Los segovianos vuelven a ganar la calle, aunque sea por unas horas y bendecidos por el buen tiempo y las últimas horas de las vacaciones escolares. La 'normalización' de las liturgias cotidianas, también las festivas, acelera el pulso del jolgorio, y eso se ha notado ... este martes, el día grande del Carnaval de Segovia, en el que multitud de personas se han lanzado al corazón de la capital (para dejar las aurículas y los ventrículos de los barrios aletargados). Riadas de personas han bombeado alegría y desvergüenza durante el tradicional desfile, más variopinto y desmadrado si cabe de lo que ya es habitual en el cortejo. Y es que las diezmadas pero muy profesionales comparsas oficiales casi se veían engullidas por el arreón jaranero de versos y grupos sueltos que contribuían con su animoso empuje y sus bailoteos desgarbados a la transgresión carnavelera.
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Ese es el espíritu, el de transformarse. Abría el cortejo un quinteto de muñecos gigantes, bamboleantes, cambiantes de color y que contorsionaban sus articulaciones de apariencia frágil al ritmo de una discoteca itinerante descargando decibelios 'techno'. Los 'Big Dancers' de la compañía Carromato anunciaban el paso de la primera de las comparsas que lució prurito, orgullo de hermandad dedicada a rendir tributo a las liturgias que ordena Don Carnal. La celebración festiva de la muerte, propia de tradiciones como la mexicana, inspiran las carnetolendas de Los Vacceos y su culto funerario. Calaveras, esqueletos, guirnaldas y diademas de flores abrían el paso a un ataúd que era más una caja de ritmos.
Tras la numerosa tropa 'vaccea', la batucada y el estandarte de dos guerreros portando el estandarte de 'Majos 2022'. Acto seguido, recién llegados del espacio exterior (y también al Carnaval de Segovia), el familiar Club de los Viernes con coreografías libres con las que jaleaban el nutrido pasillo de espectadores apostados a ambos lados de la Calle Real, desde el Azoguejo hasta la Plaza Mayor, donde aguardaba el potaje carnavalero y solidario, a beneficio de Manos Unidas.
Las tonadas de la charanga Chicuelina anticipaban los equilibrios de un malabarista sobre el monociclo que encabezaba con sus juegos una suerte de mezcolanza de indios, piratas, romanos, ninjas y hasta una gallina Caponata que empujaba el carrito de su retoño. Tras este batiburrillo, el paso de La Semifusa, una de las veteranas agrupaciones del Carnaval segoviano que desfilaba animada por la charanga Gurugú; y tras ella, otro de los nombres inseparables de las carnetolendas de la ciudad que, a pesar de premura de tiempo para sumarse a las celebraciones de este año, demuestra dedicación y actitud, ya sean indios, cosacos pidiendo la paz en Ucrania, moriscos, orientales u odaliscas haciendo bailar en el aire sus tules de colores.
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Damiselas y nobles salidos de Versalles y un sinfín de pelucas, máscaras, tutús, pañuelos, espadas, sombreros y complementos estrafalarios alargaban el desfile alborotado y sin orden ni concierto, como manda Don Carnal, en un caos 'amateur' y multicolor en el que cualquier aderezo vale para celebrar el Carnaval de Segovia.
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