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Hermanas, emprendedoras tardías y segovianas. De Samboal, para ser más concretos, unas raíces que ensalzan con orgullo Rosario y Leandra de la Calle de Pablos. En 2012 no solo cumplieron 61 y 63 años, respectivamente, sino también la ilusión de Charo. Aquel año, ... ambas transformaron en negocio los tragos tan singulares que compartían en familia y con amigos cuando los encuentros se hacían a cara descubierta. Hace nueve años nació el taller artesanal Los Pinares, donde se producen los licores de café, fresas, frutos rojos, limón, higos, chocolate y piñones que Leandra elaboraba para esas reuniones.
«Nuestro padre murió cuando éramos unas niñas y nos trasladamos a Madrid, donde prácticamente hemos hecho nuestra vida; aunque siempre hemos mantenido la casa de Samboal», cuenta Charo. La menor de las dos hermanas relata que en la capital tuvieron distintos trabajos dentro de la administración. Si Leandra siempre ha sido más manitas, Rosario se define como «más aventurera». Su hermana se casó con un zamorano. Allí, muchos hacen sus propios caldos. Las familias que formaron se juntaban de vez en cuando y en esas reuniones Leandra daba a probar los licores que había aprendido a hacer.
Años después, «nos lanzamos a una aventura que no conocíamos». Pensaron en fabricar esos licores y «creímos interesante hacerlo en Segovia porque en Zamora había ya muchas empresas que comercializaban estos productos», explica Rosario. Sin embargo, las hermanas se toparon con la administración y la burocracia. Pasaron tres años desde que plantearon el proyecto hasta que consiguieron abrir el taller de Licores Los Pinares. El mayor escollo con el lidiaron –recuerda– fue la obtención de un permiso para un tipo de negocio dedicado a la producción y comercialización de una bebida alcohólica que se escapaba a la legislación regional vigente.
Cuando se le pregunta si han sentido que por ser mujeres lo han tenido más difícil, Charo opina que «ese tiempo que nos costó poner en marcha el taller fue por un tema administrativo y no por ser mujeres, de hecho en mi vida profesional no me encontrado con problemas», afirma. Sí matiza que, cuando tuvieron que sortear los obstáculos burocráticos, «las pegas vinieron quizás más por la edad que por ser mujer». «Un joven, creo, lo tiene más fácil», añade. Lo que tiene claro esta emprendedora septuagenaria es que «nuestra cultura es la que se basa en el trabajo y el esfuerzo hasta conseguir lo que se pretende». Suma a la condición femenina la experiencia y concluye que «somos más insistentes y más constantes». Enaltece «la capacidad de aguante» de las generaciones de mujeres que les han precedido, luchadoras como su madre. Por eso, opina que el grito feminista es una «cuestión más cultural y generacional».
Charo fue la incitadora y Leandra continuó el proyecto porque «quería que yo me lo pasara bien», reconoce agradecida y «con devoción» hacia su hermana. Explica que la materia prima para elaborar sus licores tratan de adquirirla en la zona para «que los beneficios se queden aquí». Por ejemplo, la fresa la compran en Chañe.
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