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La Sociedad Micológica Segoviana busca aprovechar el gusto de los neófitos por comer setas para demostrarles que la riqueza de ese mundo va mucho más allá de lo que se hace con ellos en los fogones. «Lo primero es la formación sobre micología», resume ... su presidente, Ramón Saiz. «Lo que nosotros pretendemos es que la gente aprenda a reconocer las setas y concienciarles de que cumplen su función, que son indispensables para que los bosques puedan vivir». La realidad es que solo «unos pocos» de esos miles de hongos son comestibles. «Queremos que la gente coma lo que conoce y deje lo demás».
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Luis Javier González
La labor pedagógica de la Sociedad se concreta los domingos de temporada por las tardes con una pequeña muestra de los ejemplares que hay ahora en el campo —suelen recogerlos por la mañana porque los hongos son perecederos— y en explicar a los curiosos cuál es la seta que tienen en la cesta.
Ramón habla de un conocimiento de años, un gusanillo que quiere contagiar. «Damos un servicio de identificación de setas, pero si vienen con una cesta para que les digamos cuál se come y cuál no, eso no es. Es para alguien que trae tres o cuatro ejemplares bien arrancados y quiere saber más. Le decimos qué es, si es comestible, con qué se puede confundir o sus riesgos».
En un abanico tan amplio de hongos, hay algunos más fáciles de confundir que otros. Una agudeza visual que puede llegar a ser cuestión de vida o muerte. Por ejemplo, los champiñones no son una especie, sino un género con más de 600; algunas comestibles y otras tóxicas. «No son mortales, pero te pueden dar una diarrea y unos vómitos que te pasas una noche hecho polvo. Y todos son champiñones. Para comerles, hay que conocer el género y la especie».
Esa primera pregunta de las setas –si se comen o no–, es la entrada a un mundo lleno de posibilidades. «¿La conoces para comerla?», replica Ramón, que acepta el debate. «Si las setas no se comiesen, a lo mejor no habría afición a ellas. Por ahí se empieza, luego se evoluciona». Él conoce un centenar de especies comestibles. «Siempre que salgo al campo me traigo alguna, no muchas, para degustar. Yo elijo las que me voy a comer en el campo».
Más allá de pensar en el estómago, exprime la experiencia y disfruta del campo. Y de la soledad, porque si sacara a setas a todo el que se lo pide nunca tendría silencio. «Me gusta ver sus colores, las fotos. Me gustan las tóxicas, sus formas, son unos organismos maravillosos, hay de todos los colores. Es un mundo». Un arcoíris en el campo. Si ve alguna tóxica llamativa la recoge con fines pedagógicos.
«Si estamos en temporada, las traigo a la sede para poder explicárselas a la gente in situ. Pero si es un martes hago una foto y la dejo ahí porque no me va a durar hasta el domingo». A eso se une el concepto de convivencia, las salidas en grupo de una asociación con medio centenar de miembros. «Unos preguntan, otros contestan; luego comemos, almorzamos y pasamos un día de campo compartiendo nuestra afición».
Un nicho que sigue siendo para unos pocos. «En Segovia hay gente aficionada, pero no hay mucho conocimiento de las setas. Se conocen dos o tres especies, y ya». Pone en valor un curso sobre setas de primavera que tuvo muy buena aceptación, con más de una veintena de alumnos interesados. «Algunos se han hecho socios, pero luego los domingos no va demasiada gente». La exposición de San Frutos del día 25 de octubre es su evento con más aceptación.
La micología es un campo en el que el conocimiento es indispensable. «No se puede jugar. Hay setas que te comes una y te mueres. Y si te salvas es porque te han trasplantado el hígado. Todos los años muere gente por envenenamiento». Un extremo que no ocurre tanto en la provincia: él ve un enfoque más conversador. «Lo que yo detecto es que la gente no se arriesga a comer setas que no conoce. La seta de cardo, el níscalo y fuera».
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