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Los estudiosos no se ponen de acuerdo a la hora de fijar la fecha del comienzo de las obras del Palacio Real de La Granja. Unos la adelantan a 1719, otros la sitúan en el otoño de 1720... Breñosa y Castellarnau se decantan por el 1 de abril de 1721, una vez que los reyes aprobaron el proyecto de Teodoro Ardemans. Según Beatriz Blasco Esquivias, la primera noticia significativa data de febrero de ese año, cuando Felipe V ordenó suspender unas obras en Aranjuez para desviar dinero a su nuevo palacio, al otro lado de la sierra, si bien es preciso esperar al mes de abril para encontrar la primera referencia al edificio en sí. Aquella primavera de hace trescientos años, se sacaron todos los cimientos, incluidos los del patio, y se fueron levantando las primeras paredes del inmueble «y las de la capilla, que parece quieren SS. MM. sea lo primero que se acabe», en palabras de Antonio de Cáceres, a la sazón gobernador del Real Sitio.
El Palacio de La Granja fue un capricho de Felipe V, el primer Borbón que reinó en España; o, mejor dicho, un «plan», como prefiere llamarlo el actual cronista oficial del Real Sitio, Eduardo Juárez, porque lo que buscaba el soberano con su construcción era jubilarse en juventud. «Felipe V era un francés obligado por su abuelo a aceptar la Corona española e instaurar en España una dinastía francesa. Se había pasado los primeros catorce años del reinado en guerra y había asistido a la muerte prematura de su primera esposa, la reina María Luisa Gabriela de Saboya... Así que, cuando advirtió una cierta estabilidad, trazó un plan para retirarse. En 1724 abdicó en su hijo Luis y se instaló en La Granja», refiere Juárez. El plan de Felipe V no salió bien del todo: la muerte temprana del sucesor lo obligó a retomar el reinado ese mismo año. Pero el Palacio era ya una realidad.
El rey frecuentaba los reales montes de Valsaín, donde solía acudir a cazar. De carácter introvertido y melancólico, estaba enamorado del paisaje y su riqueza cinegética, y en el lugar donde se encontraba la ermita de San Ildefonso, que en su día construyera Enrique IV de Castilla, ordenó levantar un palacio en el que poder pasar el resto de sus días. «Es la residencia definitiva de un rey próximo a abdicar, una casa privada para el monarca. Por eso, la fachada principal es interior y su arquitectura no encierra una demostración de poder», apunta Juárez.
Teodoro Ardemans, maestro mayor del Real Palacio y de la Villa de Madrid, fue el encargado de realizar los planos y el proyecto, aunque la Corona encomendó la ejecución de la obra al aparejador Juan Román. Casi en paralelo a la construcción, comenzó el trazado de los jardines, cuestión prioritaria para el rey, bajo la dirección del escultor René Carlier y el jardinero Esteban Boutelou. Étienne Marchand asumió la dirección de las obras el mismo 1721, y de las fuentes y las estatuas se hicieron cargo relevantes escultores, como Jean Thierry, Hubert Demandré, René Frémin, Pedro Pitué o Santiago Bousseau.
«Fernando VI vino poco y Carlos III lo utilizó como residencia de recreo, pues solía hacer breves itinerancias por los palacios, según las estaciones del año. Su presencia aumentó tras la muerte de la reina Amalia de Sajonia. No volvió a casarse, se volcó en la gestión y pasó dilatadas temporadas de caza en el Real Sitio. A él le debe La Granja lo que es. Sin el Palacio no hubiera existido, pero fue durante el reinado de Carlos III cuando se urbanizaron el barrio bajo y el barrio alto y, en definitiva, surgió el pueblo, que no se constituyó en municipio hasta 1810, casi cien años después de la erección del Palacio, cuando ya había una población asentada y un cierto desarrollo económico basado en la madera y el vidrio. Pero el pueblo nació y se desarrolló al calor del Palacio y de la presencia real», afirma Eduardo Juárez. El Palacio Real de La Granja ha visto pasar parte importante de la Historia contemporánea. En sus dependencias se casó Carlos IV y se rubricó el Tratado de San Ildefonso; también firmó un enfermo Fernando VII la derogación de la Pragmática Sanción, y los sargentos de la guarnición sublevados obligaron en 1836 a la reina María Cristina de Borbón a restablecer la Constitución del 12. Isabel II instauró el veraneo de la corte en La Granja, Alfonso XIII eligió el Palacio para pasar su luna de miel y don Juan de Borbón siempre llevó a gala ser granjeño por haber nacido en él.
Un incendio ocurrido recién comenzado el año 1918 arruinó parte de las estancias del Palacio. Aquel trágico suceso interrumpió los veraneos de la familia real en La Granja. La única que se resistió a perder el paraíso que había conocido desde niña fue la infanta Isabel, La Chata, que siguió pasando el verano en San Ildefonso hasta que partió al exilio en 1931. Proclamada la República, el presidente Alcalá-Zamora usó el Palacio como residencia estival hasta 1935, y Azaña, nombrado presidente en mayo de 1936, tenía previsto pasar aquel verano en San Ildefonso... «El general Franco decidió conmemorar la fiesta del 18 de Julio en La Granja. Hay argumentos a mansalva. Seguramente lo hizo por seguridad, porque el Palacio de La Granja era un lugar fácil de controlar, aunque es indudable que el simbolismo también importaba. Sus visitas no se ciñeron al 18 de Julio, pues Franco vino mucho a pescar. Por eso los procesos de control de la población en La Granja eran absolutos», apunta el historiador Eduardo Juárez.
«Si no hubiera sido por la pandemia, habría habido actividades conmemorativas, pero conviene reflexionar en torno a lo que el Palacio supuso. Para la ciudad de Segovia no fue bueno, porque perdió peso político y el control sobre los recursos económicos de una zona importantísima. En 1812, los jefes políticos de la provincia acudieron a La Granja a jurar la Constitución... Es una prueba de la preeminencia del Real Sitio sobre la ciudad. No obstante, en términos de patrimonio, tener este Palacio Real en suelo segoviano es una maravilla. Su construcción supuso la transformación increíble de todo un territorio natural», reflexiona Juárez.
Son trescientos años. Aunque no haya podido festejarlo como debiera, La Granja presume orgullosa de su real patrimonio.
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