Borrar
Salome Fernández, junto a su profesor de la Cooperativa Alcázar y su madre, con el sensor que monitoriza los niveles de insulina.. Antonio de Torre

Cuando el páncreas son los padres

DÍA MUNDIAL DE LA DIABETES ·

Las familias piden que la tecnología que mejora la calidad de vida de los niños llegue a todos y una guía de actuación estandarizada para los colegios

Laura Lopez

Segovia

Domingo, 14 de noviembre 2021, 13:36

Entre 2008 y 2019, fueron diagnosticados con diabetes 59 niños (hasta los 14 años). Según datos de la Asociación Diabetes Segovia (ADISEG), hay en la provincia unos 45 pequeños que padecen la enfermedad. Prácticamente todos ellos debutan en diabetes tipo 1, lo que significa que su sistema inmunológico ataca las células betas del páncreas, las encargadas de segregar insulina, la hormona que permite que la glucosa penetre en las células para ser utilizada como fuente de energía y no se acumule en la sangre, produciendo hiperglucemia y, si no se actúa, riesgo de muerte.

Por ello los que padecen este tipo de diabetes necesitarán la administración de insulina durante el resto de su vida para seguir vivos, a diferencia de los del tipo 2 que sí producen algo de insulina, pero tienen que llevar a cabo un control del azúcar, llevar una vida saludable y, en algunos casos, tomar medicación oral. Hoy se celebra el Día Mundial de la Diabetes y uno muy especial, porque se cumplen cien años del descubrimiento de la insulina, el hallazgo que hizo que esta enfermedad dejase de ser mortal.

Yo si pudiera, me quedaría con la diabetes de mi hija, cada vez que la pinchaba preferiría hacérmelo a mí»,

Esta es la encomiable labor de aquellos que ejercen de «mamá y papá páncreas», como dice Inma Gómez, en referencia a la función que hacen los progenitores de niños con diabetes tipo 1 como ella y que vendría a sustituir la de este órgano. Su hija Salomé debutó cuando tenía ocho años, en octubre de 2018, cuando empezó a tener síntomas claves de la enfermedad: Bebía mucha agua, orinaba con mucha frecuencia, siempre tenía hambre, perdió peso de forma injustificada, a menudo estaba muy cansada…

Como es enfermera, pudo consultar con sus compañeros de trabajo en el hospital y hacerle la glucemia en casa. El nivel de glucosa estaba tan alto que ni siquiera mostraba la cifra. «Yo no quería aceptarlo, así que así que pensé que el aparato no estaba bien, dudé de su efectividad», recuerda ahora Inma. Entonces se hizo ella misma la prueba y tuvo que aceptar lo que pasaba.

A partir de entonces, su hija comenzó a necesitar insulina y sus vidas cambiaron para siempre. «No es solo pincharse, hay que manejar muchos factores a lo largo del día y tomar muchas decisiones: Hay que hacer contaje de hidratos de carbono de los alimentos, saber las grasas y proteína de lo que vamos a comer, calcular el índice glucémico, tener en cuenta cómo lo cocinamos, y también el estado emocional, si va a hacer deporte… todo para mantener el equilibrio, es súper complejo», explica la sanitaria.

Inma es vocal de Juventud en ADISEG, por lo que acompaña a muchos padres a partir del momento del debut de sus hijos, y siempre ha visto en todos ellos un grado de implicación del cien por ciento. «Yo si pudiera, me quedaría con la diabetes de mi hija, cada vez que la pinchaba preferiría hacérmelo a mí», señala Inma.

Un elemento que ha mejorado mucho la situación de la pequeña Salomé, como de tantos otros, es la tecnología. Cuando debutó, tenía que pincharse con bolis de insulina como mínimo unas siete veces al día. Hoy, dispone de un sensor que permite a la madre monitorizar sus niveles de glucosa en todo momento sin tener que pincharse en el dedo cada vez y una bomba que le administra la insulina de forma continuada.

Esto ha mejorado su calidad de vida de una forma «bestial» e Inma, como enfermera, está muy orgullosa de los avances que se han conseguido en este sentido en tan poco tiempo. «Hace cien años del descubrimiento de la insulina, antes de eso la gente se moría y era una muerte agónica, no había solución. Ahora, ha evolucionado todo muchísimo», comenta la sanitaria, para la que sin embargo aún «queda mucho por hacer», especialmente para que esta tecnología llegue a todo el mundo.

