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No puede evitar la emoción cuando recuerda a los muchos amigos que se han quedado en el camino y los días tan oscuros que ella misma vivió en el Hospital General de Segovia, allá por el mes de marzo, cuando más fuerte y virulento era el zarpazo del coronavirus. Al menos, Araceli Llorente, de 74 años («una edad peligrosa para tener covid»), se siente afortunada por poder contarlo. «Doy gracias a Dios porque estoy bien. Hay amigos que ya no están..., gente muy querida que se ha muerto, como una amiga mía, que estaba perfectamente y en dos días... Es difícil olvidarse de todo lo que nos ha pasado en este tiempo, jamás había vivido una situación así... Es mejor no pensarlo porque te vuelves loca», dice.
Araceli empezó a tener síntomas cuatro días después de regresar de Menorca, un viaje del Imserso que hizo con su marido y otros matrimonios amigos. No tenía fiebre, pero aquel cansancio que sentía no era muy normal. «Estábamos en Menorca cuando empezó el confinamiento.Llegamos a estar dos días confinados en el mismo hotel, hasta que nos devolvieron a casa. Llegué a Segovia bien, pero a los cuatro días empecé a sentirme muy cansada, como si llegara de correr. Unas veces sentía frío, otras calor... Fiebre no tuve en ningún momento. Fuimos al hospital de la Misericordía, me miraron y me mandaron a casa. Era viernes y el domingo ya no podía más. Volví, me hicieron una placa y vieron que tenía un poco de neumonía. Esperé toda la tarde hasta que hubo sitio en el Hospital General y me ingresaron», relata.
Diez días permaneció Araceli internada. Diez días largos y angustiosos: «No tuve problemas respiratorios y solo necesité oxígeno al principio. Lo peor de todo fueron los vómitos que la medicación me estaba causando. Empecé a mejorar cuando me pusieron una vía. Comer, no comía. Perdí totalmente el apetito además del gusto y el olfato, y el cansancio era mortal. Tampoco dormía y las horas se hacían eternas. Estaba mala no, lo siguiente. Creo que nunca he estado tan mal como aquellos días». En momentos así, el teléfono móvil ayuda porque te permite la comunicación con los seres queridos, pero es un arma de doble filo: «Estaba informada, lo sabía todo por las noticias: en Segovia se han muerte diez, en Segovia se han muerto ocho, en Segovia se han muerto doce... 'Bueno, pues la próxima igual soy yo', pensaba. Los médicos entraban y salían y no te decían nada, ni los veías siquiera porque iban 'camuflados' hasta arriba. Es horroroso, no sabes qué va a ser de ti, si al día siguiente podrás ver la luz del día o no». La angustia que Araceli albergaba era directamente proporcional a la que sentían su marido e hijos. «Hablaba con mi marido todos los días. Estaban asustaditos, claro. Después, cuando nos hicimos la PCR, a él le dijeron que lo había pasado, supuestamente durante los días que yo estuve ingresada, pero de forma muy leve. Los amigos con los que estuvimos en Menorca también pensaron que se habrían contagiado, pero no lo cogió ninguno. ¿Que dónde me contagié? ¿Pudo ser en Menorca? Allí no había contagios todavía... No tengo ni idea. Solo sé que, cuando decretaron el estado de alarma y el confinamiento, estábamos deseando regresar a Segovia», confiesa.
Tras los días de hospital, llegó el momento de volver a casa, pero ahí no acabó todo. «Claro, llegas y tienes que permanecer otras dos semanas completamente aislada, encerrada. Notas que no estás del todo bien y, cuando intentas quedarte dormida, piensas en toda la angustia que has pasado en el hospital. Esa angustia... No sé, creo que todavía está ahí, que no se ha pasado del todo. Fue mi cumpleaños y mis nietos tuvieron que felicitarme desde la calle, a través de la ventana. Son cosas muy tristes que te acaban pasando factura». Las semanas discurrían lentas, pesadas, y empezó la desescalada y, con ella, la posibilidad de volver a salir. «Fui recuperando la confianza muy poco a poco porque ese cansancio terrorífico seguía conmigo. Cuando pisé de nuevo la calle, no pude andar ni dos metros. Daba tres pasos y tenía la sensación de haber recibido una paliza. En junio nos trasladamos a la casa del pueblo y allí comencé a recuperarme más y mejor, con el sol, el aire... Pero todavía quedaban sorpresas: en pleno verano se me empezó a caer el pelo. Me agarraba y me sacaba puñados. ¿Pero esto qué es, qué me está pasando? Fui al médico y me dijo que eran secuelas. ¡Secuelas...! ¡Tanto tiempo después...! Bueno, me pusieron un tratamiento y me vino muy bien. Tengo mucho pelo y no se me notaba demasiado. Aun así, tienes el pelo que no es tu pelo, se te queda como si hubieras estado todo el día en la playa», cuenta Araceli.
El coronavirus no es una broma, aunque haya muchos que siguen sin darse por aludidos y no atiendan a las recomendaciones después de todo lo que ha pasado y el sufrimiento de tantas personas. «No son conscientes de lo que puede pasar. El otro día discutí con un chico que no llevaba la mascarilla puesta e iba con otros. Me dijo que con ella no podía respirar y que, en cualquier caso, habría mucho que hablar, que debatir. Sí, sí. Ya te lo digo yo. Bueno, al final no puedes estar discutiendo todo el rato con la gente. Es una pena que no vean el daño que pueden hacer».
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