y ya doce meses, el año completo, para 2025. «La vigilancia no tiene por qué hacerse solo desde un punto fijo. Puede realizarse con un vehículo y desarrollar otras labores auxiliares y complementarias a las de los agentes medioambientales, información al público en parques naturales… Será un trabajo más polivalente durante todo el año, que creo que tiene todo el sentido», comenta Bernardo González.

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