Los que suelen 'debutar' en diabetes I son niños o personas muy jóvenes, en algunos casos incluso con solo unos meses de edad. Una vez se consigue diagnosticar, lo que no siempre es fácil, los padres tendrán que tomar las riendas del asunto para convertirse en grandes expertos de una enfermedad de la que todo el mundo ha oído hablar, pero cuya realidad aún desconocen muchas personas.

Deberán realizar un control riguroso de la alimentación para medir las porciones que va a comer el diabético, el ejercicio físico en las próximas horas, o incluso si se ha enfadado con algún amigo, ya que el estado anímico influye en la cantidad de insulina que va a necesitar. Monitorizar constantemente los niveles de glucosa en sangre y administrar la insulina justa para mantener saludable a sus hijos exige una dedicación absoluta por parte de los progenitores de niños diabéticos, quienes al mismo tiempo han de enseñar a sus hijos a ser autónomos para que el día de mañana no dependan de ellos, ni de su enfermedad.

A falta de enfermera escolar, colegios implicados

Para las familias con niños diabéticos, dejarles en el cole puede ser un paso muy difícil. Por ello, desde colectivos afectados como ASIDEG llevan años reivindicando la presencia de una enfermera escolar en los colegios, que esté permanentemente en los centros para atender estas y otras patologías. Sin embargo, según han informado desde la asociación, esto está aún lejos de ocurrir, debido a la falta de medios, según han sabido por parte del Gobierno autonómico.

Gabriel de Antonio y su madre Olga. Antonio de Torre

«Hay que confiar un poco y que él tire para adelante, a esta edad no les puedes cortar la independencia»

Gabriel de Antonio, ahora con 14 años, debutó cuando tenía 12, en mayo de 2020. Como él mismo relata, de los síntomas recuerda estar constantemente cansado y no poder apenas subir unas escaleras o agacharse para atarse los cordones. Tuvo la mala suerte de que esto le ocurrió en pandemia y «en esa época, todo era coronavirus», como señala su madre, Olga Sanz, que completa el relato. También coincidió con el cambio físico y hormonal propio de la edad, por lo que estuvieron un par de veces en el médico sin un diagnóstico certero, hasta que la pediatra le hizo una glucemia y acabó ingresado en el hospital.

«Esto no te imaginas lo que es hasta que te toca», narra Olga. «A cualquier persona que le hables de esto, tiene más o menos unas nociones, pero no te imaginas todo lo que hay que controlar y saber», asegura. Cuando Gabriel estaba en el hospital, tenía que hacerse controles capilares a cada hora para que le administraran la insulina correcta. Ahora, desde finales de este pasado mes de octubre, cuenta con un sensor que le permite monitorizar en tiempo real sus niveles de glucosa y una bomba que le administra la insulina. Estas «actualizaciones» les hacen estar a madre e hijo en continua formación, pero «encantados de la vida», según señala Olga.

La bomba es un aparato un poco más pequeño que una cajetilla de tabaco, que va conectado al cuerpo de Gabriel mediante un catéter –que hay que cambiar cada tres días- en la parte abdominal. Lleva solo una semana con ella, pero él asegura haberse adaptado perfectamente a ella, incluso para dormir. «Yo que voy mucho en bici, no me ha molestado ni nada, no lo noto», comenta. Sí tiene que enfrentarse con algo de paciencia al desconocimiento que abunda en su entorno: «Se lo tengo que explicar porque no saben del tema, pero bueno, poco a poco», señala.

Sobre el reto de educar a un hijo con diabetes para que sea una persona independiente, Olga conoce las dificultades: «A nosotros, como padres, nos daba mucho miedo, pero Gabriel ha sido siempre muy autónomo, y la verdad es que podemos confiar en él, sabe lo que tiene que hacer. Hay que confiar un poco y que tire para delante, porque a esta edad no les puedes cortar la independencia... Para eso ayuda muchísimo la tecnología», comenta Olga, quien a través de una aplicación en su móvil puede monitorizar los niveles de glucosa en sangre de su hijo, aunque esté lejos de ella.

