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Marta sale un lunes baldada del hospital tras recibir la quimioterapia porque su fármaco tiene doble castigo, pues es alérgica al medicamento. «En circunstancias normales te quedarías en la cama porque no tienes capacidad física para hacer nada». Pero no son circunstancias normales, es un ... programa piloto que la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) ha implantado en los últimos tres meses en Segovia con diez pacientes para experimentar los efectos del ejercicio físico en la lucha oncológica. Y hay una norma: si no hay fiebre, ven. Su familia alucina cuando pregunta en la comida, con su cara de agotamiento, que quién la lleva al Pedro Delgado para el entrenamiento. Adormecimiento, malestar estomacal, abatimiento. «He venido hecha una braguilla y ahora me podría ir de cañas». Ese ambiente de humor y resiliencia ha creado un grupo unido y refutado la hipótesis: sí, el ejercicio suma, tanto en lo físico como en lo mental.
En un paciente oncológico se agudiza la falta de entrenamiento de fuerza porque los tratamientos provocan pérdida de masa muscular y funcionalidad. La entrenadora del grupo, Lucía Gil, destaca que esa es la principal ganancia, junto a la capacidad cardiovascular: «Hemos tenido que hacerlo todo de manera progresiva porque a nada que hacíamos a lo mejor se les disparaba la frecuencia cardiaca y se asfixiaban».
Un formato que ha roto el tabú que muchos tienen a la hora de meterse en un gimnasio —por sentirse incapaces o señalados—, pues ha creado una confianza colectiva para compartir los síntomas, desde el que no podía dar ni una vuelta sin jadear al que se tropezaba con sus propios pies. Y los síntomas, desde náuseas a tristeza, son un lenguaje compartido.
Lucía Gil
Entrenadora
El formato se aplica en otras sedes de la AECC como Madrid, en la que trabaja Gil, que defiende la evidencia científica del ejercicio contra el cáncer. «Reduce muchísimo los efectos secundarios que producen los tratamientos y la toxicidad. Mejora la calidad de vida del paciente y aumenta la supervivencia porque tienen menos riesgo de recaída». El mínimo recomendado a un paciente oncológico son 150 minutos de ejercicio a la semana: la estimación general es 90 de cardio y 60 de fuerza. Pero el plan se adapta al tratamiento.
Todos los pacientes se sometieron a una valoración inicial con el tipo de tumor y los efectos secundarios. «Al final lo que intentamos es reducirlos». Por ejemplo, hay un tipo de quimioterapia muy tóxica a nivel cardiaco que obliga a un trabajo muy específico. O la fatiga de la radio. «La única manera de combatirla es mediante un entrenamiento combinado». Neuropatías que duermen los dedos de los pies o las manos que quieren trabajar equilibrio y movilidad. Aunque la masa muscular es la más afectada, en otros casos aumenta el porcentaje de grasa. «Hay que estar muy actualizado con los efectos que produce cada fármaco para luego individualizar el ejercicio», resume Gil.
La puerta de entrada al programa fue el Hospital General de Segovia. «Para el paciente, el oncólogo es Dios». Gil definió con el servicio de Oncología los criterios de inclusión. Los pacientes en tratamiento tenían prioridad. «Eran los que más se podían beneficiar». Pero debían tener una «funcionalidad normal», por ejemplo, caminar 500 metros seguidos. Tuvo que descartar a una mujer con muletas por inviable, pues no podía desplazarse por sí misma. Tenían que demostrar ser capaces de levantarse y sentarse en una silla 15 veces en medio minuto. Excluyeron a los pacientes con metástasis óseas activas por riesgo de fractura.
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Gil estableció un programa con sesiones lunes y miércoles a lo largo de 12 semanas con una intensidad creciente. Y lo hace ameno. «No sé si lúdica es la palabra, pero que sea lo más atractivo posible. Si todos los días haces lo mismo, el paciente acaba harto». Cada una empieza con un calentamiento que incluye movilidad artificial, la parte principal, y estiramientos para acabar. Los pacientes elogian como innata su expresión, el tono de voz enérgico: «Siempre está con una sonrisa y eso nos anima un montón». Usa trucos para aumentar las pulsaciones en el calentamiento: «Vamos a tocar colores y os podéis tocar entre vosotros. O una letra. Es una forma también de darle al coco y tratar las pérdidas de concentración o memoria».
Tras la experiencia, la entrenadora habla de una mejoría «increíble» en todos sus alumnos. «Al paciente oncológico se le fragiliza mucho, coge una pesa de un kilito. Aquí han trabajado con pesas de diez. De cómo venían al principio a cómo están ahora, el cambio es brutal». El grupo está tratando de organizarse para seguir quedando al aire libre. «Para mí sería un éxito que en tres meses sigan haciendo ejercicio físico, lo que queremos es que se convierta en un ámbito de vida». El programa tiene visos de continuidad, pues tanto AECC como el servicio de Oncología están satisfechos con los resultados.
La actividad ha sido un asidero para dos mujeres que han mantenido la enfermedad en secreto durante meses. Solo lo sabe su círculo más íntimo, por eso hablan en confidencialidad. «Es difícil porque te lo chupas tú todo», cuenta una paciente muy débil, tras un mes ingresada y 14 kilos menos. «Ahora me ves delgada, pero antes estaba mucho más. Para mí ha sido un cambio espectacular, ahora creo que hago más incluso que antes de estar mala. Para mí ha sido una salvación».
Otra paciente optó por el silencio para proteger a su entorno. En su caso ha ido todo rodado, desde el diagnóstico en una mamografía de control a la operación, la quimio o la radio. «No me ha dado tiempo a pensarlo. No se lo conté a todo el mundo porque me quedé en shock. No me arrepiento porque me ha mantenido en un plano de seguridad, no he tenido excesivas preguntas. Porque en cuanto dices que tienes cáncer, la gente inevitablemente te mira con lástima».
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