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Ana Cabeza ha vivido las penurias de ser una pionera. Fueron diez años de entrada y salida en terapias para 'curar' la homosexualidad desde que sus padres descubrieron, a sus 26 años, que le gustaban las mujeres. Después de llevarse una buena somanta ... de palos, empezaron las duchas frías para reprimir sus sentimientos o ejercicios como acostarse con hombres. Entonces, la homosexualidad era considerada una enfermedad mental –la Organización Mundial de la Salud la apartó de la lista en 1990– y los psicólogos, lejos de ayudarle a definirse, debían cambiar su sexualidad. «Mis padres me dijeron que era una degeneración y yo lo creí, pensaba que estaba mal de la cabeza. Yo, que era católica, tenía un remordimiento de conciencia… Era pecado contranatura».
A sus 58 años, Ana repasa aquella época con perspectiva: «Era imposible salir del armario. Yo sabía que me gustaban las mujeres, pero tienes que ser bi, porque se te obliga. Te escondías, tenías novio y luego te ibas con las chicas. Yo salía con mis amigos por la zona de Santa Ana (Madrid) y cuando me encontré un día a una chica que decía abiertamente que era lesbiana, aluciné. No te iban a meter en la cárcel, pero era muy peligroso». Relata el trance de su generación, sus visitas escondidas a las organizaciones que el colectivo tenía en Madrid o cómo el fallecido político socialista Pedro Zerolo – pieza clave para la aprobación del matrimonio homosexual en 2005– les ayudaba como abogado. «Me rebelaba contra las terapias. Estaba un tiempo, pero no podía más, me escapaba y me metía en el ambiente». Superadas las penurias, Ana Cabeza se casó con Gema Segoviano. Estas madrileñas fueron la primera pareja de mujeres que contrajo matrimonio en el Ayuntamiento de Segovia, el 9 de diciembre de 2005, y son dos pilares de Segoentinde, la voz segoviana del colectivo LGTB, que se constituyó el 23 de febrero de 2008. Siguen vendiendo el mismo número de lotería, sin suerte, en recuerdo de la fecha de su asamblea fundacional (23208). «En dos años tocó lo justo, que es lo mejor que le puede pasar a una asociación, porque como toque mucho sí que pasas a cobrarlo», explica su presidente, Marcos Tarilonte.
El patio del número 10 de la calle Escuderos es la sede social de Segoentiende y la bandera arcoíris luce orgullosa junto al pozo. Antes de presidir la asociación, Tarilonte ya dirigía la comunidad de vecinos y puso su domicilio. Allí conservan todas las actas o el registro de actividades, tan culturales como reivindicativas. El grupo tiene 49 socios y una lista más amplia de colaboradores que celebran eventos, como paelladas en el patio vecinal, bautizado como La Peineta por la afición al transformismo de uno de los fundadores.
La gestación fue producto de tres hombres. David Requero, segoviano afincado en Madrid, había estado en Arcópoli, el colectivo LGTB de las universidades Complutense y Politécnica; Israel Pacía, entonces seminarista, y Tarilonte, palentino y secretario de la sección sindical de la Junta de Comisiones Obreras en Segovia. Aquellas charlas informales desembocaron en una asamblea con siete personas, incluidas dos chicas heterosexuales. Por eso el colectivo LGTB incluyó la H al año siguiente, algo no tan extendido a nivel nacional. «Segovia es un sitio muy pequeño, la supervivencia se basa en la unión. Si hay gente que quiere colaborar, ¿por qué no? No somos un colectivo cerrado».
Cuando Ana y Gema llegaron a Encinillas quisieron acabaran con la rumorología de raíz. Ante la pregunta de si eran tía y sobrina –Ana tiene 17 años más que Gema– ellas fueron claras. «Había 200 ojos que estaban todo el día mirando. Era necesario hacerlo. Si le quitas la carga de ocultamiento es cuando a algunas de estas personas se les cambia el chip», apuntan. Recuerdan comentarios habituales en los bares que a una pareja heterosexual nunca le harían: ¿Tú cómo te lo montas en la cama? «En Encinillas sigue habiendo homofobia como en tantos pueblos de España, pero al final te acaban respetando porque ven que eres una persona habitual», explica Ana, que ofició muchas bodas LGTB en sus ocho años como teniente de alcalde y fue presidenta de la Mancomunidad del Eresma.
Gema detalla cómo fue para ella vivir con la incertidumbre del recurso presentado por el PP ante el Tribunal Constitucional para tumbar la ley de 2005 que permitía matrimonios entre personas del mismo sexo. «Es una espada de Damocles muy fuerte. Son muchos años sin saber qué va a pasar. ¿Puedo pedir días en mi trabajo si Ana cae enferma? ¿Estoy cuidado de un familiar? ¿Tengo que heredar? ¿Podemos hacer la declaración de la renta conjunta? ¿Si una se queda viuda, tendremos pensión?». En ese contexto, Segoentiende buscó dar una nota de color a «lo abandonado y lo gris que era Segovia» ante las mayores facilidades para moverse en la capital. «Queríamos vivir y hacer aquí lo que nos apeteciera». El germen empezó en el ambiente amable que ofrecía el bar Saxo, con un ritmo de fiestas de hasta 15 al año. «Todavía cuesta ir de la mano, imagínate entonces. Era más fácil para la gente de fuera, los segovianos se iban a Madrid. Pero nos hemos cansado, queremos tener Chueca aquí». Aquel local era necesario porque las miradas no cesaban. «Era entrar tú y de repente se callan todos. ¿El bar lleno y la culpa es para el maricón? Era lo más normal».