Existe actualmente la opción de solicitar una enfermera a demanda, para atender las necesidades de un niño en particular en un colegio en concreto. Según denuncia la asociación, este proceso es tortuoso y muy difícil de conseguir. Además, el sindicato de enfermería impugnó la actual orden que regulaba esta figura, por lo que está pendiente que se realice otra nueva y mientras tanto no es posible acceder a este servicio.

En cualquier caso, esta figura no es una demanda que las familias solicitan de manera muy recurrente, muchas veces por propio desconocimiento de que esto existe. En toda Castilla y León hay actualmente menos de una docena de solicitudes en este sentido, según ha informado Sarta San Juan, la presidenta de ADISEG y secretaria de la Federación de Asociaciones de Diabetes de Castilla y León

Mientras se resuelven estas cuestiones, ADISEF celebra los avances en relación a otra de las reclamaciones que han protagonizado desde hace tiempo y que ayudarían a hacer la vida más fácil a los pequeños en el colegio: La creación, en colaboración con la consejería de Familia de Castilla y León, de una guía para los profesores que establezca un protocolo a seguir a la hora de atender a los niños que padezcan diabetes. En la actualidad no existe tal cosa, y la atención a los pequeños que tienen esta enfermedad depende de la buena voluntad del centro y, especialmente, del profesor que toque en cada ocasión.

«Nosotros le ponemos insulina a nuestra hija como quien le pone unos zapatos»

Andrea tenía sólo nueve meses cuando debutó en diabetes tipo 1. A esa edad, lo único que podía hacer es llorar. Su madre, Blanca López, recuerda aquellos días de agonía en los que lo único que la calmaba era beber agua. En el médico la dijeron que era una otitis, pero la abuela de la pequeña, que es enfermera, fue la primera en apuntar sus sospechas. «Pero como así somos las hijas, que no queremos hacer caso a las madres porque nos creemos 'superwoman', yo decía que no, hasta que un día por no oírla, le hicimos un capilar y ahí salto la liebre», comenta Blanca López.

Ingresaron a su hija en el hospital durante un mes. Al principio, es como «un jarro de agua fría» según atestigua Blanca, quien reconoce que en ese momento solo podía pensar «¿Qué he hecho yo para que mi hija tenga esto?».

Pero como dicen en la familia de Blanca, las personas diabéticas llegan a las familias fuertes, así que enseguida tanto ella como su marido se pusieron «las pilas». Al principio era tan pequeña que necesitaba «una gota minúscula de insulina diluida». La dosis ha ido creciendo con ella y ahora, a sus tres años, está aprendiendo a cargar la pluma para pincharse ella sola. «Cuando antes sea autónoma, antes va a mejorar su calidad de vida», opina Blanca. Aún es pequeña para ponerse una bomba como la de Gabriel o Salomé, pero en cuando pueda seguramente lo hará, en la búsqueda de esa ansiada normalidad.

«A día de hoy, no somos una familia que nos hagamos las víctimas, nosotros le podemos insulina a nuestra hija como quien le pone unos zapatos. Hay días que estamos muy contentos porque la gráfica está en línea recta y otro día, me puedes ver llorando… aunque nunca delante de ella», reflexiona Blanca.

En este sentido, Inma, Olga y Blanca dicen sentirse unas privilegiadas. El colegio Cooperativa Alcázar se implicó desde el minuto uno «al cien por cien» en los cuidados de Salomé: «Se informaron para saber cómo debían actuara incluso ante posibles complicaciones, como una hipoglucemia. Están en constante contacto conmigo y lo hacen súper llevadero», señala Inma.

Sensor que mide los niveles de glucosa. Antonio de Torre

Gabriel en el instituto María Moliner también tiene sus particulares ángeles de la guarda. «Nos llamaron por teléfono y quisieron interesarse por el tema, el jefe de estudios hizo una reunión con todo el equipo, una doctora y una enfermera fue a dar una charla a los profesores, nos han acogido muy bien, nos han ayudado mucho», comenta Olga, quien valora de forma muy positiva esta actitud, ya que es consciente de que los profesores podrían desentenderse al pensar que no forma parte de sus funciones.

Blanca también se considera «de las suertudas» porque la profesora de Andrea «se empapó» desde el principio de todos los detalles de la enfermedad para cuidar de su hija. «Es una tranquilidad para los padres que alguien que no es del círculo tenga un conocimiento de la enfermedad absoluto y puede cuidarla», señala Blanca.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Cuando el páncreas son los padres