Feligreses portan en andas las imágenes en una procesión en Fuentepiñel. El Norte

Los pueblos sacrifican sus procesiones por la covid y la vejez

Semana Santa en Segovia ·

Los arciprestazgos de la provincia se resignan a prescindir este año de los recorridos por las calles para evitar contagios y admiten la falta relevo generacional en las feligresías, agravada por el cierre perimetral

Lunes, 15 de marzo 2021, 13:04

Menos da una piedra, dicen en los pueblos que se resignan a las liturgias reducidas y en el interior de las iglesias y que sacrifican las procesiones en las jornadas grandes de la Semana Santa que asoma ya a la vuelta de la esquina del ... calendario. Los arciprestazgos en los que se divide la provincia segoviana coinciden en que mucho ha de cambiar la situación para que las imágenes puedan ser veneradas y portadas por las calles, como tradicionalmente han hecho en estos días de doble pasión: la religiosa y la turística. Este año, tampoco.

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El Consejo Interterritorial celebrado hace unos días lo deja claro: «Se ha acordado la no celebración de eventos masivos de cualquier índole que impliquen la aglomeración o concentración de personas». La Iglesia en Segovia acata las medidas provenientes de las autoridades sanitarias y de las administraciones competentes y se pliega a esas instrucciones, como señala el vicario general de la Diócesis, Ángel Galindo.

Se imponen, por tanto, la prudencia y la prevención, y se relegan el fervor, la devoción y las tradiciones religiosas que se apagan en el medio rural, al igual que se vacía su demografía cada vez más anciana, enferma y dispersa. La covid-19 se ha aliado con el envejecimiento de la población de los pequeños pueblos. Esta Semana Santa, aunque se quisiera, habría parroquias que no podrían haber sacado en procesión a sus Cristos y sus vírgenes.

Sin hijos del pueblo

Es una de las reflexiones que hace en voz alta Jaime Izquierdo, responsable del Arciprestazgo de Sepúlveda-Pedraza, quien al igual que sus compañeros en resto de divisiones no contempla la organización de las carreras y cortejos a pie de calle, aunque se estudian otras opciones para que la Semana Santa no quede en blanco, como el año pasado, cuando en pleno apogeo de la primera oleada de la pandemia se cerraron las iglesias y se suspendieron todos los actos. «En poblaciones pequeñas no podrían hacerse procesiones porque no tienen personal para subir y llevar en andas los santos», apunta Izquierdo.

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Se refiere a que los parroquianos son ya mayores y estos esfuerzos son más propios de generaciones más jóvenes, las cuales esta Semana Santa no van a hacer acto de presencia en las localidades de cuna por el cierre perimetral de la comunidad autónoma, que va a impedir que los hijos que se marcharon de estos pueblos retornen en estas fechas que se debaten entre el asueto, el descanso, el reencuentro con las raíces y las celebraciones religiosas.

No hay relevo, ni en el clero ni entre los feligreses. También comparte esta opinión el alcalde de San Miguel de Bernuy, José María Bravo, quien señala que «el problema es que, para procesionar los pasos, hace falta gente». Precisa que ya hay varios pueblos que «han colocado motores y ruedas a las carrozas» para que sea más sencillo su manejo durante los recorridos. Sin embargo, con las fronteras cerradas para los 'refuerzos' y las dificultades de acometer una renovación generacional en las parroquias rurales, la tradición de procesionar se va perdiendo poco a poco, advierte el regidor, quien además hace hincapié en que el envejecimiento de esas poblaciones es incompatible con unas liturgias tan largas y cargadas de simbolismos, a pesar de las ganas y la devoción de los mayores por mantener los ritos.

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En San Miguel de Bernuy, como en otros lugares, se las ingenian para que la Semana Santa no pase de largo sin más. Bravo revela que en el caso de su localidad se ha pensado en exhibir las tallas en los días de Jueves y Viernes Santo, así como en el Domingo de Resurrección para acercarlas a quienes acudan a los cultos.

Es una de las alternativas que más están barajando en los diferentes arciprestazgos, aunque luego las parroquias tengan su autonomía. Por ejemplo, en el de Cuéllar, su responsable, Fernando Mateo, recuerda que se van a exponer los pasos en tres iglesias de la villa para que puedan ser venerados. Asimismo, en el Domingo de Ramos, además de guardar el aforo limitado a un tercio de la capacidad, como manda la normativa frente a la covid, se ha decidido que «cada uno lleve su propio ramo, a diferencia de otros años que se repartían, de este modo evitamos que la gente toque todo».

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Fernando Mateo es de los que piensan, con añoranza, que menos da una piedra. «El año pasado fue más duro todavía que este porque se cerró todo» durante la Semana Santa. Este año, «incluso estoy hasta esperanzado porque se van a poder celebrar actos», agrega con el deseo de que el año que viene se retome la normalidad litúrgica y de las procesiones en las calles y plazas de los pueblos.

«Hay mucho dolor»

Los cierto es que la Diócesis cierra filas, consciente de que «no se dan las condiciones». Así lo ven el Arciprestazgo de Abades-Villacastín. Su responsable, Juan Carlos García, admite que «no se ha planteado» por parte de ninguna de las localidades a las sirve esta unidad la realización de cortejos exteriores. Expone, además, que «la gente es muy mayor y no van a venir de Madrid como otros años los hijos del pueblo que vuelven a pasar la Semana Santa». De nuevo, aflora el envejecimiento. Los ancianos «no pueden levantar los pasos», apostilla García, quien se resigna, como el resto de sus compañeros en los otros arciprestazgos segovianos a que este año «las celebraciones se harán en el interior y cumpliendo lo que nos digan» por el riesgo aún elevado de contagio por coronavirus que hay en la provincia. «Seguimos las instrucciones de la Confederación Episcopal y las actualizaciones de la Diócesis», acata García.

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Pero la pandemia que condiciona las conmemoraciones litúrgicas y que obliga a suspender las procesiones tiene otra secuela emocional y cruel de la que da cuenta el encargado del Arciprestazgo de Abades-Villacastín. «Hay mucho dolor –admite afligido–, tenemos feligreses que siguen muy mal ingresados en la UCI que se debaten entre la vida y la muerte». Su pensamiento hacia los enfermos a los que acompañan curas como él hace que tache de «ilógico» que se puedan arriesgar vidas y exponerlas a un contagio. Juan Carlos García añade que su agenda está llena de peticiones de misas por los difuntos que ha dejado tras de sí el coronavirus en esta zona de la provincia, que ha sido una de las más castigadas por la pandemia.

Su compañero en Cuéllar afirma que «da miedo, aunque participen pocas personas en las procesiones». En los Arciprestazgos de Cantalejo-Fuentidueña, La Granja-San Medel, Ayllón-Riaza y Fuentepelayo son de la misma opinión: A día de hoy no se plantean que se saquen las imágenes en carrozas o en andas para evitar aglomeraciones, aunque sean insignificantes.

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