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luis javier gonzález
Segovia
Domingo, 7 de abril 2019, 13:45
Los de ser un fenómeno aislado, los centenarios representan la punta del iceberg de la longevidad. Su mera existencia podría ser un verso libre, un desafío a las estadísticas de esperanza de vida, pero ilustra el auge de una vejez saludable. La provincia de Segovia ... apenas tenía 26 personas (siete hombres y 26 mujeres) de 100 años o más en 1998; el dato de 2018 eleva la cifra a 90 (19 hombres y 71 mujeres), más del triple, según recoge el Instituto Nacional de Estadística. El auge obedece a las pautas de envejecimiento más activo y a una vida más comunitaria.
La distribución de población de Segovia está cada vez más atomizada en torno al alfoz, apunta el antropólogo Jorge Herrero, profesor de la UNED en Segovia. La capital y sus pueblos adyacentes sumaban en los 90 en torno al 45% de la población de la provincia; en dos décadas ha subido seis puntos porcentuales y supera la mitad. La consecuencia es que una población urbanizada tiende a un envejecimiento más activo. «Ello aumenta la longevidad porque hay unas pautas más avanzadas de salud preventiva y una curiosidad mantenida en el tiempo a través de incentivos intelectuales», explica el profesor.
Esa concentración demográfica forma redes de todo tipo. «Los núcleos separados y mal comunicados favorecen un envejecimiento más solitario y degradado en términos de salud. Estar con gente en una situación parecida a la tuya permite que haya redes de conexión social que te acompañen en ese proceso», subraya Herrero, que concreta zonas como La Granja o El Espinar como escenarios para una rutina física moderada en un entorno natural. «Es ejercicio equilibrado de acuerdo a la edad con una concentración de personas en un radio pequeño para hacerlo en común. Eso es fundamental, no se puede hacer en común en una situación de aislamiento». Prácticas que se traducen necesariamente en un incentivo a la despoblación cuando ya no hay suficiente vida en comunidad en muchos pueblos.
Hay un consenso entre expertos a la hora de destacar la importancia de los genes para la longevidad, pero Herrero subraya la implantación cultural. «Sin un contexto adecuado, esa predisposición se rompe». La universalización de determinados hábitos como nutrición o deporte ha sido esencial. Japón, el país con más centenarios (69.785 en una población de 126 millones), prevé superar los 100.000 en 2023 y los 170.000 en 2028. España, el segundo país con mayor esperanza de vida tras Japón, tiene 15.756. «El mensaje de que el cuidado individual del cuerpo redunda en beneficio social ha llegado».
Ello se traduce en hábitos como la contención alimentaria, todo un reto para la sociedad española, considerada como comensalista en términos antropológicos: nos gusta reunirnos en torno a una mesa con comida y bebida. El mensaje de Confucio –levántate sin estar lleno– es verdad científica: la ingesta excesiva tiene efectos perjudiciales. Hay motivos para la esperanza. «Los estudios hablan de que ese comensalismo puede estar tomando otra forma, que no tenga tanto que ver con la cantidad, sino que respete la calidad. Cada vez hay más gente de una edad más avanzada que es capaz de dar ese giro y valorar los sabores, las combinaciones o los maridajes. Eso ha redundado en la longevidad».
Las nuevas prácticas culinarias facilitan ese escenario, así como limitar el uso de azúcar, extendida desde la geriatría al extremo contrario, los centros escolares. «Esto está llegando a otras capas, no solo deportistas o gente especialmente preocupada por la salud. Todo ello se ha incorporado al comensalismo general, del que no vamos a prescindir». Y eso que las generaciones de centenarios llevan consigo la circunstancia de haber pasado una guerra civil y las penurias de la posguerra. «Las personas que han envejecido con esa serie de calamidades no han sido renuentes a adquirir costumbres de las generaciones que les han sucedido. Esa pedagogía social es fundamental; no solo enseñan, sino que se dejan enseñar».
Otro elemento clave es que su modelo laboral era más sencillo. «Las reglas de efectividad y multitarea en las que nos movemos tienen un coste cognitivo y de salud. Evidentemente, va asociado a precariedades laborales de nuestra generación. Muchas personas que han llegado a los cien años no han sido partícipes de esta necesidad y su gestión del tiempo es mucho más armónica con la existencia humana. Y este es uno de los desafíos con los que la sociedad moderna tendrá que lidiar. Habrá que cuantificar ese precio que pagamos», apunta Herrero.
A ello hay que añadir el de cuidar a un número creciente de centenarios, y el resto de octogenarios o nonagenarios que subyacen bajo la punta del iceberg. El primer objetivo para provincias con poca densidad de población es hacer llegar los servicios públicos a núcleos mal conectados. «Es un reto económico, que esos servicios lleguen cada vez más tiempo a lugares cada vez más lejanos. Tenemos que elevar las condiciones de dignidad con las que una persona envejece en una provincia con una esperanza media de 84 años a más de una década». Una responsabilidad para los poderes públicos y para las propias familias, dado el alto coste y las largas listas de espera en las residencias.
Esa dignidad incluye también un reconocimiento social, desde fomentar sus actividades de envejecimiento activo a programas de asistencia. Herrero pide un cambio de paradigma y cita el ejemplo de poner en valor la juventud como algo supremo. «Queremos líderes jóvenes y el marketing desplaza a los mayores». Apela, como complemento, a apreciar la experiencia. «Si la longevidad va a seguir aumentando y el envejecimiento activo nos va a dar personas mayores pero todavía lúcidas, no deberíamos desechar el conocimiento que nos pueden dar. Que poner en valor la juventud no arrincone la transmisión cultural de la parte más alta de la pirámide».
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