

Secciones
Servicios
Destacamos
laura lópez
Segovia
Lunes, 17 de agosto 2020, 08:52
La coordinadora de rastreadoras de covid en la provincia de Segovia, Carmen Montero, estima que en torno a medio millar de personas, «entre 400 ... y 600», se mantienen actualmente bajo estudio epidemiológico por riesgo de contagio de coronavirus, entre los que han dado positivo y sus contactos estrechos. Y es que no todos los positivos desencadenan un brote –actualmente hay nueve activos–. Para calificarlo así se tiene que dar la circunstancia de haya una agrupación de tres o más casos con infección activa en los que se ha establecido un vínculo epidemiológico. Esto es así excepto para las residencias de ancianos, donde un positivo ya es declarado como un brote, por la vulnerabilidad de las personas susceptibles de contagiarse.
Montero, directora de Enfermería de Atención Primaria de Segovia, es la encargada de coordinar a las responsables de seguimiento de vigilancia epidemiológica, que es como se llaman en realidad las conocidas popularmente como 'rastreadoras'. En su entorno, también acortan el nombre, pero a 'reses', acrónimo de responsables de seguimiento. La función de Montero, enfermera desde hace 34 años, es la de coordinar y transmitir información y formación sobre esta labor de vigilancia epidemiológica. Imparte y actualiza la formación que se da a cada rastreadora para que conozcan el protocolo a aplicar, y coordina los casos de coronavirus que se cruzan con los de otras provincias y comunidades autónomas.
La labor de rastreo ya existía antes del coronavirus en relación a otras enfermedades contagiosas como la tuberculosis y seguía más o menos los mismos procedimientos. Sin embargo, ha sido a raíz de esta crisis sanitaria cuando se ha creado esta figura dedicadas casi en exclusiva a vigilar a las personas con sospecha de haber sido contagiados de coronavirus para intentar frenar los brotes y no llegar a la tan temida transmisión comunitaria.
Estas figuras tienen rostro de mujer porque, según explica Montero, en la inmensa mayoría de los casos son enfermeras de los centros de salud, profesión aún feminizada. En Segovia, hay entre 37 y 40 rastreadoras repartidas por las dieciséis zonas básicas de salud. En teoría, lo óptimo es que cada una se dedique en exclusiva a esta tarea, pero en la práctica muchas acaban compaginando esta labor con otras habituales de su profesión, como pasar consulta. Esto se debe a la falta de personal en el sistema sanitario público de Segovia, que la Gerencia de Asistencia Sanitaria, y la propia Montero, achacan a la «inexistencia de personas disponibles para trabajar». El problema derivado de esta situación se agudiza en verano, cuando hay que cubrir las vacaciones.
Durante la formación de estas 'reses', se las instruye en el protocolo de actuación, que comprende desde la detección de un caso positivo hasta la conclusión del estudio. Todo suele empezar con la llamada de una persona que ha percibido algún síntoma compatible con la enfermedad. A este se le cita por teléfono y, durante la consulta, el médico le hace una serie de preguntas. Si fruto de sus respuestas se considera que este paciente es sospechoso de padecer covid-19, se le da otra cita para hacerle una exploración y una prueba PCR.
En ese momento, ya se le pide que entregue una lista de personas con las que ha mantenido un contacto estrecho en los dos días anteriores a comenzar a sentir los síntomas. En este contexto, eso significa todas las personas con las que ha estado a menos de un metro y medio de distancia, sin usar mascarilla, más de quince minutos. La longitud de la lista varía mucho, y puede ir desde cuatro o cinco personas hasta veinticinco. Las personas jóvenes son más proclives a alargar más el listado.
Montero explica que la mayoría de los contagios que registran tiene su origen en reuniones familiares de personas no convivientes, como bodas, comuniones o entierros, en las que muchas veces no se respeta la recomendación de hacer uso de la mascarilla o mantener las distancias de seguridad: «Yo lo entiendo, nos hartamos después de muchos meses, tenemos ganas de vernos y ya parece que no pasa nada… Pero, en realidad, si mantenemos este comportamiento, no salimos nunca y perjudicamos a mucha gente», asegura.
