Borrar
Stevy, con las zaptillas que utiliza para correr. Antonio de Torre
El podólogo segoviano que corre maratones sin ampollas

El podólogo segoviano que corre maratones sin ampollas

Este hispano-irlandés cuenta cómo pasó de cuatro kilómetros a la semana para perder peso a hacer todas las medias maratones de Segovia

Viernes, 21 de febrero 2025, 12:08

Pese a su impoluto acento, Stephen Daniel Grehan Pastor no esconde desde su propio nombre la mezcla hispano-irlandesa que corre por sus venas. Alguien que, literalmente, se convirtió en podólogo por un pelo. Su nota le daba para cualquier carrera, pero estaba hecho un lio. «Fue prácticamente una moneda al aire». Iba a estudiar Ciencias del Mar en Canarias, hasta que tuvo que ir al podólogo porque un pelo se filtró por un orificio de las glándulas sudoríparas y generó una infección. Ahora lo ve en sus consultas: simplemente hay que sacar ese pelo con unas pinzas. «El alivio fue inmediato, me gustó, esto es lo mío». No sabía entonces que acabaría corriendo maratones y que usaría una vida de conocimientos para cuidar sus pies. Sin ampollas, sin uñas negras. «Nunca me pasa nada, tengo precaución con los calcetines, noto cuándo voy a tener una ampolla».

Stevy, de 47 años, es hijo de padre irlandés y madre española, profesores que montaron una academia de inglés en Segovia, la ciudad a la que llegó con poco más de un año porque su abuelo era de Bernardos. «Soy de aquí de toda la vida». Tiene gente a Dublín –viajó allí el último fin de semana– y le quedó algo de irlandés. «Tal vez la cerveza», ríe. Pasó un año allí internado, a los 13, y probó el rugby. «Entonces era más bien gordito, jugaba en la melé y me gustó muchísimo. A base de golpes y empujones, me puse fuerte». Nunca le apasionó el fútbol, aunque ahora tenga un hijo devoto. Ni siquiera tiene televisión en casa. De vuelta a España, se pasó al esquí. «Como no tenía dinero, subía la montaña andando y la bajaba esquiando. Ahí se me pusieron las patas fuertes. En esa época a lo mejor corría un pelín, pero no en plan entrenamiento».

Pero fue antes podólogo que corredor. «En la carrera, yo le daba al calimocho y se ha terminado. No hice nada de deporte». Trabajaba en verano para costearse algún viaje contado y poder esquiar. Ante la falta de podólogos en la sanidad pública, empezó pasando consulta por los pueblos tras un convenio con la Junta, pero no tardó en abrir en Segovia su consulta, en José Zorrilla, donde sigue desde 1999. Tras graduarse, pasó en un año de pesar 75 kilos a 90. «Esto no puede ser. Y me puse a correr». Salía dos días a la semana con un amigo que había dejado el fútbol. «Corríamos la increíble distancia de dos kilómetros los martes y dos kilómetros los viernes Y suponía un súper mundo». Así se tiraron dos años, duplicando con esfuerzo para llegar a cuatro. «Después nos íbamos a tomar unas cañas o a cenar, era el plan perfecto».

Stephen, en su clínica en el centro de Segovia. Antonio de Torre

Hasta que nació la Media Maratón de Segovia. Y pasó del «yo no corro 21 kilómetros ni de coña» a entrenar tres días por semana unos 10. «Con eso nos da para terminarla». Esos tres meses «reventadito» fueron el gran cambio, más que adaptarse después a los 42. La acabó encantado, se enganchó y es uno de los pocos que ha corrido todas. «Te vas calentando». Y conoció grupos que compartían ese vicio, gente que le apretaba las tuercas. Y llegaron las maratones: la primera, en Madrid, pero ya lleva diez, en un historial con otras cerca de 50 medias. La fiebre de la ultradistancia la descubrió cuando vio bajar a un chaval con buen aspecto físico terminando muy lento los 100 kilómetros de la Madrid-Segovia. «Me hizo tilín, pero luego correrla no me gustó tanto». Se juntó al triatlón, una nueva etapa. Se fue a Berlín a bajar una maratón de las tres horas: si lo lograba, hacía el cambio. Dicho y hecho: 2h54m.

Pero siempre había una excusa para no entrenar en bici, así que se tiró casi un lustro hasta que debutó, en 2016. La excusa se la dio el Triatlón Lacerta. Siguió la misma inercia de corredor –cada vez más– y llegó a la distancia Ironman: 3,8 km de natación, 180 de bicicleta y una maratón (42,195) de carrera para acabar. Ha sido su rutina de los últimos tres años, desde que se estrenó en Copenhague (Dinamarca), uno 'fácil'. «Tengo miedo a nadar en aguas abiertas, me da canguelo cuando me separo mucho de la orilla. Pero allí se nada en una especie de puerto natural que parecía un lago». Salió del agua en 59 minutos, hizo «muy tranquilo» la bici y sus amigos le acompañaron corriendo. Acabó en 10h24m. En 2023 se fue a Cozumel, una isla mexicana enfrente de Cancún, un paraíso del buceo con aguas cristalinas para la natación, pero se canceló por un temporal, así que ese se quedó en duatlón.

Así que fue a Sacramento (EE UU) el año pasado para bajar de las diez horas, un recorrido plano con una natación río abajo que hizo en 46 minutos. «Es hacer trampas, es irreal completamente». Pero tuvo un problema: la bici. «Me instalaron mal la válvula cuando monté aquí las ruedas y se me deshinchó cinco veces». Calcula que 20 minutos se fueron por la borda y rompió su armonía en la carrera. «La cabeza en un Ironman es súper importante, mantenerte positivo. Lo intenté, pero le acordaba de la familia del mecánico cada dos por tres». Se quedó a las puertas (10h21m) y lo intentará de nuevo en agosto en Tallín (Estonia). Él recomienda a sus pacientes tener la mente en blanco cuando corren. «Si piensas cómo pisas, la cagas; los movimientos del pie, que son muchos, tienen que ser en centésimas de segundo. Llegas tarde, el control del pie es involuntario, lo decide él. Aunque yo sepa mucho, lo mejor es olvidarte».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla El podólogo segoviano que corre maratones sin ampollas