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Casi un mes sin poder salir de su domicilio ha permanecido Ángel Zamora por culpa del coronavirus. Un aislamiento peor que el de ... la pasada primavera, cuando por cuestiones laborales sí que podía pisar la calle cada día. La primera semana la pasó con síntomas como fiebre, tos o malestar general y la segunda la llevó con la impaciencia, ya sin apenas molestias, de querer regresar a la normalidad. Y cuando estaba a tan solo unas horas de poder hacerlo, su mujer dio positivo por covid-19. Otros once días más de cuarentena.
En su caso, celebra que los síntomas de la enfermedad no fueran de gravedad como para requerir su ingreso hospitalario. Pero aún así, «pese a la suerte de haber podido pasarlo en mi casa», Zamora subraya la dureza de volver a estar encerrado. «La primera semana estás tan fastidiado que no te preocupas de querer salir a la calle. Apenas pueden salir de la cama. Yo solo lo hice un día para ir al centro médico a hacerme la prueba PCR», recuerda. Pero superados los peores días, con noches interminables, tiritonas y momentos de casi 39 grados de fiebre, tocó esperar un alta médica que en su caso parecía resistirse. «Le das muchas vueltas a la cabeza. Pasan los días y tienes que seguir metido en la habitación mientras tu mujer se tiene que encargar de los niños y de todo lo de la casa», afirma.
Su cuarentena llegó en pleno cambio de protocolo, cuando las autoridades sanitarias redujeron de catorce a diez días los días que se debía permanecer sin salir de casa, siempre y cuando durante los tres últimos días no se presentasen síntomas. En su caso, por lo tanto, no hacía falta esperar a una segunda y tercera prueba PCR para confirmar su negativo. Aun así, al decimoséptima día y tras no recibir el alta, decidió hacerse por su cuenta una prueba PCR. Salió negativa y podría volver a salir en unas horas. «Ese día mi mujer empezó con síntomas y dio positivo. Como los médicos no se ponían de acuerdo de qué pasaba entonces conmigo, decidieron que estuviera otros diez días en aislamiento», señala Zamora.
Aunque para entonces ya había pasado los días más duros, «en los que me tenía que comunicar con mis hijos a través de la ventana del patio», la nueva cuarentena fue un mazazo para su moral. «Los últimos diez días se me hicieron eternos», recuerda. Sus padres le ayudaban con el trabajo de comercial en la empresa familiar y en el Segosala, club al que entrena, solventaron su ausencia durante las primeras semana de pretemporada gracias al esfuerzo del resto del cuerpo técnico. «Lo pasé muy mal. Me vi muy impotente cuando mi mujer dio positivo», añade.
La semana pasada pudo regresar al trabajo y a entrenar, aunque el fantasma de la covid-19 sigue estando algo presente, sobre todo en su trabajo. «Mientras estuve en cuarententa sí que hubo algún cliente que cuando se enteró de que yo había dado positivo, decidió aplazar sus encargos. Otros nos pedían que les dejásemos los productos a la puerta», relata.
Además, también ha notado que hay personas guardan ahora más distancia de seguridad cuando hablan con él. «Antes, como llevábamos mascarilla, es verdad que solía estar a menos de 1,5 metros. Ahora hay alguno que cuando me lo encuentro por la calle da un paso para atrás», concluye.
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