Un rito ancestral en Arcones con vistas al futuro

Es uno de los momentos más esperados del año por los vecinos de Arcones. Sobre todo para los que alcanzan su mayoría de edad. La tradición ha pasado de de abuelos a nietos sin apenas variaciones. La pureza es lo que caracteriza la Fiesta de la Vaquilla que se celebra cada carnaval en el municipio serrano de la provincia de Segovia. De ahí que no sorprenda que el rito de iniciación de los mozos del pueblo se haya convertido en una Manifestación Tradicional de Interés Cultural Provincial.

Los nervios de los quintos comienzan ya días atrás. El evento tiene lugar el 'domingo gordo' tras el martes de carnaval, pero el sonido de los cencerros anuncia con antelación las donaciones que los vecinos hacen a los jóvenes arconeses para costear la fiesta. A continuación, ultiman los adornos que engalanan sus vaquillas para enfrentarse en la Plaza Mayor a los tripudos, que simbolizan la carnalidad y los excesos previos a la Cuaresma.

No se sabe el motivo ni el momento en que este rito comenzó. Su origen puede remontarse a la Edad Media. «Arcones es un pueblo de pastores trashumantes y muchas localidades de la Cañada Real Soriana comparten tanto las danzas de palos como las vaquillas», asegura Nuria Delgado, vecina y miembro de la Asociación Cultural La Cachucha. Esta entidad ha sido un canal necesario a la hora de obtener en septiembre la ansiada declaración por parte del Instituto de la Cultural Tradicional Segoviana de la Diputación Provincial.

«Han participado todos los vecinos. Al no haber documentos que permitiesen conocer la antigüedad del rito, se han realizado entrevistas a personas nacidas incluso en 1932», detalla emocionada Delgado. Además del enriquecimiento personal y orgullo que supone para los arconenses, esta investigación ha permitido conocer que el rito de iniciación colectiva apenas ha experimentado cambios pese al transcurrir de los años, con excepción de la introducción de la mujer, la desaparición de los acompañantes que introducían a los quintos u otras «leves variaciones», matiza.

Los jóvenes rotagonistas tienen 18 años, no 21 como hace décadas. Tras cubrir armazones de madera astados con enagüillas y pañuelos o flores de papel, se afanan en amurcar a los tripudos, que son personajes orondos con máscaras protegidos con sacos rellenos de paja. Cuando estos caen al suelo, personas disfrazadas conocidas como remudaos les levantan, mientras suenan las coplas de carnaval entonadas por mujeres vestidas de serranas. Dos disparos simbolizan la muerte del animal y, a continuación, se degusta su sangre, que consiste en el vino servido a los asistentes junto a otros aperitivos.

«Es un momento muy emocionante, los espectadores también pueden ser actores», subraya Delgado, quien anima a ahondar en la cultura de los pueblos para buscar cualquier resquicio de las tradiciones segovianas. «El patrimonio inmaterial dice mucho de nosotros, es nuestro pasado que revierte en el presente», defiende. En suma a ello, asegura que para transmitir la esencia de estos ritos ancestrales se tiene que «poner alma», lo que solo se puede conseguir al vivirlos.

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