La segunda circunstancia que más se repite es la de reuniones de amigos jóvenes, como escapadas a casas rurales en las que conviven muchas personas, a menudo de diferentes lugares de origen. De hecho, cuando más joven es el caso índice, más larga suele ser la lista de contactos que facilitan. Sin embargo, Carmen Montero es crítica con el pensamiento instaurado en algunos sectores de la opinión pública, que criminaliza a la juventud. «No es que los jóvenes sean imprudentes, es que son mucho más activos socialmente que las personas mayores». Pone como ejemplo que «una persona de 80 años tiene unas relaciones sociales mucho más reducidas, que en muchos casos solo se limitan a su familia. Una persona con 18 puede tener una 'panda' de amigos de treinta personas», apunta. También existe una tendencia entre las personas de menos edad a pensar que ellos no sufrirán consecuencias dramáticas en el caso de contraer la enfermedad. Sin embargo, las rastreadoras perciben que esta concienciación sí aparece cuando se les comenta la posibilidad de contagiar a las personas de su familia más mayores, como sus padres o abuelos.
Una vez se ha obtenido el resultado de la prueba PCR, si esta es negativa y no hay mayor sospecha de una presencia del virus, la lista se rompe y acaba el proceso. Si ha salido negativo, pero persiste la sospecha porque los síntomas así lo sugieren, se repite la prueba. Si sale positivo, es un caso confirmado y, ahí sí, comienza todo. También existen otros prólogos, como una persona que no tiene síntomas pero a la que se le practica la prueba porque, por ejemplo, va a operarse y, para su sorpresa, da positivo.
Sea como fuera que se haya obtenido este primer caso, a este se le insta a que permanezca en aislamiento domiciliario durante catorce días. A los diez días, se le realiza otra prueba y si sale negativo, se considera que ha pasado la enfermedad. Si mantiene los síntomas, este ha de permanecer en casa hasta que desaparezcan y someterse a una prueba cada semana.
Mientras tanto, desde el momento en el que aquel primer caso da positivo, la rastreadora comienza a trabajar con la lista de contactos. Se le pide al paciente confirmado que avise a esas personas de que serán contactadas, para que el 'abordaje' por parte de las enfermeras sea menos brusco. Entonces, la rastreadora comienza a llamar, uno por uno, a todos los contactos, les explica la situación y les pide que se mantengan en cuarentena hasta que se les realice la prueba PCR, que suele ser a los diez días si no han tenido síntomas, o antes en el caso de que sí los manifiesten. Si el contacto da negativo, no ha pasado la enfermedad y acaba el proceso para él. Si da positivo, comienza todo de nuevo. «Si el caso índice, que se llama, ha dado veinte contactos estrechos y dos dan positivo, estos, a su vez, pueden tener otros veinte contactos, y así sucesivamente… así se declaran los brotes», ilustra Montero. El trabajo de la rastreadora tras esa primera llamada de contacto es hacer un seguimiento de cada persona, con llamadas cada uno o dos días para controlar su salud, comprobar si están respetando las indicaciones y citarles para las pruebas.
Entre las reacciones de las personas que reciben la temida llamada que informa de que son personas con riesgo de haberse contagiado de Covid-19 hay de todo: «Están las personas que son muy responsables, que saben lo que hay que hacer, y las que se enfadan, no lo entienden e incluso te dicen directamente que no van a hacer el aislamiento». Aunque «el 90 % de la gente es lógica y responsable, hay un porcentaje que no quiere atender a razones, que no les parece justo o no se lo creen», comenta Montero, quien asegura que esta es la parte más frustrante del trabajo: «Cuando estás intentado por todos los medios que se corten las cadenas de transmisión y por una mala acción se te fastidia el trabajo de un mes… así es nuestro trabajo», lamenta.
