Esa colección de recuerdos que se asoma a su cabeza cuando se le pregunta por cómo fueron aquellos más de veinte días en manos del coronavirus la resume como «la entrada en un túnel en el que al principio no ves la salida; pero al final caemos en las muy buenas manos de los sanitarios y dejas de estar a oscuras y empiezan a darte cuenta de que lo tienen controlado y de que de esta se sale más reforzado». Matiza que habla en primera persona, que es su experiencia como enfermo de la covid-19 y que «no se puede generalizar porque hay mucha gente que no lo ha superado». Ese detalle le apena el aprendizaje de esta lección vital, la más importante hasta ahora y que comparte también con su hija mayor, enfermera, que en los peores momentos le cuidó controlándole los niveles de saturación en sangre. «Fue un clavo ardiendo al que agarrarme», dice.
La zozobra ante lo desconocido
Su mujer, Encarna, también sucumbió al virus, pero por fortuna «lo cogió con mucha menos virulencia». Palacios, que da las gracias a Dios, al destino o a quien sea por no haberme quedado secuelas», cuenta entre sonrisas que el único efecto secundario que le ha dejado la covid es que «tengo hambre, los ocho o nueve kilos que perdí en marzo los he recuperado con IVA».
Insiste en que se hace arduo escarbar en la memoria reciente para recordar «una vivencia tan dura». «Me da pánico solo pensar que lo vuelvo a coger», añade. Y eso que el decano de Educación del campus de la UVA en Segovia trata de estar controlado a pesar de que en el test de antígenos que se ha hecho en la universidad le ha dicho que «tengo inmunidad adquirida». Ese temor latente al que alude se concreta en que aquel túnel se vuelva a oscurecer por la desesperanza.
Gelocatil y a esperar
«Estamos sentados sobre un volcán que en cualquier momento nos manda de nuevo a casa», comenta con un cierto aliento de resquemor. Andrés Palacios evoca que sus síntomas asomaron cuando «estábamos en una etapa en que aún era desconocido» lo que ocurría. Hacia el 12 de marzo, empezó con el malestar, justo antes de que el Gobierno decretara el confinamiento del país. «Durante más de veinte días estuve hecho polvo, me daba miedo que la sanidad no supiera controlar lo que estaba pasando», añade.
«El primer tratamiento fue horroroso, yo no tuve problemas respiratorios afortunadamente y entonces me recetaron tomar Gelocatil y esperar; no había una lineas claras de actuación», explica las sensaciones de incertidumbre que le abordaban junto a la «febrícula durante varios días y el tener que ir al servicio cada dos por tres».
Entonces, debilitado y «entre las noticias contradictorias que se sucedían sobre lo que había que hacer y lo que no», le inquietaba que no hubiera final. Reitera que mientras sufría los síntomas de la covid-19 encerrado en su casa, «no se sabía cómo combatirla, de ahí el miedo a que se alargara mucho y a que no se diera con la tecla».
«Estamos sentados sobre un volcán que en cualquier momento nos manda de nuevo a casa»
andrés palacios, decano de educación en segovia
Con esa desazón como síntoma, Andrés Palacios subraya que «los médicos han de tener una intuición más allá, y a mi medico de cabecera se le ocurrió un tratamiento con antibiótico, que en realidad era algo que no servía para el virus, pero a partir de la segunda semana empecé a sentir que estaba siendo gloria» frente a lo que estaba padeciendo.
«Ahora estoy físicamente casi recuperado», afirma con la emoción de sentirse un privilegiado por salvarse del daño que infligido la pandemia. En septiembre volvió a las clases y a su despacho en el campus y a recobrar la normalidad docente adaptada a los tiempos del coronavirus. Regresó «con la absoluta certeza de que las medidas de seguridad que habíamos venido organizando durante los meses anteriores eran las mejores».
Es más, afirma que «no hay un entorno en el que esté ahora más seguro que la universidad, porque se guarda escrupulosamente más de metro y medio de distancia entre las personas, todo el mundo va con la mascarilla puesta y se realiza la ventilación adecuada de los espacios, así que se podría decir que ha habido hasta una cierta obsesión por la protección». La mejor demostración de este despliegue es que «en la UVA tenemos muy pocos casos».
La juventud, dentro y fuera
Eso sí, de puertas adentro la responsabilidad y el cumplimiento de las medidas de seguridad priman, otra cosa es lo que las personas hagan afuera, en sus entornos privados. Palacios admite estar «absolutamente confuso» por las informaciones que sitúan en la diana a los jóvenes como la población más rebelde y descuidada frente a la segunda ola.
Eso sí, tiene claro que «o nos lo tomamos muy en serio, o me temo que nos vamos a otros confinamiento; y aunque es algo que me infunde cierto miedo, si es la medida más acertada, que se tome entonces cuanto antes».
«Me da miedo tener que ir a un nuevo confinamiento; pero si es la medida acertada, que se tome cuanto antes»
andrés palacios, decano de educación en segovia
Es la voz de la vivencia en primera persona del singular de haber sufrido y doblegado al coronavirus. La misma con la que el decano describe que «en el campus todos se lo toman en serio, se lavan las manos, limpian con gel desinfectante los ordenadores... en este mundillo puedo decir que los jóvenes cumplen». De hecho, el decano de Educación del María Zambrano apunta que «no creo que los jóvenes sean el problema en sí, quizás una parte, pero no todo». De momento, Palacios repite que no tiene miedo cuando cada día acude a su puesto de trabajo.
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