El penúltimo escalón de David Llorente en kayak cross
El segoviano, segundo del ranking mundial, domina una disciplina incierta, pero se le resiste el oro tras pagar el desgaste en las rondas finales de las dos Copas del Mundo
David Llorente ha obrado la regularidad en una disciplina incierta a más no poder como el kayak cross: el caos de cuatro palistas bajando a la vez en busca de dos plazas para jugar una ronda más. El segoviano es segundo en el ranking mundial de este año tras su top-8 en el Europeo, el sexto puesto de La Seu d'Urgell en la primera cita de la Copa del Mundo y su final la semana pasada en Pau, la segunda, en la que tuvo la victoria a tiro y tuvo que conformarse con ser cuarto. Acreditada su solvencia, le falta el colmillo. Estos dos 'casi' en dos semanas le dan lecciones. La primera, física, pues una bajada tras otra agota su ácido láctico y por momentos no sabe ni dónde está. La segunda, no dudar a la hora de chocar con un rival, pues son las normas del juego, aunque muchos sean sus amigos. «Soy más consistente, pero falta un poquito más para empezar a ganarlas. Lo de Pau ha sido un buen palo, la verdad, tener la medalla de oro rozando y un fallo así… Espero que no me pase nunca más».
La toma de decisiones no se entiende sin el colapso físico. «Es como corriésemos cinco o seis 400 en una hora y media». La vuelta a la pista en atletismo, la prueba que más ácido láctico consume. Desde una primera bajada «a muerte», unos 55 segundos con una piragua de 18 kilos, una hora de descanso y duelos sin cuartel desde octavos a la final, con cada vez menos tiempo entre una ronda y otra. En esta modalidad hay perfiles más corpulentos, como el suyo, que producen más ácido láctico, y otros menos más fondistas. «A medida que voy pasando rondas, lo único que tengo es mareo. Si me ves la cara, ni me alegro ni me dejo de alegrar».
En Pau pensó que había caído en cuartos al saltarse una puerta, pero tuvo la diligencia de pasar bien el resto
Como en aquella bajada de Praga el año pasado que terminó decantando un billete olímpico para Manu Ochoa, ambos salieron juntos hace dos domingos en la semifinal de La Seu d'Urgell con unas coordenadas de no agresión –máxime porque ambos tienen al mismo entrenador– que al final saltaron por los aires cuando el gallego, en cabeza, cogió el ultimo remonte por la izquierda y se atrancó, lo que trastocó al segoviano, que iba segundo, controlando a su perseguidor británico. «Es una fracción de segundo y te vienen pensamientos. ¿Le ataco? En un entrenamiento o ante otro rival, está claro, lo hubiera reventado contra la pared y ya está. Pero en competición hay muchos factores. Total, lo primero que hice fue chocar e irme al otro remonte para no molestarle». Y cayó eliminado.
«A medida que voy pasando rondas, baja la lucidez, pero no es por la presión, por decir, uy que gano, es que ni lo pienso»
Su táctica es producto de su explosividad y de su personalidad. «Me encanta salir el primero y escaparme». Las mínimas peleas posibles. Llorente ha estado una década compitiendo con rivales de la manera más honesta posible: cada uno baja en solitario y la diferencia es el reloj. En kayak cross, ahora tiene que pegarse con ellos. Con Ochoa y con el resto. «Es como que me siento mal si te atacado a un compañero, pero sé que no es así. No nos han enseñado a un deporte de contacto; parte de mis rivales han sido mis amigos y no quiero hacerles el mal. Tengo que aprender. Si pasa en el Mundial y le ataco, no significa que no seamos amigos. Es como si en boxeo no quieres dar un puñetazo al otro». Ganar sin convertirse en lo que no es. «No quiero ser malo. No quiero ser campeón olímpico a través de hacer guarradas». Algo parecido sucedió en el Europeo con una medio alianza entre un británico para defenderse de los otros dos franceses. «Dudé si atacarlo y se me escapó. Ahora lo pienso y lo tengo claro, pero cuando estoy ahí, no; mi criptonita es la fatiga, ese globo que llevo».
Su táctica es producto de su explosividad y de su personalidad. «Me encanta salir el primero y escaparme»
En Pau pensó que había caído en cuartos al saltarse una puerta, pero tuvo la diligencia de pasar bien el resto y acabó clasificándose porque otros dos rivales habían fallado antes. Ya había entregado el dorsal, pero tres minutos después, vuelta a la rueda. «Jolín es que ni me alegro. Tengo un globo encima…». Cuarto de hora para descansar y salió una semifinal estupenda; eso sí, la segunda, así que la final llegó en un suspiro. «Yo eso lo noto mucho. Estoy ahí arriba y no estoy pensando en que es una final y la tengo que ganar. Solo sé que tengo que pasar entre los dos primeros». Ahí estaba Pau Echaniz, el bronce olímpico en K-1, con la estrategia inversa: salir despacio como un fondista. Llorente salió el primero, eligió el lado izquierdo y su compatriota le siguió. «Me da un poco en el cuerpo, pero se ve que no me quiso joder. Yo ni sabía que era él. Piensas, viene uno, prepárate». Salió primero y bordó la bajada hasta el remonte decisivo. El plan era hacer el giro y esperar un suspiro para ver si venía el segundo y, si era así, darle con la puerta en las narices. Es decir, protegerse. «Pero le doy un quito más flojo, veo que no viene y ahí pum, me viene el cortocircuito». No era ni consciente de que esa puerta era el pasaporte a la victoria, que se llevó Echaniz, y su cuarto puesto.
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Lo achaca a un cuerpo al límite. Será su caballo de batalla para el Mundial de Australia. Quizás perder algo de músculo o aumentar la suplementación. Y series con una máscara que limita el oxígeno, para simular ese globo que dice. «A medida que voy pasando rondas, baja la lucidez, pero no es por la presión, por decir, uy que gano, es que ni lo pienso. En ese momento me preguntas cuántas son cinco más cuatro y no te sé responder». Y abajo, solo hay mareo, ni siquiera rabia, que tarda en llegar, un sentimiento que resume así. «Qué tonto soy, es cómo se te pones tú solo la zancadilla en una maratón y te caes». Su genética le hace de los mejores en la rampa de salida. «Dentro de esa aleatoriedad, me permite estar ahí siempre». Pero eso tiene un precio: el ácido láctico, que no solo ahoga los músculos, sino al cerebro.
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