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«Estaba con cuatro litros y medio de oxígeno por minuto, que es mucho, y eso me daba la idea de que la cosa no iba bien. Cuando la doctora me auscultaba (yo he auscultado muchísimas veces), sabía si detectaba algo que no le gustaba. Se detenía aquí o allí... Soy médico y podía hacerme una idea de lo que me estaba pasando, incluso en algún momento pensé en que quizá en siete u ocho horas podía irme, pero no quería, claro, porque todavía tengo cosas que hacer, mis hijos, en fin... Sin embargo, nunca tuve la sensación física de que podía estar muriéndome. Estás grave, pero no te das cuenta de ello. Al final, respondí a los tratamientos y me sacaron adelante. Mi especialista me dijo que había tenido mucha suerte de salir vivo del hospital, que procurara no volver».
Juan Cañas (Segovia, 1955) habla con la franqueza de un médico y la emoción de un paciente. La covid lo atrapó a últimos de marzo, cuando se disponía a combatirla junto con sus compañeros del centro de salud de La Granja de San Ildefonso. Primero, la fiebre –no muy alta– y el cansancio –muy acusado–; después, la ambulancia y el ingreso hospitalario: «Llegué a Urgencias, me miraron y me dijeron que tenía que quedarme allí. Continué empeorando. Las radiografías que me hacían no dejaban lugar a la duda: la neumonía era grave y se encontraba en ambos pulmones. Hablé con mi médico y él habló con mi familia. Estaban asustados. Al parecer, me libré de la UCI por poco. Pero, como digo, nunca tuve la sensación de estar tan mal como estuve».
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Trece días permaneció Juan en el hospital, tiempo en el que no dejó de acordarse de lo que podía estar ocurriendo en La Granja. «Como profesional, apenas había estado en la brecha porque caí muy pronto. Llegué a estrenar el primer EPI del centro de salud para atender a un paciente sospechoso. Su médico de cabecera libraba y yo, que era el coordinador del centro, asumí el caso. Fui, lo vi, hablé con Epidemiología y tomamos decisiones. Pero había otras muchas personas con las que no adoptábamos tantas precauciones y en algún momento alguien me lo transmitió. Si estás ahí, es lógico que te pase», admite. Con la aparición del primer síntoma, los propios compañeros lo mandaron a casa, «porque no podía poner en riesgo a nadie y porque me encontraba realmente mal», añade. La PCR se la hicieron ya en su domicilio, «y di positivo».
Como bien le dijo su especialista, Juan tuvo mucha suerte de salir del hospital, pero no tanta como para volver a hacer vida normal. Aunque no le gusta hablar de ello, porque resulta «poco aleccionador», su pasado de fumador jugaba en contra. «No he podido volver a trabajar. Hace tres años que dejé de fumar, pero había fumado mucho y mis pulmones estaban tocados. El coronavirus acabó por fastidiarlo. Me he quedado con una restricción respiratoria importante que me impide, por ejemplo, atender una urgencia», explica.
Para un enamorado de su profesión, por muy próxima que esté la jubilación, siete meses de baja son muchos: «Me gusta muchísimo mi trabajo. Echo de menos estar en la consulta, atender a los pacientes. Casi todas las semanas, extremando las precauciones, acudo al centro de salud a visitar a mis compañeros. Podría pasar consulta, pero no debo correr riesgos. Si cojo una infección respiratoria, lo más probable es que acabe en el hospital, y este no es un buen momento para volver al hospital. Tampoco estoy en condiciones de salir corriendo si hay una urgencia porque me fatigo con nada. Honestamente, no debo poner en peligro la vida de nadie porque yo no esté en condiciones. Cuando ando me quedo muy bajo de oxígeno. ¡Pero cómo me hubiera gustado estar trabajando! ¡Con la necesidad de médicos que hay!».
Durante la convalecencia, Juan Cañas siguió con disgusto lo que estaba pasando en su pueblo. El Real Sitio de San Ildefonso fue una de las localidades de la provincia de Segovia que más sufrió el embate de la covid-19. «Mis compañeros han visto cosas que les han afectado mucho. Una compañera me ha dicho que no olvidará jamás el miedo que percibió en la mirada de una paciente que no sabía ni lo que le estaba pasando. Los médicos, las enfermeras, los sanitarios que han atendido a estas personas han vivido cosas terribles, y las familias también, porque no han podido estar con sus seres queridos, ni siquiera en el entierro. Ha sido todo tan cruel... No sé si son 80 o 90 los fallecimientos que ha habido en La Granja», comenta apenado Cañas, que conocía a muchas de estas personas porque son más de cuatro decenios como médico de Atención Primaria en este rinconcito de la sierra de Guadarrama los que tiene ya a sus espaldas: «Sigo llevándome unos disgustos terribles porque voy sabiendo de pacientes que he llevado y han muerto. Cuando me entero de algún caso, no puedo evitar que se me salten las lágrimas. Pobrecitos. Son seres humanos, y no se querían morir».
Desde el retiro forzado de su casa, el médico observa la evolución de la pandemia con verdadera preocupación, y mucha impotencia: «Me gustaría ayudar. Mis compañeros me han contado lo que han trabajado, las carencias que han tenido... Algunos han pasado semanas aislados en sus casas para no exponer a sus familiares. Sé que han pasado miedo. Y la situación no invita al optimismo, aunque los hospitales no están superados como lo estuvieron en aquel momento. Depende de nosotros, de nuestra responsabilidad. Debemos tener muchísimo cuidado, lavarnos mucho, no quitarnos la mascarilla, mantener las distancias. ¿Volver al confinamiento? Si fuera necesario... En cualquier caso, ha de prevalecer el criterio científico, aunque hay que tener en cuenta muchas cosas. Es muy complicado».
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