Marcos se define como el único rojo de su familia, sobrino de curas y primo de monjas. Cuando tuvo su primera pareja, fue directo con su madre. «Tú verás, o ganas un hijo o pierdes dos». Con el tiempo, le preguntó cuántas noches había pasado en vela porque su hijo era homosexual. Ella respondió: «Hijo, solo esa noche. Las demás he dormido divinamente».
Antes, José Luis Suñer fue uno de los pioneros de la noche segoviana en los 90, décadas después de los encuentros furtivos en los baños de la antigua estación de tren durante la dictadura. «Nos conocíamos cuatro y sabíamos dónde teníamos que ir». Habla de la discoteca Oki, en la Bajada del Carmen. «Sabíamos que en la barra de arriba se juntaba la gente». Allí estaban entonces los más mayores –muchos han fallecido– y a él, que conoció ese ambiente con 17 años, le llovían los teléfonos para quedar, prueba de que nunca intentó camuflar su identidad. «Nací fuera del armario, si es que era cantado... Mi madre lo sabía de toda la vida».
El colectivo aboga por desmontar los estereotipos. «¿Cuál es la diferencia? No existe, ¡que mi cerebro es el mismo!», resume Ana. No salen más de fiesta ni son ricos o famosos. «La inmensa mayoría somos obreros, es más fácil que te encuentres un panadero o un pollero», explica Gema. Otro de ellos es la promiscuidad. «Si cabe, el mundo heterosexual lo es más», apunta José Luis. La afiliación política también se categoriza de forma errónea. «No todos votan a partidos de ideologías progresistas; hay un núcleo muy fuerte dentro de la derecha, lo que pasa es que están muy armarizados». De hecho, Gema y Ana conocieron en COGAM – el colectivo LGTB+ de Madrid– a Javier Maroto, vicesecretario de Organización del PP, y su marido, José Manuel Rodríguez. Y no tienen un mapa geolocalizado con todos los homosexuales de la provincia. «Tampoco tiramos los tejos a todos los heteros ni somos asaltacunas», añade Marcos.
El colectivo pide una mayor visibilización de las lesbianas. Ana recuerda cuando salía con sus amigos maricones –enfatiza el término, porque en los 80 no existía la etiqueta de gay– y cómo le ayudaron. Gema Segoviano formula una pregunta que ilustra la falta de referentes. ¿Cuántas lesbianas famosas conoces? Inciden en el machismo y en que las mujeres tienen más opción de camuflarlo. El ejemplo de ir de la mano por la calle dice más en hombres que en mujeres. «Pueden ser primas o amigas», señalan. «Ese camuflaje te vuelve invisible, no existes». Pese a las conquistas logradas, piden que la reivindicación no sea solamente semanal, sino que se convierta en un ejercicio constante. «Si a mí me gusta este bar y ponen unos torreznos estupendos, voy a seguir yendo al bar», apunta Gema, que pide un esfuerzo de empatía.
Ana Cabeza insiste en que todos nacemos bisexuales, lamenta la «reeducación» hacia la heterosexualidad y aboga por una educación sexual abierta y libre. El colectivo reivindica la bisexualidad, usada a frecuencia como tapadera que oculta la homosexualidad. Gema Segoviano pide una ley autonómica de igualdad y protocolos en los centros escolares. «Los menores trans tienen problemas muy graves. Para recibir tratamientos psicológicos y de hormonación tienen que salir de esta comunidad, con el desarraigo que supone». Mientras que la homosexualidad es de definición más tardía, los transexuales se definen muy pronto, en torno a los cinco o seis años. «Es clave que puedan usar su nombre sentido».
Segoentiende se muestra optimista con las nuevas generaciones y pone el foco en sus padres, los que tienen entre 40 y 50 años, como un grupo esencial. «Las charlas que damos en los institutos deberían ser para ellos», señalan. «A los jóvenes ya no les cuesta salir del armario», explica José Luis Suñer, que cita el ejemplo de una madre que le habló de su hijo de 14 años y este se sinceró con ella. «Pueden ser más o menos amanerados, pero lo tienen claro».
Es un legado que no habría sido posible si personas como Ana Cabeza no se la hubieran jugado, subraya la asociación, que ha puesto banderas arcoíris estos días en la Subdelegación del Gobierno o en el campus María Zambrano de la Universidad de Valladolid, dos de los quince organismos donde han ondeado. Por detrás, una lucha diaria en las tertulias de cualquier trabajo en pos de que todos hablen abiertamente y no se limiten a usar la escapatoria de 'pareja' para evitar explicitar el género de la misma. «O que te llamen por teléfono para preguntar por la señora de la casa. ¡La señora soy yo, bonita! Como no cambien, van a vender poco», sonríe José Luis
El grupo subraya que los logros de estos años pueden ser efímeros ante el avance de la extrema derecha. «Los cambios legales están, los sociales son más lentos», explica Marcos.«El problema es que Vox es la cara visible, para hay demasiada gente que calla y otorga», añade Gema, que pide plantarse: «Deberían ser conscientes que solo con callar están haciendo la vida imposible a un primo, un sobrino o cualquier familiar cercano. Por población, en una familia de 20 personas puede haber perfectamente tres, entre el maricón, la bollera y el bisexual». Un arcoíris para todos.
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