Silvia Bernardo, enfermera en el centro de salud de Villacastín, compagina su labor de rastreadora con su tarea habitual, pasar consulta, porque no hay suficiente personal para desdoblar el trabajo. Cuando tiene mucho volumen, sus compañeros, otros tres enfermeros del centro, le echan una mano. Cuando surge un nuevo positivo, lo normal es que el trabajo derivado de ese paciente ocupe toda la mañana para ella. Más aún si, como ocurrió este pasado jueves, los contactos que surgen son de otras comunidades como Madrid y tiene que abrir historias nuevas, momento en el que el trabajo se eterniza. Por lo general, en la zona de salud básica en la que trabaja, la lista de contactos suele integrar unos diez nombres.
La diferencia entre hacer cuarentena y estar aislado es «mínima», explica Montero. El primero se aplica a las personas con sospecha de padecer covid-19 y, en este caso, uno debe permanecer en casa y, en la medida de lo posible, en su cuarto, sin que esto le impida, por ejemplo, hacer las labores del hogar. El aislamiento se aplica en casos confirmados, que han dado positivo, y es más restrictivo: Se ha de permanecer en un cuarto de la casa sin salir, con la única excepción de ir al baño y, entonces, se ha de salir con mascarilla y distancias de seguridad respecto al resto de personas de la casa. Después, se ha de desinfectar la estancia en la que el enfermo ha estado.
Bernardo se ha encontrado con las más variadas reacciones, desde personas que «lo hacen bien» y colaboran hasta las que le dicen que no quieren saber nada y, mucho menos, hacer el aislamiento. En estos, casos, las rastreadoras tienen la opción de dar los datos a la Guardia Civil para que sean ellos quienes controlen que estas personas estén cumpliendo el aislamiento, extremo al que Bernardo no ha tenido que llegar nunca: «Cuando se lo dices, que puedes alertar a la Guardia Civil, ahí sí lo cumplen todos», explica.
Otro de los problemas que le han surgido son personas que tardan mucho en acudir al centro de salud después de haber presentado síntomas. A la hora de hacer el listado de contactos, les resulta más difícil y son menos precisos, ya que tienen que hacer más memoria. Entre las reacciones de estos contactos, la sanitaria destaca la de algunas madres cuyos hijos han sido señalados y que actúan con voluntad de defender a los menores: «Me dicen: 'Mi hijo no tiene nada que ver, mi hijo no estaba ahí'. Y yo les explico que no se le están acusando de nada… Cuando entienden que no les va a pasar nada a nivel legal, ahí es cuando se quedan más tranquilos», narra la enfermera.
Esta rastreadora opina que aún falta «concienciación», sobre todo en aquellas personas que vivieron las peores consecuencias de la pandemia «de lejos»: «La gente está más preocupada por las multas que por la propagación del virus».
Marta Pérez de Cossío es, enfermera desde hace ocho años, es otra de las cuarenta rastreadoras, en su caso desde el centro Segovia Rural. Al ser su zona una de «pueblos», la mayoría de las personas a las que rastrea son mayores, sin muchos contactos estrechos. Para ella, uno de los mayores problemas son las contradicciones entre los positivos y contagiados. Se ha encontrado en más de una ocasión con casos índices que señalan a una persona, y esta niega después haber estado con él. También «hay gente que pone a toda su familia entera en la lista de contactos porque quieren hacerse la prueba gratis y, cuando les decimos que tienen que hacer diez días de cuarentena, reculan y ya dicen 'Ah no, ¡Pero si hace una semana que no les veo!», reproduce la enfermera.
Paula Yubero es enfermera desde hace cinco años y rastreadora en el centro de salud de San Ildefonso. Compagina su labor con otra compañera, para suplir las vacaciones. Las listas de contactos que facilitan los positivos ha ido aumentado según han ido avanzando las fases de la desescalada, de acuerdo a su experiencia, de modo que, por ejemplo «en junio eran mucho más cortas que en agosto».
