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Jamila, el nombre ficticio que elige esta marroquí de 52 años, hizo las maletas en 2008 para servir de sustento a su marido, desempleado en Marruecos, y sus seis hijos. El mayor tiene 24 años y el menor, que hoy tiene 11, apenas tenía ... unos meses cuando su madre hizo las maletas para trabajar como temporera en su primera campaña de la fresa, en Huelva. Desde entonces, siguieron once temporadas más, con el visado temporal que expide su país hasta que terminaba su contrato. Madre ausente, asume su dolor como un mal menor. «Claro que echo mucho de menos a mis hijos, pero prefiero no verles que pasar todo el tiempo con ellos y no tener para comer», declara. Tras ser diagnosticada con cáncer de mama apenas un mes después de empezar a trabajar en Segovia en julio, apenas tiene una incapacidad temporal.
Como todas las primaveras desde hace una década, Jamila hizo las maletas hacia Huelva. Habituada a dormir en habitaciones con seis personas y apretadas literas, percibe unos 1.000 euros al mes que ingresa en la cuenta familiar. «Es un trabajo muy duro, pero es trabajo y lo necesitamos», sostiene. Su jefe, al que define como buena persona, le ofreció ir a Segovia unos meses más. Aceptó en el acto y de allí partieron dos autobuses llenos de temporeras hacia la provincia. Su itinerario tenía parada en Navalmanzano.
Allí compartía recogida con más de un centenar de trabajadoras; no solo marroquíes, sino de otros países como Rumanía o Argelia. Pese a la dureza de la emigración, no faltaba solidaridad. «Nos ayudábamos los unos a los otros», relata. Llegó el 15 de julio pero apenas aguantó un mes. Un día se desmayó y despertó en el hospital. Su pecho tenía un bulto que le había provocado una hemorragia externa. A los pocos días le diagnosticaron cáncer de mama.
«Casi 12 años trabajando aquí y no tengo derecho a residencia. Lo único que me da el Gobierno es el visado. En cuanto el médico me dé el alta me tengo que volver a Marruecos y mira cómo estoy… No hay derecho», lamenta. Los médicos limpiaron la zona tumoral de la mama afectada, pero Jamila se mueve con mucha dificultad y su cara evidencia el cansancio del tratamiento oncológico. Apenas habla español y necesita de un grupo de amigos marroquíes que ha encontrado en Segovia para desenvolverse. Le acompañan al hospital; porque no sabe ir ni comunicarse con los médicos. También le llevan al supermercado o le invitan a su casa a pasar alguna tarde. Es lo que ella llama su «nueva familia».
Su circunstancia evidencia las demandas laborales de un sector obligado a la temporalidad. El colectivo lamenta que aunque su mano de obra es imprescindible para el sector primario no haya mayores facilidades en visados posteriores. La vida de Jamila está ahora marcada por un sinfín de preocupaciones. La primera, su salud. Pero no es la única. «No puedo volver a Marruecos sin dinero», declara. Recibe unos 700 euros mensuales por la incapacidad laboral temporal con los que paga el alquiler de una habitación en la casa de una compatriota en La Albuera, su manutención y medicamentos como una crema para el pecho.
No solo teme volver a Marruecos con las manos vacías, sino que el tratamiento en el país africano, más caro, no tenga las garantías del que recibe en España. Por eso ha consultado a una abogada si con su enfermedad y su currículo de temporera tendría derecho a residir en España. La respuesta fue clara: «No se puede hacer nada».
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