Segovia
El sector de la chatarra sobrevive con mano de obra extranjera e instalaciones insuficientesSecciones
Servicios
Destacamos
Segovia
El sector de la chatarra sobrevive con mano de obra extranjera e instalaciones insuficientesLa concienciación por el reciclaje y la boyante actividad de las grandes fábricas ha propiciado una oportunidad para el sector de la chatarra. Lejos de aprovecharla, lo cierto es que las empresas se ven más presionadas porque deben hacer frente al aumento de residuos ... con las mismas instalaciones que hace años y con el mismo número de empleados. «Estamos en expansión y no encontramos personal. Está muy bien pagado, pero parece que trabajar aquí es un desprestigio. En Segovia somos así de señoritos», subraya el propietario de Hijos de Plácido Hernández, Félix Rubén Hernández.
Su chatarrería, en el polígono de El Cerro, surgió en los años 40 de mano de su abuelo –entonces se encontraba a los pies del Acueducto– y lleva más de medio siglo en su actual emplazamiento. No entiende ese desprestigio de la chatarra. «No lo entiendo, llevamos haciendo una labor social más de 80 años. Antes de que se inventara el medio ambiente y el reciclaje, ya existíamos nosotros. Y cuando se pierda esta moda, seguiremos aquí. Prefieren ser funcionarios o Instagramers que ensuciarse las manos».
El primer paso cuando llega un paquete de chatarra es pesarlo. El siguiente es clasificarlo, por eso hay una decena de trabajadores diseccionando aquello. La parte derecha de la nave es para papel, cartón y plástico, toda una muestra sociológica, pues la chatarrería se encarga de la recogida selectiva de la provincia. «Viene con muchos impropios». Es decir, residuos en el contenedor equivocado. Así que en este lugar se enmienda los malos reciclajes. «Lo que está haciendo esta gente es rectificar los errores». Los hay ordinarios –un envase de cristal donde no toca– y los hay memorables: rescataron con vida a una tortuga que terminó en una protectora de animales y se encontraron con el cadáver de un jabalí.
Noticia Relacionada
Luis Javier González
Hay toneladas apiladas y un molino que se encarga de la destrucción confidencial de papel. «Para las oficinas que tienen que destruir los datos. Hay muchas empresas que no pueden estar con la destructora y la papelera porque hacen 500 o 600 kilos. O lo haces aquí o te tiras un año moliendo papel». Un recorrido por la nave entre gatos de la casa que corretean para saciar su curiosidad es como visitar un bazar: pueden encontrar de todo, desde bicicletas a monopatines, lámparas en buen estado o bombonas de gas.
4.000 Kilogramos
de chatarra pueden llegar semanalmente a una nave de reciclaje
La parte izquierda es para los metales, más difíciles de separar en cobre, aluminio o plomo. Hay una máquina que tritura los cables y otra que separa el plástico del cobre. Hay electrodomésticos peligrosos como los frigoríficos o los termos, por su espuma de poliuretano. Aquí se desmonta de todo –hay una caldera que acaba de empezar su autopsia– en un ejercicio que prioriza la rapidez sobre el tacto. «A lo mejor lleva veinte minutos, dándose muy bien. Hay que saber, pero no lo hacemos como si fuera a funcionar otra vez. Vamos a degüello».
Pero el corazón de una chatarrería es su patio. Aquello impone por sus dimensiones y, como reconoce el propio Hernández, parece todo lo mismo, un mar enorme de residuos que empequeñece al ser humano. Pero el caos tiene orden, con grandes paquetes apilados en departamentos: madera, aluminio, basura genérica, taras –metales sucios– o acero inoxidable. Allí hay un empleado manejando una grúa con la que apila los residuos para colocarlos en esa suerte de estanterías y llevarlos a la fragmentadora, que empaqueta unos materiales –los más voluminosos– para facilitar el transporte y tritura otros.
¿Cuántas toneladas hay? «Ni lo sé, imposible de calcular. Intentamos sacar todos los días uno o dos camiones porque si no nos ahogaríamos». Cada vehículo transporta unas 25 toneladas para una nave que recibe una media de cien toneladas semanales –eso incluye algunas de 20 y otras de 200– que toca seleccionar antes. El principal cliente de una chatarrería son fábricas, edificios en construcción o talleres mecánicos; los particulares apenas representan el diez por ciento. «La gente, cuando limpia su casa o el trastero de la abuela, lo suele traer aquí».
Hernández tiene 16 empleados, pero contrataría en el acto a una decena de personas si se presentaran en su nave. «Nada más que veas la cantidad de material atrasado que tengo pendiente de clasificar. Aunque vamos haciendo mucho, se va acumulando». La consecuencia de la falta de mano laboral local es que casi toda su plantilla está formada por trabajadores extranjeros. Divididos en turnos de mañana y tarde, la su labor es clasificar, limpiar, triturar los materiales o desmontar electrodomésticos. «No hacen nada peligroso y tenemos carretillas o máquinas. No hay que hacer esfuerzos». Sus anuncios para ampliar la plantilla han sido en vano. «Cuesta un horror encontrar personal, sobre todo conductores de camión».
Así que el sector no puede aprovechar el crecimiento de la demanda en los últimos años. Un problema que se agudiza por las infraestructuras. «Nos hemos quedado en mitad de Segovia y no tenemos sitio. No hay polígonos donde irnos. Se lo hemos solicitado al Ayuntamiento un montón de veces y no hay manera. Esto se nos queda pequeño». El chatarrero explica el auge del sector por la mayor conciencia social. «Cada vez se recicla más y se recicla mejor». La práctica de dejarlo en el vertedero del pueblo ha pasado de ser costumbre a algo residual.
Hay más chatarra porque hay más residuos. «Vivimos en la sociedad del usar y tirar. ¿Sabes las cosas que me vienen del Ikea nuevas y luego las tira cuando ven que es una tontería? Compran una mesa, creen que es algo y es cartón piedra. O una lámpara que no vale para nada». Los años de pandemia no han sido buenos para el sector, que ha pagado la subida de combustibles o de la electricidad. «Es un negocio rentable, pero no lo suficiente para decir que se gana dinero». La chatarra va a las fundiciones de los altos hornos para hacer hierro, radicadas principalmente en el País Vasco.
Entre las anécdotas, en otra ocasión recibieron un ataúd –vacío– y tienen que lidiar con los descuidos, con esas llaves que se han caído donde no debían. «Echan sin querer los testamentos o las escrituras al contenedor de papel. Y muchas veces no se recupera». Allí fue a parar la recaudación de los roscones de Reyes de una pastelería. «No se encontró el dinero y a lo mejor eran 2.000 o 3.000 euros». Pura chatarra.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.