Cada vez que detectan un positivo, «a mí me da un vuelco en el estómago», confiesa la enfermera: «A partir de ahí, comienza todo el trabajo, llamar a gente que no nos conoce de nada, para darles la noticia que son un contacto estrecho de un positivo y que tienen que permanecer al menos diez días de cuarentena. La gente no lo entiende, y ahí tienes que lidiar la batalla de la responsabilidad social de cada persona». Sin embargo, Yubero se muestra comprensiva con «las condiciones de cada uno», porque cuando todo el mundo estaba confinada era mucho más fácil, pero ahora no todo el mundo puede permitirse dejar de trabajar». Sin embargo, los hay que se niegan a cumplir los protocolos porque consideran que los sanitarios se han equivocado: «Para ellos es más fácil pensar que nosotros nos hemos equivocado a que ellos han hecho algo mal», relata la enfermera, quien asegura incluso haber sido víctima de agresiones verbales.
Aunque son una minoría, estos pequeños gestos son los que vuelven el trabajo ingrato: «Te vas viendo cada día más cansada, todos pensábamos que íbamos a salir reforzados como sociedad», lamenta. «Si nos olvidamos de marzo, estamos condenados a repetirlo», advierte.
Carmen Montero comenta, con orgullo, que la labor realizada por todas las rastreadoras del área de salud de Segovia ha sido hasta ahora «para quitarse el sombrero», y prueba de ello es que la situación epidemiológica está bastante contenida en comparación con otras provincias, cuando durante los peores momentos de la pandemia, Segovia fue una de las que presentaba mayor incidencia: «Yo ya pensaba que lo iban a hacer muy bien, pero cada vez me sorprenden más», expresa la directora, quien no puede dejar de subrayar la importancia de estas figuras y su implicación: «Hay mucho esfuerzo detrás, mucho tiempo fuera de su horario laboral, así que solo espero que la gente responda de la misma manera.», reivindica.
Sobre el grado de preocupación de la ciudadanía, Montero explica que la gente a menudo confunde 'gravedad' con 'contagiosidad'. Sobre la primera, la sanitaria explica que no se puede tener certeza: «Se piensa que los jóvenes no se pueden morir o pasar por la UCI, pero los hay, son los menos, pero también existen. Por no hablar de los más vulnerables, que todos sabemos lo que ha pasado con ellos (…) No es un catarro, pude dejarte muchas secuelas y puedes morirte». Luego está la contagiosidad: «No conviene decir 'No total, como en mí no es grave… A lo mejor para ti no lo es, pero al que se lo contagies puede estar mucho tiempo enfermo o se muere, y tú tienes responsabilidad de ese contagio», apunta.
«Y no solo está la cuestión sanitaria», prosigue Montero, quien ejemplifica lo sucedido en Aranda del Duero, zona declarada en confinamiento por la alta incidencia del virus. La enfermera se refiere a los estragos económicos que pueden devenir de una posible vuelta al escenario del estado de alarma, una posibilidad que, en opinión de esta enfermera, todos deberíamos pensar «cada vez que nos quitamos la mascarilla quince minutos, o no nos lavamos las manos».
Ante la gran pregunta de si Segovia está preparada para una segunda ola, Montero responde de la siguiente forma: «Depende de la envergadura de la ola». Y utiliza una metáfora para proseguir con su explicación: «Lo que pasó en marzo fue como un tsunami, nadie lo vio venir y nos pilló a todos en la orilla, por eso arrasó con todo». Ahora que la marea está más baja, las rastreadoras están en esa misma orilla, sin retirar la mirada del horizonte: «Ahora estamos intentando, con los medios que tenemos que, esta vez, en lugar de que nos pille en la orilla, lo haga a diez metros o a doscientos…», concluye Montero.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.